Que estamos en un desastre, es tan evidente como sufrido; por ello no requiere mucha
argumentación probatoria. Baste pensar en el empobrecimiento de la gran mayoría
de los venezolanos y el cierre de la tenaza totalitaria tan acelerados.
¿Por qué ha llegado Venezuela
a este desastre? Es pregunta frecuente en el extranjero ante el colapso de un país
que ha contado con ingentes recursos en
múltiples campos y no ha experimentado en
este siglo guerras civiles o con otros, como
tampoco epidemias graves o catástrofes naturales de alcance nacional.
Individuar fallas es fácil, identificar causas no tanto, pero es tarea indispensable
para la búsqueda de soluciones. Ahora bien,
con respecto a la gravísima crisis nacional la Conferencia Episcopal Venezolana
ha sido clara y repetitiva en precisar como
causa generadora principal: el propósito del actual Régimen de imponer al país
un sistema socialista-hacia-el-comunismo, no sólo moralmente ilegítimo e inconstitucional,
sino también históricamente fracasado. La superación del desastre nacional pasa
entonces, ineludiblemente, por la substitución de dicho Régimen para el
establecimiento de otro, de signo humanista, democrático, pacífico, solidario y
productivo. Nuestra Constitución, particularmente en su Preámbulo y Principios,
señala el camino hacia una República que sea “casa común” acogedora y grata para
los venezolanos
Ahora bien, edificar de esa “casa común” exige un serio
trabajo en los varios campos de la convivencia social: económico, político y
ético-espiritual. Para lograr así: una economía productiva y solidaria; una
política orientada hacia la libertad responsable y el pluralismo participativo;
una ciudadanía de calidad moral y espiritual. Y, por supuesto, un relacionamiento
ecológico que garantice sustentabilidad.
¿Por qué Venezuela ha llegado al presente desastre? Los
creyentes utilizamos la categoría “pecado”, de orden típicamente
moral-religiosa, la cual, por tanto, no aparece en las ciencias físicas y
semejantes, como tampoco en las sociales. El pecado es abuso egoísta de la
libertad, que descalabra a la persona, rompe la sana convivencia y enemista con Dios. Ya desde el Génesis la Biblia habla
del pecado y sus consecuencias individuales y comunitarias. Es la raíz de los males
humanos. Pensemos, para no ir más lejos, en los efectos sociales de los llamados
“pecados capitales”: de la avaricia e insolidaridad en la economía, de la
soberbia y envidia en la política, de la deshonestidad y superficialidad en la cultura.
Cuando Bolívar subrayó moral y luces como primeras necesidades, no andaba descarriado. Apuntaba al más
específico y positivo horizonte del ser humano: una inteligencia nutrida y
desarrollada junto a una voluntad libre dirigida hacia el bien. Sin gente
responsable, honrada, justa, solidaria, de rectitud ética y altura espiritual
no se puede pensar en una genuina “nueva sociedad”. Por cierto sobre “hombre
nuevo” leemos en la Carta de san Pablo a
los Efesios (4,24-32) algunas características y exigencias válidas no sólo para los cristianos.
El país urge ciertamente un cambio rápido de Régimen, para poder
superar la gravísima crisis. Pero no bastan los cambios estructurales. La
economía, la política y la cultura, no se hacen solas, con instrumental
puramente científico o técnico. Son obra
del ser humano, que les da su sentido y finalidad, ya encaminándolas hacia el
bien, ya, desgraciadamente, hacia el
mal. Al desastre, sembrado desde antes del ´99, no se ha llegado simplemente
por conocimientos deficientes o procedimientos técnicamente inapropiados, sino,
principalmente, por corruptelas y vicios que han deteriorado el espíritu de
personas y grupos sociales.
Ya en la tragedia griega se expresó algo como: ¿Qué son las torres
y los navíos si no hay hombres en ellos? Para salir del desastre se impone un
cambio estructural (sistemas y procedimientos), pero acompañado de una
“conversión” ético-espiritual de los venezolanos, especialmente de quienes
tienen funciones de conducción.
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