domingo, 28 de abril de 2013

LIBRO DE MONS. PEREZ MORALES SOBRE MINISTERIOS

Acaba de ser publicado un libro de Mons. Ovidio Pérez Morales sobre el Ministerio Ordenado o Jerárquico. Se trata de un comentario al documento Obispos, Presbíteros y Diáconos del Concilio Plenario de Venezuela. Punto resaltante de esta nueva obra de Mons. Pérez Morales es la interpretación del Ministerio Ordenado como funcional respecto del Sacerdocio, Profetismo y Realeza comunes a todo el Pueblo de Dios. Esto desarrolla lo que afirma el No 1 del referido documento, el cual sintetiza la doctrina católica sobre el Ministerio Jerárquico, considerado, por cierto, desde la realidad venezolana, en virtud de la metodología del Ver-Juzgar-Actuar seguida por el Concilio Plenario. La exposición del libro aborda el Ministerio desde un ángulo muy diferente al de la Teología preconciliar o postridentina, que prácticamente marginaba el sacerdocio común de los fieles y polarizaba la atención en el sacerdocio ministerial. La perspectiva renovada se sitúa en la línea del Vaticano II, que no minusvalora en modo alguno el Ministerio Jerárquico, pero si lo reformula significativamente. Toda la reflexión parte de lo que la Carta a los Hebreos enseña sobre el Sacerdocio-Sacrificio existencial de Cristo. El libro contiene también elementos importantes sobre Vocación y Seminarios (Segunda Parte del documento conciliar). Con respecto a la primera se aborda también desde lo común (vocación humana, de la Iglesia, de cada cristiano), y en lo concerniente a los Seminarios se resalta la noción de éstos como “pequeñas Iglesias” antes que como simples institutos de formación al sacerdocio ministerial. Mons. Pérez Morales entiende ésta y otras obras publicadas recientemente como invitación a tomar contacto directo con los documentos del Concilio Plenario de Venezuela, los cuales asumen, actualizan y concretan para nuestro país el Concilio Vaticano II, que está cumpliendo sus cincuenta años. Nota: para cualquier información sobre adquisición de este libro, comunicarse con Carolina Rivas León, Tfs. 04164159597, 0212 2147019; carolajes31@gmail.com

martes, 23 de abril de 2013

OPOSICION TOLERADA O APRECIADA

Ovidio Pérez Morales La oposición existe. Es un hecho. Es imposible, históricamente, que no exista. Aún en los sistemas extremadamente opresivos. Porque para que no la hubiese, tendrían que desaparecer o ser desaparecidos todos y cada uno de los actuales o potenciales opositores. Pero el problema no es la existencia de opositores, sino cómo, desde la otra acera, la del Poder, se juzgue la oposición, no sólo teórica sino también prácticamente: si aceptable o inaceptable En una democracia, que en la realidad responda a este nombre de modo suficiente, la oposición es aceptada con similar convicción con que se acepta el gobierno. Pudiera decirse que oposición y gobierno son dos polos que mutuamente se reclaman. Aunque el uno y el otro se contrapongan. Porque la oposición quiere ineludiblemente dejar de ser tal y el gobierno legítimamente se aferra a su propia identidad. En un sistema/ régimen autocrático, dictatorial o totalitario la oposición resulta inaceptable. Aunque alguna vez convenga conservar algún vestigio de ella para el mercadeo diplomático. Pero en, principio, se la trata de eliminar, para lo cual se comienza por tolerarla. Cuando la oposición es solamente tolerada, el Poder poner pone por obra todos sus medios y herramientas con el fin de irla asfixiando hasta su extinción pública. Una muestra concreta de ello se tiene con la actitud hacia los medios de comunicación social. Se los cerca y condiciona hasta la rendición o la muerte. Un caso patente en la Venezuela up-to-date es el de Globovisión. La inaceptabilidad de la oposición proviene de fuentes diversas. Pero hay una que reviste características monstruosas. La que concibe la sociedad como un conjunto que se debe modelar según una ideología totalizante. Ejemplos típicos de una tal fuente son el nazismo y el comunismo. No está de más recordar la clara diferencia que se da entre simple dictadura y sistema totalitario. La dictadura busca el control político de la nación y algo de control económico. Pero lo cultural en sentido estricto no le preocupa mayormente. Quiere el control de lo que se manifiesta en público, pero no, propiamente, de lo que se maneja en las mentes. Los sistemas totalitarios dirigen sus esfuerzos hacia el logro del “pensamiento único”, la hegemonía cerebral. Y por eso se desvelan por llegar a la hegemonía comunicacional y educativa. La Nomenclatura en un tal sistema pretende también, por tanto, forjar un arte peculiar y una historia pret-a-porter. Expresión plena de una tal concepción totalizante son las multitudinarias concentraciones de “masas humanas” uniformadas, monocromáticas, monofónicas, con el brazo unánimente alzado y marchando al exacto mismo paso. Un espectáculo monolítico entusiasmante para Parménides. En un régimen democrático, pluralista, al contrario, lo multicolor y polífónico es apreciado. No solamente tolerado. Se quiere cerebros diversos y posiciones distintas, reflejo de un ejercicio abierto de libertades. En un régimen democrático auténtico el diálogo tiene carta de ciudadanía. Se aprecia al “otro” y se busca el encuentro. Que no significa rendición y homogeneización, sino genuino compartir humano. De seres creados a imagen y semejanza de Dios-Comunión.

