El inicio formal de
la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) se suele fijar con la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII
(15.5.1891).
La DSI es un conjunto de principios, criterios y
orientaciones para la acción en el campo social, formulado por el magisterio
oficial de la Iglesia, con características como las siguientes: a) se declara
en continuo aggiornamento, porque la sociedad está siempre planteando
nuevos problemas; b) se formula en la Iglesia pero destinada no sólo al
conglomerado eclesial, pues se entiende como útil y conveniente para toda la
humanidad; c) se desarrolla a la luz del
mensaje específico cristiano (Evangelio, Revelación), pero no es “confesional”,
por cuanto tiene un contenido básico de diversa proveniencia (también de
sectores no creyentes), de aceptación no condicionada a la fe cristiana y de elaboración
multidisciplinar; d) se concibe abierta a distintos modelos societarios –factibles
y perfectibles- y por ello no se reduce a una “ideología” identificada con
proyectos históricos (sistemas, movimientos, programas) concretos. Eso hace de
la DSI un corpus armónico, pero al mismo tiempo flexible y dialogable.
La DSI se inscribe, por consiguiente, en una secuencia
histórica. Aplicando a los Papas esto quiere decir que cada uno de ellos
encuadra su magisterio en una sucesión, actuando en ésta con fidelidad creadora.
Y en una “circunstancia” de Iglesia y mundo de dinámica interrelación.
Lo anterior sirve para entender el aporte del
Papa Francisco a la DSI, quien ha enriquecido la presencia de la Iglesia en lo
social no sólo con su mensaje sino también con su testimonio de sencillez,
cercanía y servicio evangélicos. Dos documentos suyos son particularmente
resaltantes en esta materia: la Exhortación Evangelii
Gaudium (24.11.13) y la Encíclica Laudato
Si´ (24.5.15). En éstos recoge puntos fundamentales que forman parte ya de
la DSI (centralidad de la persona, solidaridad, participación, opción por los pobres, derechos humanos, destinación
universal de los bienes,), pero “situándolos” en el presente tiempo (cambio de
época , era del conocimiento y de la información, salto científico-tecnológico),
que junto a sus innegables positividades, exhibe también economía de exclusión
e inequidad, cultura del descarte, globalización de la indiferencia y del
paradigma tecnocrático (cf. EG 52-54; LS 106-109).
Del aporte de Francisco quisiera, con todo, destacar dos
elementos propios, de los cuales el primero es particularmente clarificador y
el segundo ciertamente novedoso. Los
desarrollo a continuación.
El primero se sintetiza en el
título mismo del capítulo IV de Evangelii Gaudium: “La dimensión social
de la evangelización”. La preocupación y
actuación de la Iglesia y de los cristianos en lo social no es algo sólo
importante e ineludible en la misión de la Iglesia (evangelización), sino que
constituye parte esencial de la misma. Esto se patentiza justo desde el inicio de la evangelización, a saber, desde el
primer anuncio de la Buena Nueva,
llamado kerygma, que expresa lo
nuclear, central, del mensaje cristiano. Éste presenta al Dios uno y
único no como un ser solitario sino como Trinidad, tejido de relaciones
personales, comunión, amor. Y Dios ha creado y salvado al ser humano, a imagen y
semejanza suya, para la comunión (encuentro,
compartir) con Él y con el prójimo.
El segundo punto es la “comunión universal”, que Francisco subraya en
la Laudato Si´ y coloca como título
de la sección V del capítulo II de esta Encíclica. El Papa amplía la
comprensión y extensión del término comunión,
que en sentido estricto significa relación interpersonal, para aplicarlo a la relación Dios Trinidad-seres
humanos-naturaleza. Dice: “todos los seres del universo (…) conformamos una
especie de familia universal, una sublime comunión” (LS 89). Interpreta
así lo ecológico en términos de relacionamiento amistoso, amoroso, asumiendo
teológico-pastoralmente la espiritualidad del poverello de Asís.
En Doctrina Social de la Iglesia,
Francisco continúa e innova.
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