La definición aristotélica del hombre como animal político obliga a sacar la política de lugar reservado para algunos y coextenderla con la vida humana en cuanto tal. Se ilegitiman, por tanto, expresiones como “la política es una cosa sucia”, “yo no me meto en política” o “la política es para tales o cuales”. Consecuencia lógica: afirmar la apoliticidad propia es ya una opción política. Algo semejante a lo que cabe decir respecto del quehacer filosófico como actividad humana.
Cuando leemos el relato de la creación en la Biblia nos encontramos con que
Dios creó al ser humano a su imagen y semejanza. (Génesis 1, 6) A ésta se la ha
identificado comúnmente como la capacidad intelectiva y volitiva del hombre, su
libertad y condición espiritual. Y algo que, si bien no explicitado con el
mismo acento, está implícito en todo ello: su socialidad, su característico
“ser para la comunicación y la comunión”.
Central y fundamental en la revelación-fe cristiana es la afirmación de la comunionalidad
de Dios, quien, en su unidad y unicidad, existe como relación interpersonal de Padre-Hijo-Espíritu.
La divinidad es, por consiguiente, sociedad, compartir, familia. Así, quien
crea a imagen y semejanza suya al ser humano no es un ser solitario sino
solidario.
Ahora bien, la socialidad humana tiene una multiforme expresión, aun antes
del nacimiento de los individuos componentes. La concepción de éstos es ya fruto
de un encuentro (de varón y hembra); y el desarrollo del hombre, desde su ver
la luz hasta la muerte, forma un tejido continuo de interrelaciones corporales y
espirituales. Robinson Crusoe se queda en simple ficción. Hay una expresión que
solemos oír, “yo me he formado solo en la vida”, la cual tiene sentido apenas
si subraya un particular esfuerzo de algunos individuos en su recorrido
existencial o, mejor, coexistencial.
La socialidad se va haciendo más compleja y amplia en la medida en que el
ser humano despliega su presencia en el mundo. Habitación y relacionamiento
crecen desde lo pretribal hasta los mega conjuntos urbanos y globales. El patio
hogareño está ya integrando en nuestro tiempo lo interespacial en un mundo
cuyos límites son elásticos ¡Cuántas sorpresas nos va dando el futuro ya
presente!
La política, que es convivir en la polis, se concreta y especializa
progresivamente en relaciones intergrupales e interinstitucionales, desde las
inmediatas hasta las que tocan el funcionamiento de los estados y entes internacionales.
Y esa convivencia se realiza en bien diversas formas de participación, entre
las cuales el protagonismo en la sociedad civil, la militancia y el liderazgo partidistas,
y en especial la función de gobierno.
Todos los seres humanos -personas en sociedad- están llamados a interesarse
y participar en la suerte, en el bien común de la polis. No a todos les
corresponde lo mismo. Pero sí todos tienen que corresponsabilizarse. Esto exige
una educación política, la cual, integrada como algo básico,
correspondiente a una vocación- tarea humana obligante, estimulará la
participación e informará sobre los varios modos de ejercerla, con conciencia
crítica y actitud de servicio.
El mandamiento máximo de Jesús, el amor, no se reduce, pues, al solo
relacionamiento con Dios ni tampoco al individual persona-persona. Ha de tener
una ineludible proyección social. En este sentido amplio hay que interpretar el
criterio de salvación o condena en el Juicio Final (ver Mt 25, 31-46).
La política no es, por consiguiente, algo optativo. Por lo demás, una socialidad
proactiva, una ciudadanía corresponsable será el mejor antídoto frente a
despotismos, populismos y cosas por el estilo. Hoy cuando se habla de refundar
la nación una revalorización de lo político es tarea urgente. Quien cree en
Dios debe cultivar en sí el ser su imagen y semejanza, también construyendo una
nueva sociedad, polis libre, fraterna, productiva, pacífica.
El Concilio Plenario de Venezuela hablando de la Iglesia en esta materia
dice algo que es bueno subrayar en aplicación humana abierta: “Los cristianos
no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y
atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural”
(Documento 3, 90).
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