sábado, 7 de septiembre de 2024

POLITIZACIÓN NECESARIA

 

Refundación nacional, ha sido un término acuñado por el Episcopado nacional en la presente circunstancia histórica para subrayar la necesidad de enfrentar cuestiones básicas del país, tomando en cuenta el historial de nuestro pueblo, elementos fundamentales de su cultura y el futuro deseable.

Rayo de esperanza en un presente oscurecido por densas sombras ha sido la multitudinaria decisión del 28 de julio pasado en pro de un cambio efectivo de la nación hacia un futuro democrático y de reencuentro ciudadano. Se votó por la superación de décadas de destrucción y de la honda crisis de la República. Entusiasta y global ha sido la manifestación popular hacia una convivencia en justicia y libertad, en paz y progreso consistentes, valores que están plasmados en el Preámbulo y los Principios Fundamentales de nuestra Constitución pero, desgraciadamente, son objeto de flagrante y constante violación por parte del autodenominado Socialismo del Siglo XXI, reedición maquillada del socialismo real.

Cabe hablar, por consiguiente, en la presente circunstancia venezolana, de la necesidad de una refundación política. A ésta podría formulársela en términos de formación, conciencia, praxis. Para ello es preciso, ante todo, identificar el sentido primigenio de política, para, desde allí, plantear algunas exigencias y desiderata en el campo educativo y operativo.

Lo primero que resulta indispensable lograr es una desmitificación de lo que se entiende por política. Ésta, en efecto, ha llegado a ser considerada tan peculiar y sectorial dentro de lo social, hasta entenderla como preocupación y tarea de unos pocos, como ocupación tentadora para manipuladores del poder y peligrosa para gente honesta. Ello ha conducido a pensar que quienes se ocupan de menesteres culturales, espirituales y religiosos, han de guardarse bien y no “meterse en la política”, ámbito rico en contaminación y distractivo de las realidades últimas. Esta advertencia se formula como un consejo sabio, particularmente para quienes tienen la responsabilidad de guiar grupos humanos hacia altos fines éticos y espirituales.

Urge actuar un “giro copernicano”, un “salto cualitativo” o “cambio substancial” en esta materia. Lo que intenta expresar aquí el vocablo “desmitificación”. Ello conduce a interpretar la política como algo normal, necesario, ineludible, al hablar de sociedad, cultura, historia. Y al estructurar una antropología integral, formular una ética y una espiritualidad genuinamente humanas, y fraguar una auténtica religiosidad.

Cuando habló Aristóteles del hombre como animal político (ser que emerge, actúa y se desarrolla en con-vivencia, polis), conceptuó la política respecto de los humanos como el agua para el pez. Podemos decir, por tanto, que uno no se “mete en la política”, sino que la política está metida necesariamente en uno, de cualquier clase, condición, ocupación o etc. que sea.

Y si quien reflexiona u ocupa de estas cosas es un cristiano, le resulta imperativo recordar algunas verdades básicas: Dios Unitrino, comunión, creó al ser humano como ser-para-la-comunión, es decir, como ser social, político, llamado a tejer convivencia, a compartir y desarrollarse en polis (ciudad). Resulta muy significativo y coherente al respecto, que el mandamiento máximo evangélico es el amor, tejedor de projimidad. El creyente está llamado a construir la polis terrena, histórica, como preparación de la Jerusalén celestial, de que hablan los dos últimos capítulos del Apocalipsis.

Refundar a Venezuela requiere, por tanto, como algo prioritario, politizar la conciencia y el actuar del venezolano. De todos los venezolanos. Formar y exigir su corresponsabilidad en el ser y destino de la política nacional, dentro de la variedad de formas en que puede actuarse (ya en la sociedad civil, ya en la militancia partidista o en el ejercicio del poder; y, tratándose de religión, ya como persona individual, ya como comunidad creyente, o como del sector jerárquico). Nadie, sin embargo, se queda o puede quedarse fuera.

Los humanos somos, pues, inevitablemente políticos y el bien-ser y bien-estar de la polis (convivencia, sociedad), es, para todos, obligante quehacer.

 

jueves, 22 de agosto de 2024

FE Y CULTURA

 

“Una fe que no se convierte en cultura es una fe no acogida en plenitud, no pensada en su totalidad, no vivida con fidelidad”. Así se expresó Juan Pablo II al instituir el 20 de mayo de 1982 el Consejo pontificio para la cultura.

