jueves, 16 de diciembre de 2021

PESEBRE Y POLIS

 

  


 El
Pesebre es una tradición cristiana muy arraigada, que conviene continuar con fidelidad creativa.  Francisco de Asís fue pionero por allá en el siglo XIII y desde entonces en el mundo católico se multiplicó en las más diversas expresiones culturales. Se lo monta en hogares e instituciones y hasta genera festivales como la ya tradicional Feria del Pesebre de Coro. Junto al más formal con proporciones y simetrías estrictas, los pesebres “ingenuos” ofrecen mayor riqueza expresiva y generadora espontaneidad.

    El profeta Isaías fue un experto en dibujar los tiempos mesiánicos en un Israel golpeado por graves reveses pero reanimado por firmes esperanzas. Exilado y aplastado por imperios, las profecías abrían al Pueblo de Dios horizontes cuajados de bienestar y paz, asegurados por el bondadoso Omnipotente. La paz perfecta era la gran promesa; paz universal cubriendo seres humanos y animales, naturaleza y campo de la libertad. “Forjarán (los pueblos) de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra” (2, 4). El Papa Francisco en su encíclica ecológica Laudato Si, acuñó el término comunión universal para designar “la amorosa conciencia” humana de conexión, unión, con las demás criaturas (LS 22). Isaías imaginaba futurísticamente esa conciencia así: “Serán vecinos el lobo y el cordero (…), el novillo y el cachorro pacerán juntos y un niño pequeño los conducirá (…) el león como los bueyes, comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño, nadie hará mal en todo mi santo Monte, porque la tierra está llena del conocimiento de Yahveh” (11, 6-9).

    Si el Génesis luego de relatar la creación describe el pecado como múltiple ruptura, el libro de Isaías subraya la promesa de tiempos mesiánicos de feliz re-unión. Jesús los ha inaugurado con su presencia liberadora y promete su plenitud en los cielos nuevos y la nueva tierra, la nueva Jerusalén, la perfecta y definitiva polis de que habla el Apocalipsis (Ap 21). Ese inicio y promesa han quedado para los discípulos de Jesús como compromiso desafiante para el tiempo del peregrinar histórico hasta el regreso glorioso del Señor: construir la polis terrena como convivencia de encuentro, compartir, solidaridad. De una paz que es simultáneamente don de Dios y producto de la libertad humana. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” leemos en el Sermón de la Montaña.

    El Pesebre teje alrededor de la Sagrada Familia un rico entorno ecológico que hospeda una variada comunidad de pastores, artesanos, agricultores, sabios, soldados, técnicos, artistas; de niños y gentes de todas demás edades; de militares que no maltratan y mercaderes que no explotan. Todos caben y a nadie se excluye.  En los pesebres ingenuos se van introduciendo personajes, animales y cosas, porque todo es bueno, como Dios dijo al contemplar lo que había hecho (Gn 1, 31). Volúmenes y pesos no importan, tampoco lo sofisticado de las cosas y las jerarquías de poder, porque todo se igualan ante la mirada amorosa divina.

    No estimemos el Pesebre como un simple adorno o una cualquiera representación religiosa. Es, en efecto, una escuela de la convivencia (familia, pueblo, ciudad nación, mundo) que Dios quiere; una invitación a todos, cristianos y no, a construir una polis fraterna y cultivar un hábitat amable, amistoso. Es, también, una denuncia de toda forma de soberbia, avaricia y violencia.

    Frente al Pesebre ¡Cómo no sentirnos desafiados por una realidad nacional de seis millones de compatriotas exilados por nuevos herodes, de millones de prójimos venezolanos oprimidos por la intolerancia y hegemonía de un poder destructor prepotente? ¿Cómo no sentirnos interpelados por las indiferencias, injusticias e inclemencias en nuestras relaciones humanas? ¿Cómo no actuar una conversión ecológica hacia el respeto, cuidado y armonía con el ambiente?

    El Pesebre simboliza la polis que Dios nos manda edificar. Y de la cual hemos de rendir cuentas.

 

jueves, 2 de diciembre de 2021

JOSÉ GREGORIO, FILÓSOFO

      Me gusta recordar aquella antigua reflexión: “¿No hay que filosofar? Eso es ya filosofar”. El ser humano podría entonces definirse como un animal filósofo.

