lunes, 22 de septiembre de 2025

DIMENSION POLÍTICA DEL EVANGELIO

 

    ¿Qué misión recibió de Jesús la Iglesia como congregación de creyentes?  La respuesta la sintetiza el evangelista Marcos en palabras dirigidas por Cristo resucitado a sus apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16, 15). La misión consiste, pues, en la evangelización, es decir, la comunicación de la buena noticia.

    Esta evangelización como aparece en el citado texto bíblico y otros paralelos como Mateo 28, 19, comprende no sólo la predicación de la buena nueva, sino otras actuaciones, como el bautismo, que configuran y manifiestan la comunidad cristiana.

    Estas tareas básicas, objetivos específicos de la misión de la Iglesia, constituyen las dimensiones de la evangelización, que pueden concretarse en seis y constituyen un conjunto orgánico de elementos interrelacionados y complementarios, como son: la proclamación de la buena nueva,  la formación de la fe de los creyentes, la celebración litúrgica de esta fe, la organización de la comunidad con sus diferentes servicios,  la puesta en práctica individual y social del mandamiento del amor, y el diálogo con los que no comparten la misma fe. Desde sus primeros momentos la congregación de los seguidores de Cristo se fue manifestando y multiplicando con esta variedad de objetivos. Ya en la primerísima comunidad surgida en Jerusalén a raíz de Pentecostés (efusión del Espíritu Santo y primera predicación de Pedro) se percibe esa diversidad de tareas.

    Quisiera a continuación detenerme en el quinto objetivo, la solidaridad fraterna. La primera narración sobre una comunidad cristiana la ofrece el libro de los Hechos de los Apóstoles; allí aparece que los cristianos compartían sus propiedades y sus bienes (2, 44-45) y “ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (4, 32). Se expresaba así una completa solidaridad inicial, en la cual la convivencia real iría imponiendo sus condiciones y limitaciones. Pero el ideal de comunión estaba definido.

    La fe y la praxis cristianas han de tener una expresión concreta de compartir efectivo en el ámbito social. El amor cristiano no es para quedarse en lo sólo espiritual, en proximidad afectiva; ha de reflejarse en real coparticipación en el tener (economía). Desde los primeros tiempos se vino precisando “la destinación universal de los bienes” como uno de los principios básicos de la enseñanza social de la Iglesia. Indispensable tarea en la aplicación de ese principio es conjugar idealismo y realismo en el escenario histórico siempre en movimiento.

    Lo dicho sobre el tener (lo económico) ha de aplicarse -en el modo y medida que corresponde- al poder (lo político) y a la calidad de vida (lo ético-cultural), es decir, al conjunto de la sociedad o polis, comenzando por las agrupaciones primarias como la familia y el vecindario.

    La fe, lo cristiano, la Iglesia tienen, por tanto, en lo real concreto un campo obligante de trabajo. No son factores alienantes de lo socio-histórico como decía Marx, sino, al contrario, positivamente comprometedores y de lo cual los humanos seremos examinados en el Juicio Final, según lo anunciado por Jesús (Cf. 25, 31-46). 

    El Papa León XIV ha dicho recientemente que la Doctrina Social de la Iglesia no es optativa para la comunidad eclesial, comenzando por su jerarquía y privilegiando al laicado. Y con mucha razón. Lo cual significa que contribuir a la edificación de una “nueva sociedad” (economía solidaria, política democrática, cultura de calidad humana) obliga a todos los cristianos. La Iglesia existe en polis como campo de ejercicio de su misión. Por ello es ineludiblemente política (con modalidades según sectores eclesiales, vocaciones, circunstancias y oportunidades), consecuente con el mandamiento máximo del Señor.

    Esto sea dicho especialmente cuando surgen regímenes de corte totalitario como el actual venezolano, que se creen dueños de la economía, hegemones de la política y gestores de lo cultural. Consideran la totalidad de lo social como propiedad de autoridades públicas y colectivos partidistas.