El término cultura se entiende aquí, no en un sentido restringido, sectorial, reduciéndolo a un ámbito “elitesco” como sería el literario o artístico. Designa, antes bien, la totalidad del quehacer humano, englobando así lo cotidiano y popular junto a lo que puede considerarse más refinado. Es así como al hablar de la cultura venezolana se entiende un conjunto que tiene que ver con las actividades tanto del Museo de Bellas Artes como también con las del Mercado de Quinta Crepo de Caracas. Es la razón igualmente por la que dicho término se utiliza en singular y en plural para denominar unidades diversas y complejas cuando, por ejemplo, hablamos de la nueva cultura y las culturas regionales.

La fe no es para quedarse en una adhesión individual o colectiva aislada, sino que ha de permear lo personal y social en sus diversas manifestaciones y recoger las variadas expresiones de la existencia personal y comunitaria. De este modo se puede decir que está llamada a cubrir la oración y la política. El hogar y la plaza pública.

La fe es una adhesión espiritual exigida a no agotarse en una vivencia íntima ni en una relación vertical y aislada con Dios, sino que, particularmente la cristiana, integra a la persona en una comunidad creyente y en un tejido relacional humano-divino. Una expresión que se suele oír, en un contexto individualista, es la de que “yo me las entiendo con Dios”. Pues bien, Dios -y esta vez asumido en marco cristiano- es Trinidad, comunión, amor, que ha creado al hombre como ser social y ha querido salvarlo no aisladamente, sino en un conjunto creyente, que es la Iglesia (“pueblo de Dios”), la cual tiene la misión universal de evangelizar.

Sobre este tema de la fe, con su carácter relacional y su expresión cultural, contamos con un documento nacional circunstanciado y de gran valor como es Evangelización de la cultura en Venezuela. Éste, producido por el Concilio Plenario de este país en 2005 y elaborado con la muy útil metodología del ver-juzgar-actuar, conjuga acertadamente aspectos de investigación, reflexión y operatividad en una dinámica actualizada transformadora.

La frase de Juan Pablo II citada al inicio de estas líneas constituye un verdadero desafío, de especial resonancia en este tiempo universal de cambio epocal y muy peculiar venezolano. En éste, por la crítica situación nacional de los últimos decenios y también porque en nuestra historia republicana la relación fe-cultura ha sido más bien débil por lo belicoso del acontecer y las ideologías dominantes. En orden a una respuesta positiva la figura del doctor José Gregorio Hernández resulta modélica y estimulante: él constituyó una respuesta existencial a la penuria científica, al filosofismo positivista y a la postración social.

Con respeto a la vida y el compromiso del creyente cristiano en el contexto cultural el documento arriba citado del Concilio Plenario distingue acertadamente entre inculturación del evangelio y evangelización de la cultura. Éstas son como las dos caras de una misma moneda; la una subraya el aspecto receptivo (asumir, incorporar) y la otra el activo (transformar, aportar) con respecto a la realidad histórica. Pensemos en lo que sucedió en el encuentro original del cristianismo con su entorno judío y el marco helenístico-romano. La historia del cristiano y su Iglesia ha sido un continuo desafío de adaptación y cambio. El inicio de la Carta de san Pablo a los Romanos es muy interpelante al respecto (1, 18-32). 

El creyente está llamado a encarnar su fe en una situación histórica concreta, simultáneamente con su compromiso de transformar la situación con los valores del evangelio. Como dos actuaciones que se han de conjugar en la unidad de un mismo quehacer. El resultado a través del tiempo no ha sido igual; ha dependido de la lucidez y autenticidad del creyente y de la comunidad Iglesia. El ser humano es hacedor -paciente y agente- de historia.

 

 

viernes, 9 de agosto de 2024

DOCTRINA SOCIAL A LA MANO

 

    La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (citaré como CIGNS) es el documento 3 del Concilio Plenario de Venezuela y constituye una especie de manual de Doctrina Social de la Iglesia (DSI) en coordenadas nacionales.