    Muchas cosas positivas se han dicho del “médico de los pobres”, tarea relativamente fácil por la riqueza multiforme de su personalidad. Hay una que merece destacarse, por cuanto denota profundidad a la vez que sencillez, y en todo caso, autenticidad: su autoidentificación como filósofo. Lo cual según la conocida etimología significa “amigo de la sabiduría”.

    Me sirvo en esta reflexión de una copia de sus Elementos de Filosofía, obra editada originalmente en 1912. El ejemplar tiene una dedicatoria muy diciente: “A mi estimado amigo” ¿Quién? Alguien que estaba en las antípodas de la orientación doctrinal del beato: el Doctor Luis Razetti.

    La inevitabilidad de la condición filosófica humana la expresa José Gregorio justo al inicio del prólogo de dicha obra: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía”. Ésta le es indispensable, bien se trate de su vida sensitiva, moral y particularmente intelectual. Es la razón por qué el niño ya desde el comienzo de su desarrollo “empieza a ser filósofo; le preocupa la causalidad, la modalidad, la finalidad de todo cuanto ve”. Y “El rústico va lenta, laboriosamente consiguiendo en el trascurso de su vida algunos principios filosóficos que le van a servir para irse formando el pequeño capital de ideas que ha de ser el alimento de su inculta inteligencia”. Es una filosofía espontánea, natural, que podrá cultivarse después de modo sistemático, académico, como él lo intenta en el referido libro.

    Esta interpretación del ser humano es altamente positiva; y justa. Desde su ejercicio elemental, la mente trasciende lo inmediato perceptible y atraviesa lo epidérmico vital para encontrarse con lo más íntimo de sí mismo y la esencialidad de lo real, a través de preguntas y respuestas. La vida racional implica desde temprano un encuentro connatural con la sabiduría. José Gregorio lo valora bien: “La filosofía elaborada de esta manera viene a ser el más apreciado de todos los bienes que el hombre alcanza a poseer”. Es una concepción opuesta a un elitismo cultural, que lleva a juicios sumarios, despreciativos, de la capacidad y logros intelectuales de todo ser humano -también del más sencillo- creado por Dios “a su imagen y semejanza”. 

    Para el precursor de la medicina experimental en Venezuela los conocimientos científicos se ubican en un determinado marco filosófico existencial formado de antemano. (Aquí introduce una apreciación muy suya sobre el venezolano, cuya alma, dice, es “esencialmente apasionada” por la filosofía). Sin ser filósofo profesional, José Gregorio manifiesta un serio conocimiento de la problemática filosófica académica de su tiempo (problemas, autores, corrientes), pero interpreta su libro como expresión de su filosofía personal: “Esta filosofía me ha hecho posible la vida. Las circunstancias que me han rodeado en casi todo el trascurso de mi existencia, han sido de tal naturaleza, que muchas veces, sin ella, la vida me habría sido imposible. Confortado por ella he vivido y seguiré viviendo apaciblemente”. Vivir en sentido pleno implica filosofar.

    Al término del prólogo José Gregorio mismo se pone esta objeción o dificultad ¿Sólo o principalmente tu paz interior se debe a tu filosofía, o sobre todo a tu convicción religiosa? La respuesta del beato a este interlocutor imaginario es reveladora: “Le responderé que todo es uno”. Unidad de pensamiento, reflejo de unidad existencial.

    Las corrientes de ideas entonces dominantes en el ámbito académico, cultural (racionalismo, materialismo, positivismo…) no eran ciertamente las de José Gregorio. Pero él entendía su vocación no para el repliegue dogmático, sino para un testimonio cristiano firme, en primera línea y desde adentro, pero servicial y, por ello, comprensivo y dialogal. La amistad con Razetti es indicativa de esta actitud.

    José Gregorio es un ejemplo vivo de lo que hoy tanto se reclama del laico cristiano: ser un evangelizador de la cultura, un puente de mundo-Iglesia, presencia viva de Dios Amor en la humanidad por él creada y sostenida.

