Los sistemas totalitarios exaltan lo
colectivo y obstruyen la construcción y el robustecimiento de una verdadera comunidad.
Buscan convertir, en base a su política homogeneizante, al pueblo en masa y a
la sociedad en monolito. La democracia, en cambio, favorece lo individual y
plural, si bien está tentada siempre de exagerar lo subjetivo y polarizar en
números y proporciones (de votos y opiniones) por encima de valores y de un genuino
encuentro humano.
El mensaje cristiano acerca de Dios Uno
y Trino brinda valiosas orientaciones para tejer un relacionamiento humano que
conjugue armónicamente individuo y sociedad, entendiendo éstos como persona y
comunidad.
Verdad central y específica de la fe
cristiana es la afirmación de Dios como Trinidad. comunidad, Reconoce a Dios uno y único (monoteísmo), como ser personal, pero no
unipersonal; identifica la divinidad como íntima red de relaciones
interpersonales: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De ahí que es bellamente exacta
la definición de Dios como amor (1 Jn 4, 8).
Esta condición
trinitaria de Dios es profundamente iluminadora respecto de tres puntos básicos:
la noción de ser humano (antropología), el horizonte fundamental de la ética y el
sentido de un desarrollo social integral.
En cuanto a lo
antropológico resulta clave el relato de la creación que ofrece el libro del Génesis
en su inicio mismo. Después de crear el universo y la variedad de la
naturaleza, Dios dice: “Ahora hagamos al hombre a nuestra imagen” (Gn 1,25). El
ser humano emerge así como ser inteligente, con voluntad libre, personal. Responsable,
por tanto, de su actuar; de allí su condición ética. El hombre, como corporal
también (hecho de tierra es la figura que emplea el Génesis) resulta
situado en el tiempo, al cual, por su libertad, convierte en historia. Como
persona no aparece como simple individualidad, subjetividad aislada (ego-ísta),
sino acompañado (Adán, Eva, humanidad) en relación, social, dialogante, ser
para la comunicación y la comunión, “ser para el otro”. (Pronto,
lamentablemente, manifestará también el mal uso de su libertad, pecando). La
flecha del perfeccionamiento del ser humano habrá de ir entonces, en la
dirección de lo subjetivo y lo comunional de modo inseparable.
La Trinidad proyecta
su luz también sobre la ética. Dice san Juan: “(…) debemos amarnos unos
a otros porque el amor viene de Dios (… El que no ama no ha conocido a Dios, porque
Dios es amor” (4, 7-8). Jesús en su Sermón de la Cena es repetitivo respecto del
amor como el mandamiento máximo, principio supremo regulador de la vida moral y
espiritual de sus discípulos. Será, por tanto, el criterio de discernimiento en
el Juicio final (Mt 25, 31-46. El ser humano como “imagen” ha de responder
operativamente a la naturaleza amorosa de Dios. El mandato -positivo,
proactivo-, divino es que amemos, especialmente a los que más necesitan del
acompañamiento fraterno.
La realidad
trinitaria da luz también sobre el compromiso social del cristiano -y podríamos
decir del ser humano- en este mundo: contribuir a la edificación de la sociedad
como comunidad. Ésta significa encuentro, compartir de personas y no simple suma
de individualidades; tampoco masa humana, colectivo sin rostros, algo así como un agregado de clones, que es un
objetivo característico de los proyectos totalitarios. Para tener una comunidad
se debe favorecer y formar el libre ejercicio de
las personas que la integran, en efectiva pluralidad y diversidad. En la Trinidad divina las personas son realmente
distintas. Una comunidad humana existe y progresa entonces en la medida en que
las personas que la componen son ellas y no otras, con identidad propia. “Ser
para el otro” no es desaparecer en el otro o disolverse en un todo común, lo
cual se plantea como exigencia de genuino humanismo para toda comunidad, desde
la familiar hasta la global. No hay comunidad sin personas.
Las anteriores
consideraciones adquieren especial vigencia en la actual crisis del país,
consecuencia de un proyecto colectivista totalitario que se trata de imponer.
La sociedad venezolana por edificar no debe ser otro que una comunidad nacional
verdaderamente tal.
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