    El referido Concilio (2000-2006) se coextiende temporalmente en realización y aplicación con el sistema Socialismo del Siglo XXI, que se ha tratado de imponer al país por un cuarto de siglo, violando principios y normas establecidos en la Constitución. Fáciles actualizaciones hacen de tal documento  conciliar CIGNS una orientación muy útil en el campo del compromiso social en perspectiva cristiana. Valga aquí como introducción al mismo, el siguiente planteamiento que él destaca:

    “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor.  Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (CIGNS 90).

    Lo que el marxismo achaca a la religión, no tiene aplicación en el caso del cristianismo auténticamente entendido y practicado. Una de las seis dimensiones de la evangelización (misión de la Iglesia en este mundo concreto), consiste precisamente en el imperativo de contribuir a la construcción de una nueva sociedad, algunas de cuyas notas específicas recuerda el documento conciliar como veremos a continuación. Desde ahora sea dicho que cuando en la Iglesia se habla de opción por los pobres como exigencia cristiana, no hay que entenderla simple y primariamente como ayuda a los necesitados de facto, sino como praxis efectiva para evitar el flagelo, mediante un trabajo consciente y esforzado por una sociedad justa y solidaria, desde los ámbitos menudos e inmediatos hasta los más amplios y globales.

    En cuanto a fundamentación doctrinal el documento parte de una noción a) de Dios, no ciertamente la del absoluto y solitario de la Ilustración, sino la del “Dios amor” (ver 1Jn 4, 8), b) de su Hijo Jesucristo, quien se autoidentifica con el prójimo y, por cierto con el más necesitado (ver su narración del Juicio Final en Mt 25, 31-46). Igualmente, c) del Reino (o Reinado) de Dios, referencia central de la “buena nueva” y de la misión de la Iglesia, el cual se edifica también, ya desde la historia, mediante la edificación de una convivencia libre, justa y fraterna (nueva sociedad o civilización del amor).

    Puntos fundamentales de la DSI y que aparecen claros en el documento CIGNS son:  la dignidad y centralidad de la persona en el tejido social; el carácter intrínsecamente social del ser humano; el bien común como eje rector y meta en el actuar social económico, político y ético-cultural; el destino universal de los bienes y la función social de la propiedad, orientadores de un desarrollo integral; el sentido humano y humanizante del trabajo; la tríada interrelacionada y altamente interpelante de solidaridad, participación y subsidiaridad.

    Tres temas merecen una mención aparte: los derechos humanos y su condición de “eje central de toda actividad de defensa y promoción en el ámbito social y ético cultural (Ibid. 108); la política como actividad positiva ineludible humana y cristiana -superando concepciones restringidas, elitistas y aun negativas- con particular exigencia para los laicos (seglares); la cultura en su sentido englobante social, que totaliza y entreteje el compromiso humano y su quehacer histórico.

    Por cierto, que la metodología asumida por el documento CIGNS es la del ver-juzgar-actuar, que permite un tratamiento de los temas desde un ángulo situacional bien concreto y estimulante. Ello permite, entre otras cosas, que la parte relativa a la acción adquiera un sentido operativo bien realista y muestre de modo ejemplar cómo la DSI ha de impulsar de modo efectivo la edificación de una nueva sociedad, que, en cuanto histórica, ha de pensarse y actuarse en perspectiva de revisión y perfeccionamiento continuos.

 

miércoles, 7 de agosto de 2024

Libro Renovación eclesial a la luz del Concilio Plenario de Venezuela. 2da Edición.

     La Conferencia Nacional de Laicos de Venezuela (CNL) como lugar de encuentro de laicado venezolano en orden a su misión evangelizadora, se convierte en organismo de referencia, enlace y diálogo. En este orden de ideas, persigue la participación activa de los laicos en el desarrollo de programas sociales, educativos y pastorales, así como también, su presencia evangelizadora en la sociedad.

     Estos propósitos se enmarcan en la necesidad de promover el interés intraeclesial, de religiosos, clérigos y dirigentes laicos, para trabajar en comunión por los problemas y nudos críticos de la sociedad, desde la dimensión social y política del Evangelio.

     Como respuesta a lo anterior, la Conferencia Nacional de Laicos presenta en esta oportunidad, como parte de su programa de publicaciones, el presente Libro escrito por Monseñor R. Ovidio Pérez Morales, Viceasesor de la CNL, que se ofrece como un servicio a la Nueva Evangelización, una 6 breve síntesis de diez elementos claves del Concilio Plenario de Venezuela (CPV). El orden en que presenta el autor dicho Decálogo constituye un excelente instrumento de estudio que busca sintonizarnos de forma didáctica con el trabajo misionero, donde todos los bautizados debemos participar, destacando de manera importante, la acción del laico de colaborador a protagonista, evangelizar la cultura y la dimensión social de la evangelización, fuente de renovación eclesial y conversión.