lunes, 1 de abril de 2013

EL AMOR EN POLÍTICA

Ovidio Pérez Morales “Para que el odio deje lugar al amor, la mentira a la verdad, la venganza al perdón, la tristeza a la alegría". Por esta intención oró el Papa Francisco en su primera celebración romana de la Pascua. Es una oración que tiene privilegiado lugar de aplicación en esta Venezuela, que se prepara para la jornada electoral del 14-A. Ésta, al igual que la del 7-0, pone ante la más grave alternativa histórica de la Venezuela republicana. Porque, y considero obligante martillarlo, se decidirá entre democracia y totalitarismo, cosa que, para cristianos, creyentes otros más, no tiene carácter opcional. Esa oración de Francisco, muy franciscana por cierto, refleja de modo directo el sentido del Sermón de la Montaña y va al corazón de la Buena Nueva de Jesús: el amor. Pero ¿Es que se puede hablar de amor en política? ¿La exigencia central del Evangelio tiene que detenerse en la puerta de la controversia político-partidista y de la acción de gobierno sin entrar en ellas? ¿Está reservada esta confrontación para el ejercicio de la falsedad y el encubrimiento, de la injusta descalificación y el odio, de la calumnia y la violencia? Considero que antes de hablar de amor en este contexto se hace necesario deshacer algunas deformaciones del mismo, que lo confinan a la vida privada y a un ámbito intimista. El amor sería un sentimiento bondadoso no cónsono con la controversia de ideas y la pugna político-ideológica; una virtud rosácea que evita una firme oposición, la denuncia pública y la resistencia cívica. En la arena electoral tendría que regir ineludiblemente el “sálvese quien pueda” y una “ética” de la a-moralidad. El laico cristiano, que se identifica como creyente en el mundo para la transformación del tejido social, no podría mantener su coherencia con el Sermón de la Montaña y el “hombre nuevo” según el Evangelio. Porque la política es “cosa sucia” y él tendría que cuidar sus “manos limpias”. Pero el amor no son sus caricaturas. El amor se construye sobre la verdad; implica justicia y equidad. No engaveta la legítima defensa y la necesaria denuncia. Está abierto a la reconciliación y al perdón. Y a la donación de sí mismo para la salvación del prójimo. Es, sobre todo, proactivo, buscando siempre mejores caminos para construir fraternidad y paz, siendo eficientes y eficaces. En una palabra: el amor no es blandenguería ante el mal ni bonachonería ante lo real, sino esforzada y creativa búsqueda del bien común. Cuando uno lee la vida del inglés Tomás Moro y ha conocido la del venezolano Arístides Calvani, ve las cosas de modo diferente. Percibe que, precisamente porque la política no debe transitar malos caminos, el laico cristiano tiene que meterse allí. Para hacer de la política una práctica de la justicia y la solidaridad, del servicio y del diálogo, de la honestidad y la honradez. Del amor. El Sermón de la Montaña y el “mandamiento máximo” de Jesús valen también para los políticos cristianos. Y uno pudiera decir, particularmente para ellos, si se quiere una “política nueva “para una “nueva sociedad”.

