Nuestro país tiene una carta magna: Constitución de la República Bolivariana de Venezuela. Es un conjunto jurídico, cuya substancia debería ser conocida por todos los venezolanos y estudiada en los institutos educativos. En otro tiempo las escuelas contaban con una asignatura llamada Moral y Cívica y en no pocas de ellas hasta se organizaban prácticas serias de república escolares.
Nuestra Constitución se ha
quedado en buena medida, lamentablemente, sólo como libro de biblioteca, porque
en la práctica se la pasa por alto. Baste a título de ejemplo dar una hojeada
al capítulo “De los derechos civiles”, en el que aparecen cosas curiosas como la
inviolabilidad de los derechos a la vida y la libertad personal, así como del
hogar doméstico y de las comunicaciones privadas. El texto constitucional
semeja así un libro de curiosidades. De allí que se estimen como pura retórica
las invocaciones a artículos como el 337 y 350 para poner las cosas en orden,
porque el capítulo referente a la Fuerza Armada (III del título VII) es letra
muerta en la praxis dictatorial del Régimen.
Ley y vida se han divorciado y la
nación reina una confusión en que los límites de lo jurídico y lo fáctico se
han diluido para terminar en un baturrillo, que el argot criollo describe como
“más enredado que un kilo estopa”. Esto afecta no sólo lo interno del país,
sino que salta al plano internacional con el reconocimiento oficial o no del
Régimen y la dualidad de representaciones diplomáticas. Venezuela aparece institucionalmente
así como un estado bicéfalo o esquizofrénico o, también y paradójicamente, como
una dictadura militar pluripolar.
Como reflejo
de lo anterior y evidencia de la crisis que sufre el país, así como del
imperativo de lograr una verdadera solución, vale la pena citar el Mensaje
de la Conferencia Episcopal Venezolana fechado en 30 de noviembre de 2020; en
él se afirma: “ El evento electoral convocado para el próximo 6 de diciembre,
lejos de contribuir a la solución democrática de la situación política que hoy
vivimos, tiende a agravarla (...) aún deben realizarse las elecciones
presidenciales, pues las del 2018 estuvieron signadas por condiciones
ilegítimas que han dejado al actual régimen, a los ojos de Venezuela y de
muchas naciones, como un poder de facto. La voluntad mayoritaria del pueblo
venezolano es dilucidar su futuro político a través de la vía electoral. Esto
implica una convocatoria a unas auténticas elecciones parlamentarias y
elecciones presidenciales con condiciones de libertad e igualdad para todos los
participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos internacionales
plurales”.
En la misma
línea este mismo año y con ocasión del Bicentenario de la Batalla de Carabobo, el
Episcopado, primero a través de su Presidencia (22 junio) y luego en plenaria (12
de julio), ha formulado la necesidad de refundar el país con la participación
de todos los ciudadanos. Una convocatoria al conjunto de los venezolanos, pues
“sólo si unimos esfuerzos y voluntades podemos sacar el país adelante. Es
urgente que cada uno de nosotros, como personas y como pueblo, contribuyamos a
la reconstrucción de nuestro país” (Exhortación de julio).
Es claro que
la refundación, dada la globalidad y hondura de la crisis, no se reduce al
aspecto político; implica también renovación, conversión en lo socio-económico
y ético-cultural. Inmensos han sido el daño antropológico y la fractura de la convivencia.
Urge una intervención especial del pueblo soberano para redefiniciones y
decisiones en aspectos fundamentales de la República. “Diálogos” sectoriales y
elecciones periféricas no bastan, ya que resultan indispensables reformulaciones
y reestructuraciones en elementos básicos de la nación. De lo constituido hay
que pasar a lo constituyente y lograr que la Constitución no se reduzca
a libro de biblioteca y rubro de exportación, sino que se convierta en instrumento
efectivo de unidad y progreso de la nación.
El
Bicentenario de Carabobo en una Venezuela oprimida y arruinada ha de ser
clarinada para la refundación de Venezuela como república, libre, próspera, fraterna.
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