     En esta nueva entrega de Monseñor Pérez Morales a la Iglesia de nuestro país, resaltamos su gran labor como pastor y su entrega incondicional a la CNL. Que el lector de este documento, aproveche cada uno de los puntos de este Decálogo, espacio de reflexión y acción en el camino de la evangelización. En la Exhortación Apostólica Evangelli Gaudium –La Alegría del Evangelio– el Papa Francisco plantea: …Cada uno de los bautizados, cualquiera que sea su función en la iglesia y el grado de ilustración de su fe, es un agente evangelizador… La nueva evangelización debe implicar un nuevo protagonismo de cada uno de los bautizados (EG. 120).

Para seguir con la lectura, puede hacer clic en el siguiente título: Renovación eclesial a la luz del Concilio Plenario de Venezuela. 2da Edición

martes, 30 de julio de 2024

OBISPOS ANTE 28J

 

“El día 28 de julio debe ser un día de fiesta democrática” ¿Quién lo dice? Los obispos de Venezuela reunidos en asamblea plenaria, mediante su mensaje titulado Caminar juntos con esperanza (11. 7. 2024).

Al hacer esta invitación, ellos no ignoran que hay profetas del desaliento” (para quienes “nada se puede hacer”, “nada cambiará”) y que el acontecimiento de julio “es un proceso electoral atípico, en el que no hay igualdad de oportunidades para todos”. Pero sobre todo manifiestan la confianza en Dios, reafirmada con la cita del profeta Isaías: “No temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré” (Is 41,10). Y al final del mensaje invocan a Dios, Trinidad Santísima, y a la Patrona nacional, María de Coromoto, para que inspiren mentes y corazones y así “tomar el camino más certero en los próximos años de vida democrática en nuestra patria”. 

Los obispos manifiestan estar bien conscientes de la situación del país al recordar:  la “grave crisis que golpea al pueblo”, “deterioro constante en los sistemas educativo, alimentario, de salud, de servicios públicos, de participación ciudadana, de justicia y de libertades tipificadas en la Constitución Nacional” y una autorreferencialidad de instituciones públicas que sirven “sólo a una parcialidad política”. A esto añaden “la persecución y el hostigamiento a quienes facilitan instrumentos necesarios para las concentraciones y la libertad de movimiento de candidatos con opciones diversas a la opción gubernamental”, de modo que “es desleal y falta de toda ética política lo sucedido hasta ahora”. Pudieran haber agregado aquí el drama de los presos políticos, que habían denunciado ya anteriormente.

A dos instituciones públicas claves en el proceso electoral hacen los obispos exigencias muy concretas: a la electoral y a la militar. Al Consejo Nacional Electoral lo emplazan: “Es hora de que ejerza su autonomía e independencia (…) y vele por un acto electoral ajustado a la Constitución Nacional y normas electorales. No pueden quedar dudas del proceso y de los resultados en bien de la paz y serenidad del pueblo venezolano”. Y a la Fuerza Armada, cuyo papel “es fundamental como garante de la institucionalidad democrática (… y) su misión consiste en servir al pueblo soberano, respetando y haciendo respetar la voluntad popular expresada en el voto, y garantizando el orden y la paz en todo el territorio nacional”.

La especial importancia de estas elecciones presidenciales  la pone de relieve el Episcopado cuando afirma: “En el próximo período de gobierno hay retos de primer orden para quien salga elegido: la reinstitucionalización del Estado y del País, promover la separación de los poderes del Estado, la promoción y respeto a los derechos humanos, el diseño de una nueva economía que genere puestos de trabajo y salario digno, el mejoramiento de los servicio públicos, reconfigurar el sistema educativo (…) fortalecer el sistema de salud para una atención digna y eficaz a los enfermos, luchar contra la pobreza y la corrupción, promover el respeto a la libertades ciudadanas y de expresión”. A esto podríamos añadir: repoblar el país procurando el regreso de tantos y el cese de la masiva emigración.