domingo, 24 de marzo de 2013

LA IGLESIA ANTE EL 14-A

Ovidio Pérez Morales Estamos a menos un mes de las elecciones presidenciales. Éstas no serán una elección más, sino un momento de gravísima definición para el país, por cuanto la alternativa a resolver es: democracia o totalitarismo. Como miembro de la Iglesia, sin pretender asumir aquí su vocería oficial –función que toca a la Conferencia Episcopal Venezolana-, quiero sí, con toda seriedad y responsabilidad, hacer pública mi interpretación creyente sobre lo que entiendo es y ha de ser la posición de la Iglesia con respecto al 14-A. Me circunscribo aquí, como es de suponer, a la Iglesia católica, aunque la validez de los argumentos se extienda más allá. Ante la alternativa puesta para el 14-A a la Iglesia no le pueden caber dudas. No se justifica un ni-ni. El 14-A no plantea simplemente una opción ante modelos políticos diferentes por las soluciones que proponen para determinados problemas importantes y muy importantes del país, como la seguridad y la producción, el empleo y la educación, el petróleo y los servicios. No se trata de escoger, en definitiva, tampoco, entre diferentes posiciones en cuanto a descentralización y política exterior, a controles en materia de medios de comunicación social y de manejos financieros. Éstos y otros elementos han de tenerse en cuenta. Ciertamente y dan motivos suficientes para buscar otra dirección política del país. Pero non los más de fondo. ¡Lo que se decidirá el 14-A es algo mucho más que problemas parciales o sectoriales! Es algo clave, trascendental, referente a la orientación global del país, desde sus raíces y cimientos. Algo que toca la identidad nacional misma. El alma de Venezuela, pudiera decirse, y, por tanto, su definición, no sólo económico-política fundamental, sino primaria y principalmente, cultural. Y al decir esto se implica también, por supuesto, lo ético-religioso. Por consiguiente, para la Iglesia el 14-A, no cabe indefinición, indecisión, in-diferencia, ni-ni. La opción coherente de los católicos el 14-A tiene que ser en favor de la democracia pluralista y, por lo tanto, en contra del socialismo totalitario de índole marxista y castro-cubano, que propugna el oficialismo. Tradicionalmente la Iglesia, en cuanto comunidad de creyentes, ha expresado, a través de su representación institucional, su neutralidad (la cual no es lo mismo que indiferencia) en los procesos electorales; no ha querido asumir lo que entiende por alineamiento político-partidista. Esta vez, sin embargo, no puede haber neutralidad, pues ahora, el necesario alineamiento no es propiamente político-partidista, sino nacional, humano-cristiano. Lo que está de por medio, en efecto, son bienes no negociables pertenecientes a los Derechos Humanos, a un genuino humanismo cristiano. Porque el Estado (Gobierno-Partido-Líder) no es el dueño de la libertad humana, de las propiedades y las convicciones morales y religiosas de los ciudadanos; no puede erigirse en Poder Absoluto. Sólo Dios es adorable. Para la Iglesia no es moralmente decidible el que un sistema ideológico-político arrebate o no la libertad religiosa y todas las libertades y derechos de los ciudadanos. Lo que sucede en Cuba y busca imponerlo en Venezuela el Socialismo del Siglo XXI, no es algo éticamente abierto a libre escogencia. Al votar por la democracia, la Iglesia no se cuadra con un candidato, con un partido, con una Mesa o con la oposición. Se cuadra con la Nación.

