Al famoso Muro de Berlín pude seguirlo también presencialmente en diversos momentos durante su existencia (13. 8. 1961-9. 11. 1989). Estuve en dicha capital antes, después de la construcción y también luego de echado abajo ese monumento de vergüenza.
Me encontraba en Múnich cuando
las emisoras de radio comenzaron a transmitir, con dolor y furia, el ruido de
taladros rompiendo calles berlinesas para construirlo. Y en 2011 pude compartir
en Berlín la conmemoración del 50º aniversario del infausto inicio.
Construido el Muro, confieso que
no me ponía el problema de su extinción, como tampoco el de la caída del
comunismo que el mismo simbolizaba, porque “problema que no tiene solución no
es problema”. La duración del dominio soviético -aunque realidad histórica y,
consiguiente temporal- se proyectaba como algo de impredecible término por la
naturaleza del sistema totalitario. Su defunción fue, con todo, sorpresiva; un
tsunami popular se desencadenó de repente para tumbar el muro, en lo cual hasta
algunos de los guardias que lo aseguraban colaboraron en el desmantelamiento.
Claro está, factores de resistencia trabajaban en silencio y con paciencia, pero….
En mi imaginación yo no concebía
un ocaso pacífico del muro y del sistema que simbolizaba. La STASI (organismo
de seguridad) y la nomenklatura férrea no podrían desaparecer en paz; me
figuraba un cambio bien conflictivo, pintado con bastante sangre, con
innumerables víctimas y consecuencias desastrosas. Ya había presenciado la
“Cortina de hierro”, con su instrumental amenazante y disuasivo, también en zona
agrícola, en la frontera de la Alemania Federal con Checoeslovaquia.
¿Qué paso entonces? Los creyentes
utilizamos con frecuencia la palabra milagro para calificar hechos
mundanamente inexplicables. Pues bien, cayó el Muro y no supe de ningún
enfrentamiento, así como de ningún humano fusilado, ahorcado o cosa semejante.
Hubo, en cambio, música, lágrimas pero de alegría, alborozo de rencuentros,
fuegos artificiales … Parece que la tierra hubiese engullido de repente los bloques
de concreto, los policías apertrechados y vigilantes para evitar fugas. La
reunificación alemana comenzó a caminar presurosamente, superando diferencias y
obstáculos.
Todo ello configuró un cuadro
diferente a la caída de la ciudad de Berlín en 1945, en manos del avasallante ejército
soviético. Bastantes films y videos están a pública disposición para percibir
esa victoria-tragedia. Personalmente pude contemplar tiempo después un Berlín
con más o menos 80 por ciento en el suelo. Con los previos inclementes bombardeos anglo norteamericanos
y la avasallante entrada de la armada roja la esplendorosa capital del Reich
quedó hecha una miseria. Hitler en su soberbia había preferido enterrarse con
su imperio antes que perderlo. “Por las buenas o por las malas” lo proyectaba por
mil años. “Había llegado para quedarse”, con la esvástica ondeando desafiante en
suelo ario.
Hago memoria de estas cosas
porque dicen que la historia es maestra de la vida. Y que quien no sabe de dónde
viene no sabe hacia dónde va.
Venezuela vive hoy una situación sumamente
crítica. Bajo una dictadura de corte totalitario, y urgida de cambio hacia una convivencia
como la ordena la Constitución patentemente en su Preámbulo y sus Principios
Fundamentales. Y, sobre todo, como Dios la quiere: libre, justa, fraterna, pacífica. La nación
tiene ante sí unas elecciones bastante próximas en las cuales el soberano
debe-debería libremente decidir.
¿Cómo serán el cambio y la
transición? ¿Como la caída pacífica del Muro o como el suicidio del Fuhrer y el
desmantelamiento de Berlín? Estos días y semanas son claves. ¿Se abrirá paso en
el Régimen la racionalidad, un talante realista y humanista, o se radicalizará
una voluntad continuista, represiva, excluyente y destructora?
Quien puntea hoy las encuestas
tiene felizmente un espíritu amplio y una palabra dialogante, que responden a
un anhelo nacional. Unas elecciones libres, en un ambiente de mutuo respeto, abrirían-deben
abrir el camino al cambio-transición que la nación urge y Dios quiere: hacia Venezuela como ámbito de encuentro y
casa común.
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