  

jueves, 18 de noviembre de 2021

POLITICIDAD Y REFUNDACIÓN

 

    Los elementos básicos de una filosofía del ser humano los encontramos en los tres primeros capítulos del Génesis, bajo un ropaje literario de símbolos, metáforas y antropomorfismos; entre aquellos destacan: creaturalidad, corporeidad, espiritualidad, socialidad, libertad, diferenciación sexual, historicidad, vulnerabilidad ética, esperanza.

    La politicidad concreta la socialidad y entraña participación, corresponsabilidad, en la polis, que es convivencia humana orgánica y estructurada hacia el logro y promoción del bien común. Sabemos que Aristóteles definió al hombre “por naturaleza un animal político”. Y pudiéramos agregar: político también “por deber moral”. (Se toma aquí él término “política” en sentido general y no reducido a lo partidista o al ejercicio del poder).

    Lo político viene a ser entonces una condición o característica del ser humano, pero, dándose en una creatura libre, es igualmente una vocación, sujeta, por tanto, a calificación ética. El ser humano está diseñado para ser y actuar en la polis; es inevitablemente político, aunque en su  ejercicio puede comportarse de modo activo o pasivo, responsable o irresponsable. Estrictamente hablando el hombre apolítico no existe, como tampoco el ahistórico. Robinson Crusoe es simple fantasía.

    De la refundación de Venezuela -planteamiento claro y urgente del Episcopado patrio- se ha tratado ya anteriormente en esta columna, explicitando algunos de sus rasgos y exigencias fundamentales. Hoy quisiera abordar la seria interpelación que se plantea a todos los venezolanos, acerca de su compromiso político. Refundar el país no es tarea concerniente a unos pocos, sino obligación de todos los ciudadanos.

    Factores decisivos de la descomposición democrática en el tiempo próximo anterior al advenimiento del social comunismo (SSXXI) fueron el “cogollismo” (concentración cupular) partidista; la ofensiva “anti política” desde centros comunicacionales y empresariales, que arropó a la sociedad civil; así como la dinamización de movimientos subversivos de signo marxista. La ilusión de que la convivencia democrática tenía bases muy firmes y aseguradas llevó a dañinas aventuras como la de sustituir punitiva e innecesariamente a un presidente en vísperas de terminar su mandato constitucional. Aquí había desaparecido de las escuelas, lamentablemente, la asignatura Moral y Cívica y los partidos políticos descuidaron o abandonaron su actividad formativa; las instituciones religiosas, en general, desatendieron la formación permanente y sistemática de los creyentes para un genuino, renovador y servicial protagonismo político. En los partidos preocupación prioritaria era la compactación de masas y la eficacia de maquinarias directivas.

    No hay democracia sin demócratas y no hay demócratas si no han sido formados para tales. Educar para la democracia es formar para la responsabilidad y corresponsabilidad, la participación y la solidaridad, la subsidiaridad y el emprendimiento; formar mentes críticas y sujetos éticos, constructores y protagonistas de la polis y no simples pacientes, observadores o jueces.

    Al Régimen social comunista emergente no le ha interesado, por principio, la educación democrática ciudadana, sino el amaestramiento ideológico y la disciplina “revolucionaria”; le importa, no la formación de cerebros pensantes, críticos, sino de voluntades obedientes al pensamiento único y al poder totalitario. Su hegemonía comunicacional y su política absorbente y represiva busca impedir el crecimiento de una ciudadanía activa y corresponsable, genuinamente electoral y no simplemente votante.

    Refundar el país como república democrática, consciente de sus raíces históricas y cultora de sus mejores valores nacionales, exige como requisito sine qua non, educar venezolanos, desde los más diversos ángulos, para una ciudadanía activa y corresponsable, para una participación protagónica en la polis, para un ejercicio efectivo de su soberanía (CRBV 5). Es oportuno recordar siempre aquello de Sófocles al inicio de la tragedia Edipo Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.

    Para los cristianos, que hemos recibido como mandamiento máximo el amor -fuente de servicio y solidaridad-, la politicidad es doblemente obligante y, con ello, el educarse y educar para la recta praxis política. Esto es imperativo de modo especial para los laicos, que tienen como propio y peculiar, transformar las realidades temporales con los valores humano-cristianos del Evangelio, ya en el amplio y vasto campo de la sociedad civil, ya también en el terreno político-partidista y en el manejo del poder.

