Uno de los
recuerdos más gratos de mi infancia andina es el de un pesebre ingenuo montado
en la sala de mi casa. Abundancia de musgo y un buen número de figuras, desproporcionadas
en tamaño y desiguales en factura. Un pastor alto junto a casas pequeñas y
diminutas ovejas. El Niño Jesús sobresaliendo por tu tamaño y belleza. La
Virgen y San José guardando armonía, no así la mula, el buey y otros
acompañantes. La disparidad de volúmenes, claro mensaje de que para Dios Padre
y el Señor Jesucristo no cuentan las magnitudes corporales; para ellos no hay
precedencias, más aún, lo grande se torna pequeño y lo pequeño grande
Un día
decembrino recibimos un cocodrilo de celuloide -no había aparecido el plástico-
bastante grande, y se lo colocó en el Pesebre, al igual que otras figuras que
llegaban por compra o regalo (todo lo bueno cabía allí, sin apartheids).
Algunos soldaditos exhibían sus armas, para alegrar, no para herir ni matar. El
Belén se extendía bastante y a lo largo y ancho pastaban ovejitas y se movían tranquilamente
los pastores. El citado cocodrilo descansaba plácidamente sin alejar a nadie y
sin que nadie temiese acercársele.
Al margen de
un expreso propósito, ese Pesebre representaba en su conjunto lo que el profeta
Isaías había anunciado sobre los tiempos mesiánicos: “Forjarán de sus espadas
azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación,
ni se ejercitarán más en la guerra (..) Serán vecinos el lobo y el cordero. Y
un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán a sus
crías, el león como los bueyes comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero
del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie
hará daño (…) porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor” (Is 2,
4.11, 6-9).
Quien se
acerca al Pesebre con ojos sencillos y mirada de fe, recibe un baño de
serenidad y su corazón se abre a la fraternidad. Es educado con una pedagogía
de encuentro y compartir. Montar un Pesebre es encontrar un oasis de paz.
Robustecer el espíritu de familia.
Tema
prioritario hoy en el escenario internacional, es el ecológico, que en
interpretación cristiana se lo entiende como ecología integral. El Papa Francisco
le dedica todo un capítulo de su encíclica sobre el ambiente, Laudato Si´.
La salud de la naturaleza se percibe estrechamente unida a la del ser humano y
su quehacer económico, político, cultural; la problemática ambiental, en
efecto, está indisolublemente ligada al relacionamiento social justo, solidario,
pacífico y fraterno. El referido documento pontificio ha introducido el término
comunión universal para expresar los lazos con que Dios ha unido a todos
los seres, entre sí y consigo mismo: una especie de tejido global, en que el
hombre, sin disolverse en lo impersonal, se encuentra íntimamente interrelacionado
en la casa común. Esto lleva al
Poverello de Asís, en su alabanza a Dios, a tratar a los animales y las cosas
en términos de parentela, a modo de unidad familiar (hermano sol, madre tierra…).
El ambiente se enriquece así en comprensión, pero también en extensión,
abarcando la globalidad de lo real.
El evangelista
Juan en su primera carta da esta definición: “Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4, i8). La Divinidad no es ente unipersonal,
soledad absoluta, sino existencia relacional, Trinidad, comunión. Y Dios, con
el mundo que crea, constituye
una estrecha unidad, no en sentido panteísta, ciertamente, sino como genuina comunión,
asumiendo este término en su sentido más amplio y, por lo tanto, no restringido
a lo interpersonal. La suerte de las cosas implica, por ello, la suerte del
hombre y viceversa, de tal modo que la explotación irresponsable del entorno natural
daña al ser humano, al igual que el deterioro de la calidad humana (exclusiones,
injusticias, economicismo…) inciden en el maltrato del ambiente.
En el Pesebre
no caben guerras, opresiones ni ecocidios. Ni arcos mineros depredadores, ni
contaminaciones atmosféricas suicidas. El “recién nacido”, divinidad incorporada,
constituye, con la ecología integral, una comunión universal.
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