PAPA LATINOAMERICANO

Con el anuncio en el balcón de la Basílica de San Pedro “habemus Papam” y la identificación del nuevo Sucesor de San Pedro, se estaba comunicando al mundo un cambio histórico en la Iglesia. En efecto, se tenía ya un Romano Pontífice procedente de un continente extra europeo. Ruptura de una tradición milenaria. Para los latinoamericanos esta elección es justificadamente de doble júbilo, al contar no sólo con un Papa que llena la “sede vacante”, sino que procede de esta América nuestra. Francisco significa no sólo un enriquecimiento de la lista del pontificado en cuanto a procedencias y nacionalidades, sino de la catolicidad de la Iglesia con el sensible aporte de lo eclesial latinoamericano. El Papa Bergoglio lleva consigo a Roma la peculiaridad de la Iglesia de este lado del Atlántico, su estilo, sus características propias, su índole cultural. La Iglesia es católica porque Pueblo de Dios integrado por pueblos, es decir historias, fisonomías y culturas diversas. La historia de la Iglesia de América Latina y el Caribe tiene varios momentos estelares. En 1492, su inicio en estas tierras; en 1899, el Primer Concilio Plenario de América Latina en Roma, que congregó nuestras Iglesias en torno al centro de la catolicidad y las impulsó en su dinamismo, integración y organización; en 1955, la creación del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) a raíz de la Conferencia General del Episcopado en Río de Janeiro, organismo muy importante para la comunión de las Iglesias de nuestros países; 1962-1965 y 1968, el Concilio Vaticano II conjuntamente con la Conferencia de Obispos en Medellín, que animaron poderosamente la renovación de la Iglesia en los nuevos tiempos y un mayor servicio suyo a nuestros pueblos en un sentido liberador y unificante; 2013, elección del primer Papa latinoamericano. Siendo la Iglesia católica mayoritaria en nuestras naciones, se siente muy contenta con la presencia de Francisco como eje de comunión en el centro mismo de la catolicidad. Ad multos annos es saludo latino que expresamos ante Dios augurando muchos años de salud, felicidad y éxito para nuestro hermano el Papa Bergoglio.

lunes, 18 de febrero de 2013

ESE NO ES MI PROBLEMA

Ovidio Pérez Morales “Ese no es mi problema”. Con estas y otras palabras de la misma índole solemos despachar solicitudes o reclamos que nos vienen del entorno. Es lo mismo que con un gesto bien significativo hizo Pilato para deshacerse de la absolución debida al justo que tenía delante, acusado por una vociferante asamblea. Es evidente que hay problemas cuya solución total o parcial no entra en nuestras posibilidades o deberes. Frente a ellos no tenemos responsabilidad alguna. Al mendigo de la esquina se le escapa de las manos una medida económica, que pueda paliar el desequilibrio social. Y uno no tiene nada que ver con el orden de los planetas. Pero uno sí tiene, y mucho, que ver, con innumerables problemas pequeños y grandes, que entrar en el tejido de la propia existencia y sobre los cuales no se toma conciencia de la propia responsabilidad. Situaciones familiares, del vecindario, del lugar de trabajo o de estudio, de la ciudad y del país. Puede tratarse de un prójimo necesitado de una solidaridad concreta en ayuda material o espiritual, de la participación en un reclamo colectivo o de una elección para un cargo público. Puede consistir en una palmada en el hombro, una denuncia necesaria o una iniciativa gremial ¿Has pensado en el Juicio Final? Antes era un tema más manejado. Actualmente muchísimos lo niegan o lo estiman como idea inoportuna. Jesús lo planteó en serio en su predicación del Reino, como discernimiento y sentencia al final de la travesía humana por la historia. Lo cierto es que le dedicó amplio espacio en su predicación del Reino. Los capítulos 24 y 25 del evangelio según san Mateo reciben generalmente en el Nuevo Testamento el título de “Discurso escatológico” porque llaman la atención sobre lo definitivo, las postrimerías, la culminación de lo que denominamos historia y, al mismo tiempo, el inicio de ¿cómo decir? una post o metahistoria, o, mejor, la consumación del designio divino sobre la humanidad. La Biblia nos habla de la plenitud del Reino de Dios. Pues bien, en ese texto, Mateo, luego de referir discursos y parábolas sobre el tópico, trae (25, 31-46) una especie de reportaje sobre el Juicio Final. No me detengo en particulares, que el lector puede buscar, para concretarme en un elemento fundamental que aparece allí: el criterio del juicio. ¿Qué es lo que el Rey, el Hijo del hombre, aplica como medida para premiar o castigar? Simplemente el haber atendido o no a necesidades concretas del prójimo. Por ejemplo, tuve hambre y me diste-no me diste de comer. Los condenados no son lanzados al castigo por haber hecho algo malo (matar, mentir…), sino por no haber hecho algo bueno (dar de comer o beber al hambriento o sediento…). Reciben el premio eterno, entonces, los que han hecho, de verdad, proximus al “otro” (hambriento, sediento…). Jesús castiga la indiferencia y la frialdad. Premia la solicitud, la solidaridad. Castiga la omisión. Felicita la proactividad. Mat 25, 31-46 es una punzante advertencia a todos nosotros, que solemos mantener y aplicar una moral “negativa” (no matar, no, no, no), sin ocuparnos de lo principal, que consiste en positividad, proactividad, con respecto a los demás. El mandamiento máximo de Jesús es amar. Como él nos amó. Y amar no reside puramente en no dañar al otro (padres, vecinos, connacionales…), sino, principalmente, en servir, apreciar, ayudar, hermanar. Una manoseada conseja dice: “El mundo anda como anda, no por lo que hacen los malos, sino por lo que los buenos dejan de hacer”. Es decir, por los “pecados de omisión” de quienes se consideran “buenos”. Con “lavarse las manos” no se llega muy lejos en la construcción de una nueva sociedad, justa, libre, pacífica. Jesús nos pone en guardia frente al “ese no es mi problema”.

