Veremos qué pasa. Es una expresión
muy frecuente ante un futuro incierto, cuyo desenlace se espera para tomar una
decisión o ejecutar una acción. En este caso, en buena medida lo futuro aparece
como quehacer ajeno y lo histórico como algo que acaece al margen de una
intervención propia.
Ahora bien, el esperar que algo
acontezca para determinarse a obrar es algo conveniente o inevitable en muchas
ocasiones. Al fin y al cabo, la historia
es confluencia de múltiples libertades y se encuadra en un escenario también de
necesidades. Estamos aquí ante el yo y la circunstancia de que hablaba Ortega.
El depender de que algo suceda no se
justifica, sin embargo, cuando lo que está en la mira exige desde ya una
definición y un ineludible compromiso. Aquí la historia interpela como imperativo
a la propia libertad. En estos casos postula pasar de la expectativa a la
acción y convertir el acontecimiento en propósito y meta.
Lo anterior se aplica de modo claro al
próximo 10 enero como fecha de cambio político nacional, en el cual debe
empeñarse -en criollo significaría “restearse”- el conjunto de personas y
sectores democráticos del país.
En ciertos ambientes partidistas y de
la sociedad civil se espera que la Iglesia institucionalmente tome la batuta para
la realización del cambio que urge la nación. Con relación a esto conviene
recordar dos cosas. La primera es que el Episcopado (Jerarquía, Conferencia
Episcopal) en cuanto representación institucional de la Iglesia, no es un “operador
político”, como lo es un partido o puede serlo una organización o institución de
la sociedad civil; representa, en efecto un conglomerado creyente,
multiformemente plural en su interior y con una misión religiosa, que asume lo histórico,
pero no se agota en éste. Es así como la Iglesia nunca podría optar por cerrar
sus puertas e irse a la clandestinidad.
Lo segundo que conviene recordar y
podría colocarse mejor como primero es lo siguiente: la Conferencia Episcopal
Venezolana ha sido muy explícita en identificar y calificar al actual Régimen,
así como en subrayar una y otra vez la urgencia de un cambio. Y ello, desde hace
tiempo. Baste un par de ejemplos. El Episcopado en 2007 calificó la propuesta
de un “Estado socialista” como “moralmente inaceptable”, “contraria a
principios fundamentales de la actual Constitución, y a una recta concepción de
la persona y el Estado” (Exhortación sobre la propuesta de reforma constitucional,
19 octubre 2007). Diez años después (en documento del 13 de enero) precisó como
“la causa fundamental” de la extremadamente grave crisis nacional: “el empeño
del Gobierno de imponer el sistema totalitario recogido en el Plan de la Patria (llamado Socialismo
del Siglo XXI)”; sistema al que identificó también en Comunicado del 5 de mayo siguiente como “militarista, policial,
violento y represor”. A comienzos del presente año los obispos afirmaron algo
muy serio: “Con la suspensión del referéndum revocatorio y la creación de la
Asamblea Nacional Constituyente -inconstitucional e ilegítima en su origen y
desempeño- el Gobierno usurpó al pueblo su poder originario”; agregaron que
éste debía asumir “su vocación de ser sujeto social”, indicando algunas
iniciativas posibles al respecto, como el artículo 71 de la Constitución. En
Julio pasado la Conferencia episcopal declaró: “Vivimos un régimen de facto,
sin respeto a las garantías previstas en la Constitución y a los más altos
principios de la dignidad del pueblo” (Exhortación,
9 de Julio 2018); allí mismo, con respecto a la consulta electoral presidencial
de mayo, denunció “su ilegitimidad, su extemporaneidad y sus graves defectos de
forma”, agregando que la “altísima abstención” había constituido “un mensaje silencioso
de rechazo”.
El Episcopado se reunirá del 7 al 12
del próximo enero en asamblea plenaria. Me atrevo a decir que estimula y espera
una propuesta de cambio de Régimen, legítima, consistente, factible y de
previsible apoyo nacional e internacional, para darle el respaldo de la
Iglesia. Y esto como respuesta a su misión propia y a un clamor del pueblo
soberano (ver Mensaje del 19 de marzo
2018).
¿Esperar a ver qué sucede el 10 enero?
¡No! ¡Es preciso “restearse” para que el cambio suceda! Cambio que es humana,
moral y religiosamente obligante.