 

CRUZ TRINITARIA


 

jueves, 4 de noviembre de 2021

DOBLE CIUDADANÍA

     La Doctrina Social de la Iglesia (DSI), como el nombre mismo lo dice, es un conjunto de enseñanzas sobre el ser y el quehacer societarios, propuestas de manera oficial a través, especialmente, del magisterio pontificio.

    Lo anterior no significa que los destinatarios de la DSI se circunscriban al círculo eclesial y que el mensaje no constituya una plataforma de diálogo con gente de otras confesiones o convicciones. En efecto, su contenido comprende fundamentalmente dos niveles de proposiciones, a saber, a) las que se mueven en el ámbito de la sola razón, y b) las que ahondan o enriquecen el mensaje a la luz de la Revelación divina según lo interpreta la Iglesia; la actividad intelectual se abre entonces a un horizonte posibilitado por la fe. Un ejemplo: la DSI considera la dignidad del ser humano no sólo desde su condición personal según lo que alcanza la sola razón (sujeto consciente, social, libre y responsable), sino, más profundamente, desde su identidad como creado a imagen y semejanza de Dios Unitrino y redimido-elevado por Cristo, Hijo de Dios encarnado. Se comprende entonces por qué cuando el Papa habla en la ONU, su discurso no es necesariamente del mismo tono y contenido que su predicación en San Pedro.

    Este enfoque dimensional se relaciona estrechamente con lo que pudiera denominarse doble ciudadanía del cristiano -para no hablar del ser humano en general-: una, temporal, mundana, y otra, definitiva, meta histórica, trascendente, con las derivaciones que ello tiene para el quehacer histórico y un humanismo integral.

    Sobre la ciudadanía temporal como factum, valga recordar la definición del ser humano como “ser en el mundo”, así como el hecho jurídico de que el nacimiento de una persona acarrea automáticamente su incorporación a un Estado (polis) determinado. Existir es, ineludiblemente, con-vivir. El problema reside en cómo se actúa esa necesaria “mundanidad” y “politicidad”, si como pasivos o pacientes, o como agentes o protagonistas.  

    Sobre la otra ciudadanía (la trascendente), dejando de lado aquí lo que puede aportar la razón sobre la inmortalidad del alma, prestemos atención a lo que se ofrece en perspectiva creyente. Resulta muy ilustrativo el testimonio de San Pablo, quien en su Carta a los Filipenses -escrita en cárcel y en la probabilidad de una pronta ejecución- manifiesta (Cap. 1) una aguda tensión existencial entre morir y estar con Cristo, que para él resulta “con mucho lo mejor”, o seguir viviendo (“permanecer en la carne”), que para los destinatarios es “más necesario”. Junto a reafirmar su compromiso de servicio a la comunidad en su tarea evangelizadora, el Apóstol destaca: “nuestra ciudadanía (políteuma) está en los cielos” (4, 20). Se confiesa, pues, miembro de dos mundos, ciudadano de dos polis, de las cuales la celestial -poseída ya en algún modo- es la permanente y prioritaria. Sobre la relación de esas dos polis y la doble ciudadanía es sumamente iluminadora la narración que Jesús hace del Juicio Final (Mt 25, 31-46); la entrada o no al Reino celestial depende de cómo se haya actuado la ciudadanía terrestre: si en el amor, o en el cierre sobre sí mismo. El prójimo viene a ser presencialización del Señor y en lo temporal se juega lo definitivo. Esta afirmación se sitúa en las antípodas de ideologías como la marxista (humanismo cerrado, lo religioso como alienación). El compromiso social viene a ser exigido y reforzado desde a fe.

    Una categoría fundamental del ser humano en su interpretación creyente, y particularmente cristiana, es la de peregrino. No tenemos aquí una ciudad permanente, sino que estamos en camino hacia lo que el Apocalipsis define como la Jerusalén Celestial, plenitud del Reino de Dios, la comunión o sociedad perfecta de los seres humanos con Dios y entre sí.