Elogio de la democracia y valoración de la política. Son dos aspectos de particular insistencia en el documento episcopal. Y fundamentales para la refundación del país. En este sentido los obispos subrayan la necesidad de una efectiva participación ciudadana y la obligación moral que esto implica; citan oportunamente advertencias y recomendaciones del Papa Francisco. Se recalca el reto de un serio compromiso para hacer de la política “una herramienta para el progreso y la convivencia solidaria”.

Cuando los obispos venezolanos invitan a convertir el 28 Julio en “un día de fiesta democrática” no lo hacen en un arranque de entusiasmo y deseo superficiales, sino conscientes de la gravísima crisis nacional y de los muy desafiantes desafíos que ésta plantea; pero también y sobre todo, confiados en el auxilio divino y en las potencialidades de nuestro pueblo para retomar su vocación y obligación de soberano democrático.

 

 

 

 

 

 

jueves, 11 de julio de 2024

CIUDADANO DE DOS MUNDOS

 

De acuerdo a la antropología cristiana se puede hablar del ser humano como ciudadano de dos mundos.

Una carta de san Pablo en la que habla con bastante emoción de esta doble ciudadanía fue escrita desde una cárcel y, por cierto, en la perspectiva de una pronta ejecución. Es la llamada Epístola a los Filipenses, en la cual el Apóstol refleja una aguda tensión existencial entre el seguir viviendo -“permanecer en la carne” dice él- o morir y estar con Cristo, lo cual, agrega, “resulta lo mejor”. Junto a reafirmar su actual compromiso de servicio a la comunidad cristiana, a la cual se ha entregado con todas sus fuerzas en un continuo peregrinar, Pablo declara que “nuestra ciudadanía (políteuma) está en los cielos”; afirma, por tanto, su pertenencia a dos mundos como miembro de dos polis: la terrena, en la cual no descansa como incansable misionero, y la celestial, que espera como plenitud definitiva. Dos ciudades no simplemente yuxtapuestas, sino en estrecha conexión.

Sobre la relación de estas dos ciudades es bien iluminadora la narración del Juicio Final, la cual, según el evangelista Mateo (25, 31-46) hace el mismo Jesús. Allí aparece como patente criterio de tal juicio las actitudes y comportamientos tenidos en este mundo respecto del prójimo, especialmente del más necesitado. En efecto, los que resultan aprobados, lo son porque han dado de comer al hambriento, visitado a los presos y socorrido a los enfermos, entre otras obras de solidaridad; y los que salen reprobados, la causa ha sido su indiferencia respecto del prójimo en situaciones similares.  Es decir, que el buen o mal ejercicio servicial de la ciudadanía terrena es el documento de aprobación o rechazo de la entrada a la Jerusalén celestial.

Contrariamente a la interpretación marxista que considera lo religioso como alienante, en el compromiso temporal de apertura o cierre solidarios se juega la suerte eterna del ser humano; Jesús se declara como escondido o disfrazado en el prójimo, particularmente en el más débil: “cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40).  Para entender adecuada y proactivamente este pasaje evangélico, es preciso proyectar en dimensiones mayores las obras a que hace referencia. Es preciso entenderlas no sólo respecto del servicio pequeño y de persona a persona, sino también en la perspectiva persona-comunidad y macrosocial. Así se interpretarán también, como obras que quiere y manda Dios, las buenas políticas alimentarias, habitacionales y carcelarias.

Esta escena del Juicio Final es una enseñanza interpelante acerca del comportamiento en el ámbito de la convivencia, en la correspondiente responsabilidad política. La relación de obediencia y amor a Dios, que es Trinidad, comunión, no se reduce a un encuentro privado, intimista, verticalista, sino que envuelve una atención integral al prójimo, especialmente el más requerido de atención. Contra toda interpretación alienante, las dos polis en que se encuadra el ser humano guardan estrecha relación, como aparece también en otros pasajes del evangelio, entre los cuales la parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 19-31).

¿Dónde está tu hermano? Esta pregunta formulada por Dios al fratricida Caín en los albores de la humanidad, según relata el Génesis (4, 9), es la permanente pregunta que hemos de sentir como formulada a nosotros los humanos por un Creador que nos hizo sociales y miembros de una gran familia, en la cual estamos llamados a reflejar la bondad de quien quiso fuésemos su imagen y semejanza.

