jueves, 2 de enero de 2020

PESEBRE, EC0LOGÍA INTEGRAL




Uno de los recuerdos más gratos de mi infancia andina es el de un pesebre ingenuo montado en la sala de mi casa. Abundancia de musgo y un buen número de figuras, desproporcionadas en tamaño y desiguales en factura. Un pastor alto junto a casas pequeñas y diminutas ovejas. El Niño Jesús sobresaliendo por tu tamaño y belleza. La Virgen y San José guardando armonía, no así la mula, el buey y otros acompañantes. La disparidad de volúmenes, claro mensaje de que para Dios Padre y el Señor Jesucristo no cuentan las magnitudes corporales; para ellos no hay precedencias, más aún, lo grande se torna pequeño y lo pequeño grande
Un día decembrino recibimos un cocodrilo de celuloide -no había aparecido el plástico- bastante grande, y se lo colocó en el Pesebre, al igual que otras figuras que llegaban por compra o regalo (todo lo bueno cabía allí, sin apartheids). Algunos soldaditos exhibían sus armas, para alegrar, no para herir ni matar. El Belén se extendía bastante y a lo largo y ancho pastaban ovejitas y se movían tranquilamente los pastores. El citado cocodrilo descansaba plácidamente sin alejar a nadie y sin que nadie temiese acercársele.
Al margen de un expreso propósito, ese Pesebre representaba en su conjunto lo que el profeta Isaías había anunciado sobre los tiempos mesiánicos: “Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra (..) Serán vecinos el lobo y el cordero. Y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán a sus crías, el león como los bueyes comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño (…) porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor” (Is 2, 4.11, 6-9).
Quien se acerca al Pesebre con ojos sencillos y mirada de fe, recibe un baño de serenidad y su corazón se abre a la fraternidad. Es educado con una pedagogía de encuentro y compartir. Montar un Pesebre es encontrar un oasis de paz. Robustecer el espíritu de familia.
Tema prioritario hoy en el escenario internacional, es el ecológico, que en interpretación cristiana se lo entiende como ecología integral. El Papa Francisco le dedica todo un capítulo de su encíclica sobre el ambiente, Laudato Si´. La salud de la naturaleza se percibe estrechamente unida a la del ser humano y su quehacer económico, político, cultural; la problemática ambiental, en efecto, está indisolublemente ligada al relacionamiento social justo, solidario, pacífico y fraterno. El referido documento pontificio ha introducido el término comunión universal para expresar los lazos con que Dios ha unido a todos los seres, entre sí y consigo mismo: una especie de tejido global, en que el hombre, sin disolverse en lo impersonal, se encuentra íntimamente interrelacionado en la casa común. Esto   lleva al Poverello de Asís, en su alabanza a Dios, a tratar a los animales y las cosas en términos de parentela, a modo de unidad familiar (hermano sol, madre tierra…). El ambiente se enriquece así en comprensión, pero también en extensión, abarcando la globalidad de lo real.
El evangelista Juan en su primera carta da esta definición: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4, i8). La Divinidad no es ente unipersonal, soledad absoluta, sino existencia relacional, Trinidad, comunión. Y Dios, con el mundo que crea, constituye una estrecha unidad, no en sentido panteísta, ciertamente, sino como genuina comunión, asumiendo este término en su sentido más amplio y, por lo tanto, no restringido a lo interpersonal. La suerte de las cosas implica, por ello, la suerte del hombre y viceversa, de tal modo que la explotación irresponsable del entorno natural daña al ser humano, al igual que el deterioro de la calidad humana (exclusiones, injusticias, economicismo…) inciden en el maltrato del ambiente.
En el Pesebre no caben guerras, opresiones ni ecocidios. Ni arcos mineros depredadores, ni contaminaciones atmosféricas suicidas. El “recién nacido”, divinidad incorporada, constituye, con la ecología integral, una comunión universal.


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