domingo, 19 de mayo de 2013

PROTAGONISMO LAICAL EN NUESTRA REALIDAD

1. “Hombre de Iglesia en el corazón del mundo y hombre del mundo en el corazón de la Iglesia” (Documento de Puebla 786). Tal es el laico. Este término, que equivale a seglar, recibió en el Concilio Vaticano II una definición positiva, a partir del bautismo, sacramento de incorporación a Cristo y a su Iglesia. Miembro del Pueblo de Dios, el laico participa de la condición profética-sacerdotal y regia del Señor y es corresponsable de la misión de la Iglesia en el mundo: la evangelización. Ahora bien, lo peculiar del laico reside en su secularidad. Este vocablo viene del latín saeculum, siglo, que equivale a mundo (acentuando su temporalidad). El laico vive en el mundo, obviamente, como todo fiel cristiano (ministro ordenado, religioso/a o seglar), pero tiene como específico o propio suyo, el tratar y transformar las realidades temporales de acuerdo con la voluntad de Dios, según los valores humano-cristianos del Evangelio. Mundo es aquí: sociedad, economía, política, cultura. Aquí están incluidas, entre otras, familia, educación, comunicación social, entretenimiento, responsabilidad ecológica. ¿Qué es aquello con lo cual no tiene que ver el laico? Éste tiene ante sí, como campo de trabajo, el amplio y complejo siglo. 2. Laicos: extragrande mayoría en la Iglesia. Si en la pantalla dibujamos una “torta” con la población católica y representamos en ella a los laicos, ¿qué resulta? Prácticamente una ecuación: católicos=laicos. En la Iglesia se distinguen tres sectores: ministros jerárquicos, laicos y religiosos. En Venezuela los autoidentificados católicos sumamos grosso modo al menos unos veinte millones. De ellos, exagerando cifras, los ministros y los religiosos llegan a diez mil. El resto del conjunto es del sector de los laicos. ¿Qué proporciones resultan entonces? Es cierto que los otros dos sectores, particularmente el jerárquico, juegan un papel de singular importancia en el Pueblo de Dios, de modo que no todo se reduce a cálculos cuantitativos. Pero más cierta todavía es la elocuencia de los números al pensar en el presente y el futuro de la Iglesia venezolana con respecto a su misión y a la inmensa parte que en ésta corresponde a los laicos. 3. De auxiliar a protagonista. En la concepción que se tenía de la Iglesia antes del Vaticano II, el laico aparecía como un personaje de segunda. No sólo se lo definía (negativamente) por lo que “no era” (laico es el que no es ni cura ni religioso), sino que operativamente se lo catalogaba como simple colaborador de la jerarquía (es decir, del obispo o del presbítero). Bien significativa por lo notablemente distinta es la siguiente afirmación del Concilio Plenario de Venezuela: “Los signos de los tiempos muestran que el presente milenio será el del protagonismo de los laicos” (LCV3) De auditor, paciente y ayudante pasa a constituirse en agente, “locuente”, protagonista, tanto al interior de la comunidad eclesial, como desde ésta hacia el mundo. Ello no implica en modo alguno minusvaloración o, menos, marginación de la jerarquía, pero sí conduce a una reformulación de roles, sobre la base, caro está, de lo instituido por el Señor. 4. Protagonista de una “nueva sociedad”. Violencia, corrupción, injusticia, intolerancia, exclusión y otras realidades tenebrosas son, en Venezuela, país que se autodefine mayoritariamente como católico, maldades mayormente intraeclesiales, es decir, cometidas principalmente entre católicos. Esta triste realidad no puede menos que interpelar gravemente a la Iglesia como conjunto y a sus miembros individualmente considerados. Y en particular, a los laicos católicos, dado lo específico de su misión cristiana en el mundo. Las anteriores líneas sirvan, no para autoflagelarse con inútiles lamentaciones, sino para estimular el compromiso efectivo de muchos y muchos laicos para que, bajo propia responsabilidad y con la ayuda de sus pastores, se formen y actúen con miras a construir una “nueva sociedad” en Venezuela. Una convivencia en justicia y libertad, solidaridad y paz, fraternidad y amor.

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