Dos acontecimientos importantes para este enero
2020: la Asamblea Nacional elige nueva directiva (5) y la Conferencia Episcopal
Venezolana se reúne en Asamblea Plenaria (7-11).
En cada asamblea, los obispos hacen un balance
de la situación nacional, en perspectiva de su tarea pastoral. Es obvio que lo
que suceda en la Asamblea Nacional constituirá un punto muy importante de
consideración episcopal.
El Episcopado, sin embargo, no está a la espera
de las decisiones de la Asamblea Nacional con las alforjas vacías. En efecto,
en los últimos años y, concretamente, durante el período “revolucionario”, ha
venido tomando clara posición respecto de exigencias fundamentales referentes al
obligante cambio nacional. Lo que expondré en las líneas que siguen se ciñe de
manera estricta a lo expresado oficialmente por los Obispos. Sobre el marco
situacional desastroso en los varios ámbitos sociales (económico, político y
ético-cultural) no me detendré mayormente, inventariando tragedias que sufre el
pueblo venezolano como consecuencia del plan socialista (comunista) del Régimen.
Lo que estamos padeciendo la gran mayoría de los venezolanos no necesita
demostración.
En primer lugar, coloco lo subrayado en la
Exhortación episcopal de hace justamente dos años (12 enero 2018): la
emergencia económica y social del país, que exige una atención humanitaria
inmediata. Las políticas gubernamentales “han dado como resultado aumento de la
pobreza, desempleo, carencia de bienes básicos, descontento y desesperanza
general”, unidos al “éxodo de millones de venezolanos” (añadiría: vamos hacia
un país de mendicantes, esclavos y emigrantes, bajo una “nueva clase” de
burócratas opulentos y corruptos).
En segundo lugar, cito lo que destacan los
Obispos en el referido documento: el soberano (CRBV 5) debe asumir “su vocación
de ser sujeto social”, pues “el Gobierno usurpó al pueblo su poder originario
(…) No habrá una verdadera solución de los problemas del país hasta tanto el
pueblo no recupere totalmente el ejercicio de su poder”. Meses más tarde (11
Julio 2018) el Episcopado explicitó la ilegitimidad del Presidente Nicolás
Maduro y de la Asamblea Nacional Constituyente, de modo que “Vivimos un régimen
de facto, sin respeto a las garantías previstas en la Constitución y en los más
altos principios de la dignidad del pueblo”. La Exhortación de 9 enero 2019 lo
complementa: “Por tanto, la pretensión de iniciar un nuevo período presidencial
el 10 de enero de 2019 es ilegitima por su origen y abre una puerta al desconocimiento
del Gobierno porque carece de sustento democrático en la justicia y en el
derecho”.
En tercer lugar, el Episcopado no define ni a
él le toca definir el know how para la recuperación de la soberanía por
parte del pueblo, pero sí recuerda, a título de ejemplo, el Art. 71 de la Constitución
Nacional, como instrumento concreto de locución y mandato del soberano. A este
propósito resulta oportuno recordar que el mismo 9 de enero 2019 el Episcopado manifestó:
“La Asamblea Nacional, electa con el voto libre y democrático de los
venezolanos, es el único órgano del poder público con legitimidad para ejercer soberanamente
sus competencias”. Varias propuestas de consulta están circulando y se han
hecho llegar a instancias de decisión.
En cuarto lugar, los Obispos entienden
(Exhortación del 12 enero 2018) que para decir que el soberano habla, deben
llenarse ineludibles condiciones de libertad, efectividad y transparencia, como
es el caso de la reestructuración del Consejo Nacional Electoral, aparte de “la presencia y supervisión de
Observadores por parte de reconocidos Organismos Internacionales (ONU, UE, OEA…).
Cuando los Obispos hablan de ilegitimidad, tienen
presente la normativa jurídica y constitucional, pero el acento lo ponen en el
plano ético y religioso, más alto y trascendente. El específico de su misión
religiosa, pastoral.
Concluyo con un desiderátum-imperativo que está
en el ambiente: 2020 debe ser Año del Cambio, de la recuperación del país. De
un nuevo Gobierno: de Transición, Unidad e Integración. De elecciones libres. De
recomienzo de lo que Venezuela debe ser: país justo, democrático, vivible y
deseable, de luz y paz, de trabajo y progreso. Como Dios lo quiere.
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