El Evangelio, al igual que la fe,
la vida del cristiano y la misión de la Iglesia, no deben quedarse encerrados en una esfera puramente
cultual, ni en expresiones simplemente subjetivas. Han de volcarse, en efecto, hacia
la construcción de una convivencia fraterna, que conjugue justicia y
solidaridad, respeto mutuo y servicialidad. Un compartir que responda a la
condición relacional humana y a la dignidad de hijos de Dios y hermanos en
Cristo.
La Navidad tiene una dimensión
social, política. El Reino de Dios, que se ha hecho presente en Jesús de
Nazaret, es un Reino de justicia y de paz. En éste, la unión con Dios ha de traducirse
en comunión fraterna, sea en el círculo
íntimo familiar, sea en los más amplios del vecindario, de la ciudad y de la
comunidad internacional.
El Hijo de Dios se ha hecho humanidad,
para que nos unamos con Dios y entre nosotros, a imitación de Él, que vino no a
ser servido sino a servir y a dar la vida por todos.
El mundo en que Jesús se encarnó,
el nuestro bien concreto, es uno en el que la paz tiene que hacerse realidad,
abrirse camino, en medio de tensiones y conflictos. Es, en efecto, un
claroscuro, un tejido de encuentros y desencuentros, de amores y agresividades,
de danzas y de matanzas. Recordemos una
vez más lo que los Evangelios nos narran sobre los tiempos del Niño Jesús. Al
canto de los ángeles en Belén sucedió un masivo infanticidio, fruto de la
soberbia de Herodes y su celo por el poder. Y el Jesús chiquito, que recibió la
visita de los pastores, tuvo que salir muy pronto al exilio con sus padres para escapar de las garras del sátrapa.
Cuando celebremos la Navidad estas cosas tienen que ayudarnos a entender
realísticamente la presencia salvadora de Cristo en la historia.
La Venezuela en que celebramos la
Navidad 2014 es la de una nación dividida, en la cual se trata de imponer un
proyecto político-ideológico, que ha forzado a miles de venezolanos a irse del
país y a millones de compatriotas a sentirse extraños en su propia tierra. Los
venezolanos debemos reencontrarnos en el
reconocimiento de la dignidad y de los derechos de todos, como ciudadanos de
una patria común e hijos de un mismo Dios.
Esta Navidad constituye para
nosotros una urgente interpelación a reconstruir la unidad nacional y trabajar
por un nuevo Gobierno, que tenga consciencia de ser de-y-para-todos los
venezolanos. Y que quienes vivimos, trabajamos, sufrimos y nos alegramos, nos
inquietamos y anhelamos en este país, lo entendamos como casa común en la que hemos de con-vivir
y a la que hemos de cuidar, desarrollar, proteger y embellecer juntos. No “a
pesar de” que somos diferentes, como si esto fuese algo malo, sino “precisamente
por” ser diferentes. La patria no es un monolito sino un cuerpo.
Como cristianos, unidos a todos
los compatriotas de las más distintas confesiones y convicciones, hemos de celebrar también políticamente la
Navidad, comprometiéndonos a ser constructores de paz en libertad, igualdad y
fraternidad, pidiéndole a Dios nos ilumine y fortalezca, nos anime y capacite
para construir a Venezuela como una nación democrática, pluralista, en marcha
hacia un desarrollo material y espiritual compartido.
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