Dentro de pocos días (30 marzo-1
abril) se reunirá en Caracas el VII Congreso Nacional de Laicos bajo el lema “Protagonismo del laico en la
realidad venezolana”.
Por laico se entiende en la comunidad católica aquella persona, que integrada
a la Iglesia por el bautismo, comparte su fe, es corresponsable de su misión evangelizadora y tiene como tarea peculiar la transformación
de la realidad social según los valores
humano-cristianos de la Buena Nueva. El término laico tiene como sinónimo el de seglar
(éste viene del latín secularis y se
refiere a lo temporal, mundano).
La Iglesia está constituida en su casi totalidad por laicos. El bautismo de por sí
incorpora al laicado. Quienes no son laicos, a saber, los clérigos
o “ministros ordenados” (obispos, presbíteros y diáconos) así como los “religiosos” y “religiosas”, suman una ínfima minoría, que en Venezuela no
llegaría a los diez mil. Dato cuantitativo que advierte ya el invalorable aporte de los
laicos para el presente y el futuro tanto
de la Iglesia como de la nación.
Una de las características
principales de la actual renovación doctrinal y práctica de la Iglesia es precisamente
la toma de conciencia acerca del protagonismo de los laicos dentro de la
comunidad eclesial y desde ésta hacia el
mundo. Elemento clave en esta materia es que lo específico, lo más propio y
peculiar del laico, es lo que le atañe en
cuanto a la buena marcha de su entorno social, partiendo de familia -núcleo fundamental y
primera escuela de todo-, para extenderse a
las demás formas de agrupación y
en los varios ámbitos de lo económico, político y ético- cultural (educación, comunicación,
tiempo libre, ecología, “gratuidad”...). En este terreno el laico está llamado
a actuar bajo propia responsabilidad
El Papa Francisco ha puesto
especial interés en su pontificado al
tema de los laicos y, dentro de éste, a la espinosa cuestión del “clericalismo”,
es decir, a un protagonismo absorbente y hegemónico de los “ministros ordenados”
(jerarquía) dentro de la comunidad eclesial. Lo ha patentizado recientemente en
carta escrita al Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, con
ocasión de una reunión de la misma sobre el ser y quehacer de los laicos en la
Iglesia. El Papa busca situar las cosas en
su debido lugar, guardando un justo equilibrio; sin minimizar o diluir el papel
de la jerarquía (clérigos), sí lo reformula, reivindicando la importancia y el
necesario protagonismo del laicado. El “clericalismo”tiene una larga historia
de siglos y se agudizó en alguna forma a partir
de la separación protestante en el siglo XVI.
El Papa Bergoglio, en
correspondencia a la teología renovada potenciada
por el Concilio Ecuménico Vaticano II, puntualiza la naturaleza y la misión genuinas
del seglar. Éstas no residen en ser simplemente ayudante, subordinado,
“mandadero”, del clérigo; su identidad es
la de miembro activo,
corresponsable, coprotagonista al interior de la Iglesia y -algo sumamente
importante- la de alguien cuya tarea peculiar es contribuir en la construcción de una “nueva sociedad”
(“civilización del amor”), que responda a la dignidad y derechos-deberes
fundamentales de la persona humana y al “mandamiento nuevo” (amor) de Jesús el
Señor. Una sociedad humanamente deseable y obligante, de calidad
materio-espiritual, abierta también a su realización trascendente
humano-divina.
El “clericalismo” ha acostumbrado
al laico a una actitud de dependencia respecto de los clérigos, que induce
pasividad, inhibe iniciativas y creatividad, reduce la corresponsabilidad y tiende
a valorar la actividad evangelizadora
del laico sólo como servicio intraeclesial (liturgia, catequesis, organización
interna) cuando el campo de acción propio y desafiante del seglar ha de ser el
de lo secular o “mundano” –en el buen sentido de este término-.
El próximo Congreso de laicos se
presenta, pues, como un magnífico estímulo al protagonismo laical en esta Venezuela que sufre una honda crisis,
especialmente en lo que toca a la entraña moral y espiritual dela nación.