La narración del Juicio Final resulta entonces una exigencia muy concreta para los cristianos respecto de la construcción de una nueva sociedad, libre, solidaria, pacífica, sabiendo que en el buen ejercicio de la ciudadanía temporal, se juega la suerte de la polis celestial. Un escritor de la Iglesia de los orígenes, Ireneo, escribió algo sumamente aleccionador y desafiante: “La gloria de Dios es que el hombre viva”.

jueves, 4 de julio de 2024

DE QUÉ DIOS HABLAMOS

 

Definitoria en el cristianismo es la confesión de fe en la Trinidad, que es central en el Credo o síntesis de la fe. Por cierto que el Papa Pablo VI quiso destacar esa trinitariedad divina en el Credo del pueblo de Dios que él mismo proclamó en 1968 y el cual comienza así:” Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.

Ahora bien, esta característica trinitaria de la fe cristiana no es tan simple como a primera vista pidiera aparecer. Aquí es preciso diferenciar entre lo que explícitamente se confiesa y lo que se implicita en la reflexión y vida ordinaria de la Iglesia y de los creyentes. En otras palabras: ¿Qué noción de Dios se maneja en la cotidianidad de los cristianos? ¿Qué concepto de Dios se tiene en mente al orar, al relacionarse en la comunidad creyente y conducirse en la vida ordinaria de la ciudad? A propósito de preguntas como éstas se suele mencionar al filósofo Kant, quien estimaba que lo trinitario divino no tenía incidencia práctica alguna; conviene también recordar lo dicho por el connotado teólogo católico Karl Rahner, alemán también, para quien si se eliminara el dogma trinitario en los libros de teología nada cambiaría en el pensamiento y la vida de los cristianos. En otras palabras: la seriedad y solemnidad de la afirmación doctrinal de la Trinidad se quedan bien confinadas en lo teórico, sin que tengan significativo reflejo en lo vivencial creyente y eclesial. Algo, pues, bien serio.

De hecho la idea de Dios que manejan generalmente los cristianos viene entonces a coincidir con la de la Ilustración o Iluminismo del siglo XVIII -pensemos en connotados representantes como el inglés A. Collins y el francés Voltaire-; esa corriente de pensamiento afirmaba la existencia de Dios, pero sin reconocerle repercusión alguna en la historia. Se aceptaba a Dios como ser absoluto, sí, pero solitario y lejano del acontecer histórico. Éste era tarea sólo de la razón y la voluntad humanas.

Uno de los indicadores más significativos de la renovación teórica y práctica católicas de estos últimos tiempos ha sido precisamente la “recuperación” de lo trinitario divino. Expresión emblemática de ésta ha sido la concepción del Concilio Vaticano II respecto de la comunidad eclesial como “Iglesia de la Trinidad” (cf. Lumen Gentium 2-4), superando la interpretación corriente, que la definía prácticamente sólo por su relación a Cristo, Hijo de Dios encarnado.

La Trinidad entendida como comunión (unión, interrelación personal) divina, superando una concepción que pudiera considerarse sólo principista o sectorial viene a convertirse en marco global de comprensión del conjunto doctrinal y práctico cristianos; algo así como foco iluminador y sentido de la totalidad que se asume en la fe.  Dios como comunión (amor) se convierte de tal modo en el principio explicativo de la globalidad cósmica, la dinámica unificante de la historia, la socialidad humana, el tejido político, lo comunitario eclesial, el horizonte amorizante de lo ético, el núcleo armonizador de la espiritualidad, en suma, la finalidad (telos) de la obra creadora y salvadora divina.

La cultura, que de por sí es un tejido de símbolos, en su configuración actual puede definirse como doblemente simbólica - “civilización de la imagen” se la ha llamado-. Pues bien, el Dios revelado por Cristo como Unitrino, tiene en el triángulo equilátero -con sus tres ángulos y lados distintos e iguales- un símbolo apto para ser representado. Es lo que exponía el P. J. Rafael Faría en su Curso superior de religión (Editorial Librería Voluntad S. A., Bogotá 1945), bastante difundido. Extrañamente después del Concilio Vaticano II ha desaparecido práctica y lamentablemente tal simbolismo trinitario, el cual estimo, de suma importancia y urgencia, recuperar y difundir. Esto vendría a llenar un gran vacío en la cultura actual, acentuadamente simbólica, pero también secularista e individualista.