Una invitación muy singular es la
de un preso, quien, desde la cárcel y ante una previsible ejecución, exhortaba de modo insistente a la
alegría a sus hermanos en la fe. “Estén
siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres”. El preso se llamaba
Pablo y escribía a los cristianos de Filipos, ciudad de Macedonia, bajo el
imperio romano. Motivo de esa alegría: “El Señor está cerca” (Flp 4, 4-5). El Apóstol habla de sus sufrimientos por el Evangelio como un
regalo de Dios.
Este llamado a la alegría lo
tengo presente en la actual Navidad venezolana, en la que la gente –que somos
nosotros- y especialmente la más necesitada, sufre el rigor de la escasez de
alimentos y medicinas, de la disminución de sus recursos devorados por una
desaforada inflación, de la inseguridad reinante, de la angustia ante la
incertidumbre, de la opresión política. En esta circunstancia no sólo no
creyentes sino también muchos que se identifican como cristianos no perciben
razones para celebrar estas fiestas decembrinas.
Algo que también me ayuda a
discernir la alegría es el hacer memoria de la primera Navidad. La de Belén en
tiempos de la dominación romana en Palestina y el reinado de Herodes. Éste, hacia el año en que nació
Jesús, hizo quemar vivos a dos maestros de la Ley y cuarenta y dos jóvenes,
acusados de haber destruido el “águila imperial” colocada en el templo. Y
siendo Jesús niñito el Gobernador de Siria, Varo, hizo crucificar a unos dos
mil judíos en las afueras de Jerusalén, y sus soldados destruyeron Séforis, a
seis kilómetros de Nazaret y arrasaron las aldeas del entorno.
Lo que los Evangelios nos cuentan
acerca de la Navidad integra aspectos dramáticos de la existencia humana, que el Hijo de Dios asumió al hacerse hombre de
verdad y correr la suerte de los
humanos, especialmente de los pobres. José y María en apuros no encontraron
donde alojarse, y experimentaron carencias básicas en momentos de particular
necesidad. Ciertamente ratos de reconocimiento y congratulación hubo, con la
visita de los pastores y la llegada de los “magos del Oriente”; pero lo trágico
no tardó en llegar con la matanza de inocentes decretada por Herodes, celoso de su poder ¿Consecuencia? El
trío de José, María y Jesús se convirtió en el primer grupo de cristianos que tuvo
que exiliarse, para salvar la vida del pequeño y probablemente la de ellos
también. La primera Navidad no fue novela rosa ni cuento de hadas.
La Navidad actualmente se ha
globalizado, con la consiguiente pérdida de la identidad que tiene para los
cristianos. Santa Claus es un personaje que la sociedad de consumo confecciona para todos los gustos. Pero
dentro de todo hay valores que son apreciables en las fiestas navideñas
mundializadas como son los encuentros familiares, los tejidos amistosos y un
ambiente favorable a la sonrisa y la paz (pongamos entre paréntesis la superficialidad,
los abusos y los excesos).
Para el cristiano la Navidad
genera una alegría insobornable y sólida,
pues se funda en la verdad fundamental
subrayada por Pablo: la cercanía del Señor. El nacimiento de Jesús
significa que Dios se ha hecho prójimo (proximus)
de los seres humanos, compartiendo todo, menos el pecado. Se ha aproximado para
liberar, salvar. No estamos solos en la historia; y pase lo que pase, el Señor
está al lado en y al final de nuestro peregrinar por el tiempo. “No teman” es
una palabra divina que recorre toda la Escritura santa.
Pero la Navidad es también seria
interpelación. Y esto no lo deben diluir ni ocultar los fuegos artificiales ni
el intercambio de regalos. Jesús nos interpela
a gestar una convivencia a la
medida de su “mandamiento máximo”, el amor. A edificar una “nueva sociedad”,
libre, justa, solidaria, pacífica, fraterna. Sin marginaciones, odios,
exilios, dominaciones, ni herodes.
La Navidad para los venezolanos y
de modo particular para los cristianos es hoy una exigencia de cambio nacional,
hacia una convivencia digna de hijos de Dios y de ser presentada ante el Señor
Jesucristo cuando regrese glorioso.
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