lunes, 1 de abril de 2013

EL AMOR EN POLÍTICA

Ovidio Pérez Morales “Para que el odio deje lugar al amor, la mentira a la verdad, la venganza al perdón, la tristeza a la alegría". Por esta intención oró el Papa Francisco en su primera celebración romana de la Pascua. Es una oración que tiene privilegiado lugar de aplicación en esta Venezuela, que se prepara para la jornada electoral del 14-A. Ésta, al igual que la del 7-0, pone ante la más grave alternativa histórica de la Venezuela republicana. Porque, y considero obligante martillarlo, se decidirá entre democracia y totalitarismo, cosa que, para cristianos, creyentes otros más, no tiene carácter opcional. Esa oración de Francisco, muy franciscana por cierto, refleja de modo directo el sentido del Sermón de la Montaña y va al corazón de la Buena Nueva de Jesús: el amor. Pero ¿Es que se puede hablar de amor en política? ¿La exigencia central del Evangelio tiene que detenerse en la puerta de la controversia político-partidista y de la acción de gobierno sin entrar en ellas? ¿Está reservada esta confrontación para el ejercicio de la falsedad y el encubrimiento, de la injusta descalificación y el odio, de la calumnia y la violencia? Considero que antes de hablar de amor en este contexto se hace necesario deshacer algunas deformaciones del mismo, que lo confinan a la vida privada y a un ámbito intimista. El amor sería un sentimiento bondadoso no cónsono con la controversia de ideas y la pugna político-ideológica; una virtud rosácea que evita una firme oposición, la denuncia pública y la resistencia cívica. En la arena electoral tendría que regir ineludiblemente el “sálvese quien pueda” y una “ética” de la a-moralidad. El laico cristiano, que se identifica como creyente en el mundo para la transformación del tejido social, no podría mantener su coherencia con el Sermón de la Montaña y el “hombre nuevo” según el Evangelio. Porque la política es “cosa sucia” y él tendría que cuidar sus “manos limpias”. Pero el amor no son sus caricaturas. El amor se construye sobre la verdad; implica justicia y equidad. No engaveta la legítima defensa y la necesaria denuncia. Está abierto a la reconciliación y al perdón. Y a la donación de sí mismo para la salvación del prójimo. Es, sobre todo, proactivo, buscando siempre mejores caminos para construir fraternidad y paz, siendo eficientes y eficaces. En una palabra: el amor no es blandenguería ante el mal ni bonachonería ante lo real, sino esforzada y creativa búsqueda del bien común. Cuando uno lee la vida del inglés Tomás Moro y ha conocido la del venezolano Arístides Calvani, ve las cosas de modo diferente. Percibe que, precisamente porque la política no debe transitar malos caminos, el laico cristiano tiene que meterse allí. Para hacer de la política una práctica de la justicia y la solidaridad, del servicio y del diálogo, de la honestidad y la honradez. Del amor. El Sermón de la Montaña y el “mandamiento máximo” de Jesús valen también para los políticos cristianos. Y uno pudiera decir, particularmente para ellos, si se quiere una “política nueva “para una “nueva sociedad”.

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