En el hoy
venezolano, pletórico de crisis y expectativas, la Doctrina Social de la
Iglesia (DSI) ofrece un oportuno y consistente aporte para la recuperación
y el ulterior desarrollo del país.
La DSI es
un conjunto orgánico de principios, criterios y orientaciones para la acción,
ofrecido por el magisterio eclesiástico católico, con miras a la gestación de
una nueva sociedad, es decir, de una convivencia que responda, del mejor
modo posible, a la dignidad y los derechos fundamentales del ser humano.
De entrada,
es preciso señalar que dicha Doctrina no se propone como enseñanza confesional,
destinada sólo a los católicos, sino dialogal, abierta también a no creyentes, pero
que coinciden en imperativos básicos de un genuino humanismo. No se circunscribe
igualmente a ninguna área geográfica o cultural, ni puede ser monopolizada por
un determinado partido o movimiento. Tampoco se presenta como algo ya hecho,
sino en continuo hacerse, pues intenta responder a los desafíos cambiantes de la
dinámica social. Es, como la historia, herencia y creación.
Elemento
capital y punto de partida de la DSI es la centralidad de la persona humana – relacional
por naturaleza- como el sujeto y fin de todas las instituciones sociales. Esa
dignidad, razón y fuente de derechos inalienables, el creyente la encuentra
fundada en la realidad del hombre, creado por Dios “a su imagen y semejanza”. Por
un Dios único que, para el cristiano, es Trinidad, comunión, amor, lo cual explica
en su raíz toda verdadera socialidad.
Los derechos
humanos, individuales, sociales y de las naciones, en los varios ámbitos, económico,
político y cultural, constituyen, hoy por hoy, el eje central de toda actividad
de defensa y promoción del ser humano. Esos derechos, irrenunciables y siempre
en progresión, son anteriores a toda organización de la convivencia, incluido
el Estado; se contraponen así a todo totalitarismo, estatismo, colectivización
y masificación. La persona no debe ser función, medio o instrumento de ninguna estructura
societaria. Sin olvidar, por supuesto, que la otra cara de los derechos son los
deberes, cosa particularmente necesaria cuando se acentúan la irresponsabilidad
social y el asistencialismo estatal.
El bien
común emerge como núcleo rector y ordenador de los bienes particulares; consiste
en el conjunto de condiciones societarias, que posibilitan a individuos y
asociaciones el logro más pleno y fácil de su desarrollo y perfección.
La DSI destaca
la tríada de componentes de una auténtica nueva sociedad: comunicación
participativa de bienes, democracia y calidad ético-cultural. El primero,
económico, responde a la destinación universal de los bienes, exigencia de equidad
y razón de la función social de la propiedad. El segundo, político, es la convivencia
democrática, que ha de conjugar libertad, participación, pluralismo y
corresponsabilidad. La calidad ético-cultural implica los valores estéticos y
ecológicos, morales y espirituales, que apuntan a lo más íntimo, al tiempo que
global y trascendente, del ser humano. El tema ecológico, interpretado en su
sentido integral, socioambiental, ha entrado de lleno recientemente en la DSI. Otra
tríada, sumamente generadora, es la de solidaridad, participación y
subsidiaridad, que impulsa una dinámica social fraterna, proactiva y
corresponsable.
El desarrollo
(latín progressio) es otro tema resaltante. La persona humana,
histórica, ser-para-desarrollarse, plantea un progreso, que ha de ser
multiforme, integral y solidario, en correspondencia a su condición corpóreo-espiritual
y social. Ha de implicar todo el hombre y todos los hombres, también en el
escenario de la globalización.
Puesto
especial en la DSI ocupa el trabajo, que es una actividad propiamente humana y reclama
ser considerada primariamente en su subjetividad. No es la escoba la que
califica el barrer, sino quien lo hace, que es persona y, por lo tanto, de
dignidad y derechos inalienables. Ello funda la primacía del trabajo sobre el
capital.
En la
cercanía del 130º aniversario de la encíclica Rerum Novarum de León
XIII, la DSI se muestra particularmente útil, especialmente para nuestro
crucificado país.