    El tiempo de la peregrinación ha de ser de protagonismo servicial, solidario. Para el creyente, la condición de peregrino, su ciudadanía celestial, antes que alienación ha de ser incentivo para la construcción de una “nueva sociedad”, desde la familiar hasta la internacional. Esto, particularmente en un país como la Venezuela actual, de amplia mayoría cristiana y en grave desastre global, constituye una punzante interpelación.

 

sábado, 23 de octubre de 2021

ESTADO ESQUIZOFRÉNICO

     Ante todo, una definición de términos. Por Estado se entiende aquí el cuerpo político, la estructura jurídica de la nación, tal como la Constitución trata de identificarla en sus principios y normas fundamentales. Esquizofrenia es del ámbito psicológico y equivale a disociación, discordancia de las funciones psíquicas con alteración de la unidad de la personalidad y de su puente con la realidad.

    Lo primero que salta a la vista en el análisis de la situación nacional es el divorcio patente entre el funcionamiento del Estado y la letra de la Constitución, lo cual aparece evidente ya en una simple hojeada del Preámbulo y los Principios Fundamentales. Un ejemplo bien concreto lo ofrece el artículo 55 sobre la protección del Estado a las personas. Y hay casos en los cuales la letra constitucional se queda en el mundo de la fantasía por el “nominalismo” o vaciedad de sus determinaciones, como cuando trata de los derechos sociales (75ss). Por un lado marcha la Carta Magna y por otro la realidad concreta. El síndrome de Estocolmo ha venido acostumbrando a los venezolanos a la aceptación de lo ilegal como normal, de lo violatorio de derechos humanos como ordinaria administración, de lo abusivo como inevitable. Ha sido efectiva en gran medida la sistemática pedagogía del amaestramiento y la sumisión, característica de los regímenes tiránicos y totalitarios. Así el “bravo pueblo” se transforma en manso súbdito; de libertador de otros en la Patria Grande se convierte internacionalmente en motivo de lástima. 

    La contraposición es evidente entre la Constitución y el Plan de la Patria con todo el andamiaje normativo ilegítimo de éste, que se viene montando en asambleas, constituyente, TSJ, Diktat ejecutivo… hacia un sacralizado Socialismo del Siglo XXI y el menjurje del Estado comunal.  Esta dualidad viene de lejos; era la propuesta de reforma constitucional hacia un Estado socialista, presentada a la nación el 15 de agosto de 2007 por el presidente de la República, la cual fue negada, pero introducida ulteriormente de modo progresivo por caminos verdes. Cuando el Episcopado plantea la urgencia de una refundación el país, es porque ésta implica como uno de sus elementos fundamentales, poner en claro qué tipo de Estado se maneja y se debe manejar en la República de Venezuela.   

    La esquizofrenia se manifiesta también en el plano internacional por el doblaje existente en cuanto a la representación oficial del Estado. El reconocimiento de éste no es uniforme, con la confusión y consecuencias negativas que son de prever, aparte del vergonzoso espectáculo que ofrecemos como país. A más del desastre material y moral padecemos de una minusvalía jurídica global.

    En esta línea de disociación ha de subrayarse una sumamente dañina en el campo ético-cultural y es la relativa a la verdad. Se trata de una institucionalidad de la mentira, que es ruptura entre lo que se piensa y lo que se dice; cuando se la exhibe de modo calculado y burlón se torna en cinismo. ¿Consecuencia? Desconfianza a priori respecto de los mensajes que vienen del mundo oficial, lo cual que tiende a minar también la comunicación en el ámbito político y social. No olvidemos: columna fundamental de un progreso humano consistente es la confianza en “el otro”. Recordemos la clara enseñanza de Cristo “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32), así como la calificación del diablo como “padre de la mentira” (Ibid. 44).

    Venezuela no ha entrado todavía en el III Milenio. Peor aún, ha involucionado y caído en un desastre global por la persistencia de la actual Dictadura militar social comunista en imponer un sistema contrario a la refundación de la República, que la Constitución de 1999 explicitó en su Preámbulo. Por ello, urge que el soberano, con su poder constituyente originario (CRBV 5), tome a Venezuela en sus manos y la encamine, a doscientos años de Carabobo, hacia una convivencia realmente democrática, solidaria, productiva, fraterna, de calidad ética y espiritual, en la línea de sus mejores valores identitarios nacionales.

