El ser humano es inconforme por naturaleza. Porque Dios lo creó también espiritual, con una inteligencia y una voluntad abiertas a lo infinito. Por eso es de insaciables porqués y deseos. Y ante las realidades temporales, inevitablemente limitadas, aspira siempre a un conocimiento ulterior y una felicidad más completa.
Filosóficamente se explica, a
priori, por tanto, que la Venezuela de finales del pasado siglo no satisficiera
suficientemente. A pesar de la convivencia democrática de cuatro décadas, la
exuberancia petrolera, el aprecio internacional, las buenas andanzas de los
servicios públicos, el dinamismo de las universidades; también el pasable
equilibrio de los poderes del Estado, hasta el punto de que el país se dio el
costoso lujo de deponer un presidente, electo con abundante voto popular. Lamentablemente
se difundió una suicida anti política, que cristalizó en la aventura
totalitaria y destructora que hoy estamos padeciendo. En resumen: con no pocas
cosas positivas, junto a innegables carencias y defectos, se clausuró un siglo
y un milenio.
La Conferencia Episcopal Venezolana en
su Asamblea Plenaria de julio 2021 asumió el llamado a la refundación
nacional, planteado el mes anterior por la Presidencia del Episcopado como
“urgente necesidad”. La urgió en términos de reconstrucción, ante “la situación
de deterioro general que sufre el país”. “Para lograr dicho objetivo -agregó-
tenemos que unir esfuerzos para que haya una verdadera participación de los
ciudadanos”.
A pocos días de Primarias dirigidas a
la conformación de Presidenciales en el próximo año, estimo oportuno traer aquí
el tema de la refundación nacional planteado por los Obispos “hacia un objetivo
común que implique la liberación y desarrollo integral del pueblo”. Refundar es
una tarea que implica la integralidad de Venezuela, partiendo de las raíces
positivas más hondas y características del conjunto social e, implicando los
ámbitos económico, político y ético-cultural, sobre todo este último, que tiene
que ver con lo que pudiera denominarse el “alma de la nación”, su dimensión
moral y espiritual. El éxodo de una cuarta parte de los venezolanos y el proyecto
totalitario que se trata de imponer a los que permanecemos ad intra, no se
reduce a simples datos matemáticos y disfunciones económicas, sino que tiene
que ver con muy hondos valores como solidaridad, autoestima, libertad y
esperanza. Refundar es tomar unidos el país en los brazos y encaminarlo al futuro
como casa común, bien común compartido, “nueva sociedad” desafiante; como
patria merecedora de sacrificio e ilusión.
Bien distinta a la de una simple rica mina a explotar, una fácil riqueza
a robar y una cómoda dictadura a imponer.
La Constitución de la República
Bolivariana de Venezuela, convertida actualmente en simple recurso
literario y burladero de tropelías legales, se aprobó hace un cuarto de siglo
con el expreso propósito de “refundar la República”. Esta afirmación, que en
los advenedizos gobernantes disfrazaba objetivos totalitarios, se expuso en el Preámbulo
y los Principios Fundamentales como un conjunto de mandatos y
orientaciones que dibujaban un estado ideal, una república envidiable y un
gobierno maravilloso, los cuales como buenos deseos continúan vigentes en estos
momentos pre Primarias y Presidenciales. Su positividad intrínseca es la razón
por qué en un pequeño libro mío sobre Doctrina Social de la Iglesia los
he insertado como iluminador anexo, junto a la Declaración Universal de
Derechos Humanos de 1948 y varios elementos básicos de una “nueva sociedad”
afirmados por el Concilio Plenario de Venezuela.
Concluyo estas líneas con el reto planteado
por el Papa Francisco el primero de enero de este año y citado pocos días
después por la asamblea de la Conferencia Episcopal Venezolana: “(…) no podemos
quedarnos inmóviles, no podemos permanecer esperando a que las cosas mejoren.
Hay que levantarse, aprovechar las oportunidades que nos dan la gracia, ir,
arriesgar. Es necesario arriesgar” (Exhortación, 13 enero 2023).
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