lunes, 4 de febrero de 2013

SOMOS RESPUESTA DE DIOS

Ovidio Pérez Morales ”Escucha mis palabras, oh Dios, repara en mi lamento”. “¡Escucha, oh Dios, mi clamor, atiende a mi plegaria!”. Así comienzan los salmos 5 y 61, respectivamente. Son la invocación del ser humano, sumido en la angustia, o frente a problemas punzantes de la vida cotidiana. ¿No hemos oído decir a muchas personas que Dios no las ha escuchado en sus necesidades, a pesar de que él mismo las ha invitado a pedir frecuente e insistentemente? ¿Nosotros mismos, no hemos sido, al menos, tentados de quejarnos así? ¿Es sordo o se hace el sordo el Señor? Meditando en esto y siguiendo la orientación iluminadora de la Escritura Santa (ver, por ejemplo Mt 25, 31-46), se me impone en la mente este imperativo: “Yo debo ser, en la medida de mis posibilidades y en asuntos en que pueda serlo, la respuesta que mi prójimo espera de Dios”. Yo: la respuesta de Dios. Personalizando de otro modo esta afirmación, se la puede formular así: Yo, tu, nosotros debemos ser la respuesta que nuestro prójimo espera del Señor. Pensemos aquí, ahora, en la situación concreta de nuestra circunstancia grande o pequeña: país, ciudad, vecindario. Percibimos situaciones de violencia desenfrenada, así como carencias materiales y espirituales del más diverso tipo. Y en medio de ellas, captamos también las invocaciones a Dios por parte de mucha gente, en el sentido de que en vez del odio, la crueldad, la indiferencia, el egoísmo, reinen, el amor, la compasión, la solidaridad, el compartir. Dios responde siempre. Hay ocasiones en que lo hace de manera perceptible y milagrosa, como Jesús en Palestina, al curar leprosos, dar la vista a ciegos y poner a caminar a paralíticos. Otras veces Dios actúa efectiva pero ocultamente. Pero el quiere obrar, ordinariamente, a través de nosotros. El quiere responder, sí, mediante nuestro compromiso con el prójimo. Para ello nos hizo libres-responsables y nos dio un mandato muy preciso por boca de Jesús: “Este es el mandamiento mío: que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15, 12). En el Padre Nuestro pedimos a Dios que se haga su voluntad y que nos dé el pan de cada día. Pues bien, la voluntad de Dios es que estemos atentos y seamos operativos con respecto a las necesidades de los demás; cuando hacemos así, damos la respuesta de Dios a las plegarias que se le elevan. Cuando atendemos una súplica, damos un consejo, hacemos un servicio o prestamos una ayuda a personas amigas, a conocidos o extraños, pero también a quienes no nos caen bien y aún a los que podemos considerar no amigos, estamos convirtiéndonos en boca, oído, corazón, brazos de Dios para el hermano necesitado. Maximiliano Kolbe, Teresa de Calcuta y, más cerca de nosotros, Oscar A. Romero, María de San José, entendieron muy bien esta lección. No se lavaron las manos frente a injusticias y necesidades. No se escabulleron con el acostumbrado “ese no es problema mío”. Se identificaron como respuesta de Dios a enfermos, pobres, maltratados, excluidos. Convirtiéndose a su vez, así, en clara lección para nosotros de lo que es amar a Dios y de lo que significa verdadera religión. Por tanto, yo, tu, nosotros, hemos de ser la respuesta de Dios al prójimo suplicante