    Hoy más que nunca el cristiano ha de tomar conciencia de su obligante protagonismo histórico-cultural. Siempre en apertura dialogal y corresponsable. 

miércoles, 17 de septiembre de 2025

ESQUIZOFRENIA POLÍTICA

 

    Definiendo de modo bien perceptible y desde el inicio su nombre pontificio, el sucesor de Francisco está ofreciendo orientaciones sólidas y actualizadas en materia de de Doctrina Social.

    La caída del Muro de Berlín descompuso en el campo marxista dogmas ideológicos y pretendidos fatalismos históricos. Lo cultural surgió como algo serio respecto del pretendido determinismo económico y la “eternidad” socialista tuvo que sincerarse con su condición histórica. Esto llevó a una metamorfosis doctrinal y práctica que está en pleno desarrollo.

    En la acera del frente, luego de un cierto triunfalismo -alguno hasta habló del “fin de la historia”- se ha tomado progresiva conciencia de que no sólo el comunismo amenaza con su materialismo y totalitarismo la construcción de una nueva sociedad, sino que ésta reclama una revisión a fondo en los ámbitos económico, político y ético-cultural. Un humanismo integral exige ser actuado desde varios ángulos dada la complejidad del ser humano.

    En el campo democristiano el derrumbe del Muro llevó también a crisis y reformulaciones y mostró sensibles carencias y vacíos. La guerra fría había simplificado interpretaciones, diluido cambios y retardado respuestas; los factores culturales no habían sido objeto de la necesaria atención. En cuanto a la Iglesia, se ha experimentado un innegable aggiornamento y apertura a lo social pero ha faltado mayor coherencia, realismo y articulación en cuanto a lo operativo. Fácil proclamación y poca aplicación.  

    El Papa León ha subrayado recientemente en recomendaciones a políticos franceses elementos básicos para una praxis más auténtica e integrada de vida cristiana y actuación social, mayor correspondencia efectiva en la relación fe-política.

    Esquizofrenia es un término simple y útil para esquematizar la doblez de comportamiento con respecto a lo “privado” y “público”. Y en lo concerniente a los cristianos en un divorcio entre vida de fe y actuación ciudadana. Extremando las cosas se podría decir que para no pocos -creyentes y no creyentes- la política es un terreno del “sálvese quien pueda”. Verdad, justicia, honradez, delicadeza, bondad y misericordia, entre otras, son categorías que a menudo poco o nada constituyen imperativos efectivos para un político profesional. No resulta difícil identificar las consecuencias de una tal esquizofrenia. La arena político-partidista parece convertirse en un “campo de nadie” en que cualquier procedimiento se justifica, con tal de salir adelante en elecciones, progreso de agrupaciones de partidos y éxitos de gobernantes.    

     Es indudable que el quehacer político y lleva a necesarias precisiones y matices en la interpretación y práctica de lineamientos éticos. Pensemos en lo referente al decir la verdad con respecto al poner sobre la mesa pública estrategias y prácticas que exigen reserva y confidencialidad. Así como en el inevitable asumir costos sociales en determinadas decisiones administrativas. Una ética política seriamente asumida debe tener presente lo peculiar y desafiante del campo que se maneja. Todo ello lleva a programar la formación política no sólo en términos de pragmatismo operativo, sino de autenticidad personal y social. Eficacia y licitud no son sinónimos. Pero así como vicios no escasean, afortunadamente ejemplos no faltan. En todo caso el deber-ser no es simple materia de resultados y encuestas.

    Lo anterior lleva a recalcar la necesidad de la dimensión ética en la educación y praxis política. Y esto tiene una significación y consecuencias peculiares para el político cristiano, que ha de concebir su conducta personal como “ejemplar” en lo testimonial y educativo. Tanto individualmente como en grupo o institución.

    Formarse en Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y actuar en esta línea resulta entonces tarea obligante para todo miembro de la Iglesia. León XIV la ha calificado como no opcional. Y esto vale para todos, laicos y clérigos. Para los cristianos individuales y sus comunidades, comenzado por la familia, primera escuela. 

    La DSI se funda en la ley natural, la cultiva en la Iglesia, compromete y perfecciona al cristiano y se abre como positiva invitación a todo humano que quiera construir una “nueva sociedad”.