 

 

 

viernes, 8 de octubre de 2021

REFUNDACIÓN RECONSTITUYENTE

       Nuestro país tiene una carta magna: Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.  Es un conjunto jurídico, cuya substancia debería ser conocida por todos los venezolanos y estudiada en los institutos educativos. En otro tiempo las escuelas contaban con una asignatura llamada Moral y Cívica y en no pocas de ellas hasta se organizaban prácticas serias de república escolares.

    Nuestra Constitución se ha quedado en buena medida, lamentablemente, sólo como libro de biblioteca, porque en la práctica se la pasa por alto. Baste a título de ejemplo dar una hojeada al capítulo “De los derechos civiles”, en el que aparecen cosas curiosas como la inviolabilidad de los derechos a la vida y la libertad personal, así como del hogar doméstico y de las comunicaciones privadas. El texto constitucional semeja así un libro de curiosidades. De allí que se estimen como pura retórica las invocaciones a artículos como el 337 y 350 para poner las cosas en orden, porque el capítulo referente a la Fuerza Armada (III del título VII) es letra muerta en la praxis dictatorial del Régimen.

    Ley y vida se han divorciado y la nación reina una confusión en que los límites de lo jurídico y lo fáctico se han diluido para terminar en un baturrillo, que el argot criollo describe como “más enredado que un kilo estopa”. Esto afecta no sólo lo interno del país, sino que salta al plano internacional con el reconocimiento oficial o no del Régimen y la dualidad de representaciones diplomáticas. Venezuela aparece institucionalmente así como un estado bicéfalo o esquizofrénico o, también y paradójicamente, como una dictadura militar pluripolar.

    Como reflejo de lo anterior y evidencia de la crisis que sufre el país, así como del imperativo de lograr una verdadera solución, vale la pena citar el Mensaje de la Conferencia Episcopal Venezolana fechado en 30 de noviembre de 2020; en él se afirma: “ El evento electoral convocado para el próximo 6 de diciembre, lejos de contribuir a la solución democrática de la situación política que hoy vivimos, tiende a agravarla (...) aún deben realizarse las elecciones presidenciales, pues las del 2018 estuvieron signadas por condiciones ilegítimas que han dejado al actual régimen, a los ojos de Venezuela y de muchas naciones, como un poder de facto. La voluntad mayoritaria del pueblo venezolano es dilucidar su futuro político a través de la vía electoral. Esto implica una convocatoria a unas auténticas elecciones parlamentarias y elecciones presidenciales con condiciones de libertad e igualdad para todos los participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos internacionales plurales”.

    En la misma línea este mismo año y con ocasión del Bicentenario de la Batalla de Carabobo, el Episcopado, primero a través de su Presidencia (22 junio) y luego en plenaria (12 de julio), ha formulado la necesidad de refundar el país con la participación de todos los ciudadanos. Una convocatoria al conjunto de los venezolanos, pues “sólo si unimos esfuerzos y voluntades podemos sacar el país adelante. Es urgente que cada uno de nosotros, como personas y como pueblo, contribuyamos a la reconstrucción de nuestro país” (Exhortación de julio).

    Es claro que la refundación, dada la globalidad y hondura de la crisis, no se reduce al aspecto político; implica también renovación, conversión en lo socio-económico y ético-cultural. Inmensos han sido el daño antropológico y la fractura de la convivencia. Urge una intervención especial del pueblo soberano para redefiniciones y decisiones en aspectos fundamentales de la República. “Diálogos” sectoriales y elecciones periféricas no bastan, ya que resultan indispensables reformulaciones y reestructuraciones en elementos básicos de la nación. De lo constituido hay que pasar a lo constituyente y lograr que la Constitución no se reduzca a libro de biblioteca y rubro de exportación, sino que se convierta en instrumento efectivo de unidad y progreso de la nación.

    El Bicentenario de Carabobo en una Venezuela oprimida y arruinada ha de ser clarinada para la refundación de Venezuela como república, libre, próspera, fraterna.