martes, 23 de abril de 2013

OPOSICION TOLERADA O APRECIADA

Ovidio Pérez Morales La oposición existe. Es un hecho. Es imposible, históricamente, que no exista. Aún en los sistemas extremadamente opresivos. Porque para que no la hubiese, tendrían que desaparecer o ser desaparecidos todos y cada uno de los actuales o potenciales opositores. Pero el problema no es la existencia de opositores, sino cómo, desde la otra acera, la del Poder, se juzgue la oposición, no sólo teórica sino también prácticamente: si aceptable o inaceptable En una democracia, que en la realidad responda a este nombre de modo suficiente, la oposición es aceptada con similar convicción con que se acepta el gobierno. Pudiera decirse que oposición y gobierno son dos polos que mutuamente se reclaman. Aunque el uno y el otro se contrapongan. Porque la oposición quiere ineludiblemente dejar de ser tal y el gobierno legítimamente se aferra a su propia identidad. En un sistema/ régimen autocrático, dictatorial o totalitario la oposición resulta inaceptable. Aunque alguna vez convenga conservar algún vestigio de ella para el mercadeo diplomático. Pero en, principio, se la trata de eliminar, para lo cual se comienza por tolerarla. Cuando la oposición es solamente tolerada, el Poder poner pone por obra todos sus medios y herramientas con el fin de irla asfixiando hasta su extinción pública. Una muestra concreta de ello se tiene con la actitud hacia los medios de comunicación social. Se los cerca y condiciona hasta la rendición o la muerte. Un caso patente en la Venezuela up-to-date es el de Globovisión. La inaceptabilidad de la oposición proviene de fuentes diversas. Pero hay una que reviste características monstruosas. La que concibe la sociedad como un conjunto que se debe modelar según una ideología totalizante. Ejemplos típicos de una tal fuente son el nazismo y el comunismo. No está de más recordar la clara diferencia que se da entre simple dictadura y sistema totalitario. La dictadura busca el control político de la nación y algo de control económico. Pero lo cultural en sentido estricto no le preocupa mayormente. Quiere el control de lo que se manifiesta en público, pero no, propiamente, de lo que se maneja en las mentes. Los sistemas totalitarios dirigen sus esfuerzos hacia el logro del “pensamiento único”, la hegemonía cerebral. Y por eso se desvelan por llegar a la hegemonía comunicacional y educativa. La Nomenclatura en un tal sistema pretende también, por tanto, forjar un arte peculiar y una historia pret-a-porter. Expresión plena de una tal concepción totalizante son las multitudinarias concentraciones de “masas humanas” uniformadas, monocromáticas, monofónicas, con el brazo unánimente alzado y marchando al exacto mismo paso. Un espectáculo monolítico entusiasmante para Parménides. En un régimen democrático, pluralista, al contrario, lo multicolor y polífónico es apreciado. No solamente tolerado. Se quiere cerebros diversos y posiciones distintas, reflejo de un ejercicio abierto de libertades. En un régimen democrático auténtico el diálogo tiene carta de ciudadanía. Se aprecia al “otro” y se busca el encuentro. Que no significa rendición y homogeneización, sino genuino compartir humano. De seres creados a imagen y semejanza de Dios-Comunión.

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