En el actual escenario venezolano
se nos invita a los creyentes a pedir a Dios la paz en justicia, libertad y
solidaridad para el pueblo venezolano.
Por otra parte, construir o reconstruir la convivencia nacional en
coordenadas de respeto mutuo, fraterna cooperación y tejido democrático es
tarea obligante para todos nosotros, ciudadanos de este país.
Ahora bien, ¿no peca lo anterior
de contradictorio ¿Cómo suplicar al Omnipotente lo que ha de ser fruto del
esfuerzo conjunto de un pueblo?
Para el creyente ciertamente es
una paradoja el suplicar lo que se debe hacer. Pero no una contradicción. Hay
una sentencia bastante tradicional que suena así: pedir a Dios algo como si
todo dependiese de Él y hacerlo como si todo dependiese de uno.
La contradicción se disuelve con
la correcta consideración de los planos en que Dios y el ser humano se mueven.
Estamos hablando de Creador y creatura; del Ser y de los seres. Dios trasciende
la condición creatural como infinito y absoluto que es. Cuando se habla de
dinamismo, capacidad, poder, referidos a Dios y a la creatura, no se trata de
fuerzas que pueden sumarse, agregarse, como es el caso de humanos que juntamos
nuestros esfuerzos para mover un objeto determinado o concretar un valor. Sin
olvidar, por lo demás, que todo término –incluido el de trascendencia- es
imperfecto para designar la diferencia de niveles o las desemejanzas entre la
Divinidad y lo que es creación o producto suyos.
Lo anterior se aplica también
cuando uno pide a Dios la perseverancia en el buen obrar y la fortaleza en la
virtud, las cuales exigen, ciertamente, un constante compromiso de parte
nuestra. La inevitable paradoja ha de interpretarse en perspectiva de la
referida distinción, que se muestra bajo figuras y relatos en los dos primeros
capítulos del libro del Génesis. Dios
crea al ser humano como existente libre, llamado a desarrollarse en y con su
mundo, pero recordando siempre su relación con Él, que no es limitante sino,
antes bien, capacitante y posibilitante.
La paradoja, pero no
contradicción, la percibimos en dos enseñanzas de Jesús que nos trae el
evangelista Mateo en el así llamado Sermón
de la Montaña. La primera pone de relieve la parte de Dios y la necesidad
de la súplica: Pidan y se les dará;
busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el
que busca halla; y al que llama se le abrirá (Mt 7, 7-8). La segunda subraya
la obligante tarea humana: No todo el que
me diga: “Señor, Señor” entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial (Mt 7, 21).
El salmo 127 constituye una bella
y poética síntesis de esa peculiar sinergia humano-divina: “Si el Señor no
construye la casa, en vano se afán los constructores; si el Señor no guarda a
ciudad, en vano vigila la guardia”.
Hoy cuando la nación se encuentra
en gravísima crisis, los creyentes hemos de orar al todopoderoso y
misericordioso Dios, que bendiga y haga fructuoso nuestro trabajo por lograr el
urgente cambio que el país requiere, hacia la edificación de nuestra patria
como “casa común” de todos los venezolanos sin excepción. Un hogar multicolor y
polifónico en que “no a pesar de” sino “precisamente por” nuestras diferencias, labremos un progreso
compartido, consistente, duradero.
Oración y acción componen un
binomio inseparable para quienes creemos
en un Dios generador de protagonistas, de seres humanos corresponsables constructores
de nuestra propia historia.
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