sábado, 23 de octubre de 2021

ESTADO ESQUIZOFRÉNICO

     Ante todo, una definición de términos. Por Estado se entiende aquí el cuerpo político, la estructura jurídica de la nación, tal como la Constitución trata de identificarla en sus principios y normas fundamentales. Esquizofrenia es del ámbito psicológico y equivale a disociación, discordancia de las funciones psíquicas con alteración de la unidad de la personalidad y de su puente con la realidad.

    Lo primero que salta a la vista en el análisis de la situación nacional es el divorcio patente entre el funcionamiento del Estado y la letra de la Constitución, lo cual aparece evidente ya en una simple hojeada del Preámbulo y los Principios Fundamentales. Un ejemplo bien concreto lo ofrece el artículo 55 sobre la protección del Estado a las personas. Y hay casos en los cuales la letra constitucional se queda en el mundo de la fantasía por el “nominalismo” o vaciedad de sus determinaciones, como cuando trata de los derechos sociales (75ss). Por un lado marcha la Carta Magna y por otro la realidad concreta. El síndrome de Estocolmo ha venido acostumbrando a los venezolanos a la aceptación de lo ilegal como normal, de lo violatorio de derechos humanos como ordinaria administración, de lo abusivo como inevitable. Ha sido efectiva en gran medida la sistemática pedagogía del amaestramiento y la sumisión, característica de los regímenes tiránicos y totalitarios. Así el “bravo pueblo” se transforma en manso súbdito; de libertador de otros en la Patria Grande se convierte internacionalmente en motivo de lástima. 

    La contraposición es evidente entre la Constitución y el Plan de la Patria con todo el andamiaje normativo ilegítimo de éste, que se viene montando en asambleas, constituyente, TSJ, Diktat ejecutivo… hacia un sacralizado Socialismo del Siglo XXI y el menjurje del Estado comunal.  Esta dualidad viene de lejos; era la propuesta de reforma constitucional hacia un Estado socialista, presentada a la nación el 15 de agosto de 2007 por el presidente de la República, la cual fue negada, pero introducida ulteriormente de modo progresivo por caminos verdes. Cuando el Episcopado plantea la urgencia de una refundación el país, es porque ésta implica como uno de sus elementos fundamentales, poner en claro qué tipo de Estado se maneja y se debe manejar en la República de Venezuela.   

    La esquizofrenia se manifiesta también en el plano internacional por el doblaje existente en cuanto a la representación oficial del Estado. El reconocimiento de éste no es uniforme, con la confusión y consecuencias negativas que son de prever, aparte del vergonzoso espectáculo que ofrecemos como país. A más del desastre material y moral padecemos de una minusvalía jurídica global.

    En esta línea de disociación ha de subrayarse una sumamente dañina en el campo ético-cultural y es la relativa a la verdad. Se trata de una institucionalidad de la mentira, que es ruptura entre lo que se piensa y lo que se dice; cuando se la exhibe de modo calculado y burlón se torna en cinismo. ¿Consecuencia? Desconfianza a priori respecto de los mensajes que vienen del mundo oficial, lo cual que tiende a minar también la comunicación en el ámbito político y social. No olvidemos: columna fundamental de un progreso humano consistente es la confianza en “el otro”. Recordemos la clara enseñanza de Cristo “la verdad los hará libres” (Jn 8, 32), así como la calificación del diablo como “padre de la mentira” (Ibid. 44).

    Venezuela no ha entrado todavía en el III Milenio. Peor aún, ha involucionado y caído en un desastre global por la persistencia de la actual Dictadura militar social comunista en imponer un sistema contrario a la refundación de la República, que la Constitución de 1999 explicitó en su Preámbulo. Por ello, urge que el soberano, con su poder constituyente originario (CRBV 5), tome a Venezuela en sus manos y la encamine, a doscientos años de Carabobo, hacia una convivencia realmente democrática, solidaria, productiva, fraterna, de calidad ética y espiritual, en la línea de sus mejores valores identitarios nacionales.

 

 

 

viernes, 8 de octubre de 2021

REFUNDACIÓN RECONSTITUYENTE

       Nuestro país tiene una carta magna: Constitución de la República Bolivariana de Venezuela.  Es un conjunto jurídico, cuya substancia debería ser conocida por todos los venezolanos y estudiada en los institutos educativos. En otro tiempo las escuelas contaban con una asignatura llamada Moral y Cívica y en no pocas de ellas hasta se organizaban prácticas serias de república escolares.

    Nuestra Constitución se ha quedado en buena medida, lamentablemente, sólo como libro de biblioteca, porque en la práctica se la pasa por alto. Baste a título de ejemplo dar una hojeada al capítulo “De los derechos civiles”, en el que aparecen cosas curiosas como la inviolabilidad de los derechos a la vida y la libertad personal, así como del hogar doméstico y de las comunicaciones privadas. El texto constitucional semeja así un libro de curiosidades. De allí que se estimen como pura retórica las invocaciones a artículos como el 337 y 350 para poner las cosas en orden, porque el capítulo referente a la Fuerza Armada (III del título VII) es letra muerta en la praxis dictatorial del Régimen.

    Ley y vida se han divorciado y la nación reina una confusión en que los límites de lo jurídico y lo fáctico se han diluido para terminar en un baturrillo, que el argot criollo describe como “más enredado que un kilo estopa”. Esto afecta no sólo lo interno del país, sino que salta al plano internacional con el reconocimiento oficial o no del Régimen y la dualidad de representaciones diplomáticas. Venezuela aparece institucionalmente así como un estado bicéfalo o esquizofrénico o, también y paradójicamente, como una dictadura militar pluripolar.

    Como reflejo de lo anterior y evidencia de la crisis que sufre el país, así como del imperativo de lograr una verdadera solución, vale la pena citar el Mensaje de la Conferencia Episcopal Venezolana fechado en 30 de noviembre de 2020; en él se afirma: “ El evento electoral convocado para el próximo 6 de diciembre, lejos de contribuir a la solución democrática de la situación política que hoy vivimos, tiende a agravarla (...) aún deben realizarse las elecciones presidenciales, pues las del 2018 estuvieron signadas por condiciones ilegítimas que han dejado al actual régimen, a los ojos de Venezuela y de muchas naciones, como un poder de facto. La voluntad mayoritaria del pueblo venezolano es dilucidar su futuro político a través de la vía electoral. Esto implica una convocatoria a unas auténticas elecciones parlamentarias y elecciones presidenciales con condiciones de libertad e igualdad para todos los participantes, y con acompañamiento y seguimiento de organismos internacionales plurales”.

    En la misma línea este mismo año y con ocasión del Bicentenario de la Batalla de Carabobo, el Episcopado, primero a través de su Presidencia (22 junio) y luego en plenaria (12 de julio), ha formulado la necesidad de refundar el país con la participación de todos los ciudadanos. Una convocatoria al conjunto de los venezolanos, pues “sólo si unimos esfuerzos y voluntades podemos sacar el país adelante. Es urgente que cada uno de nosotros, como personas y como pueblo, contribuyamos a la reconstrucción de nuestro país” (Exhortación de julio).

    Es claro que la refundación, dada la globalidad y hondura de la crisis, no se reduce al aspecto político; implica también renovación, conversión en lo socio-económico y ético-cultural. Inmensos han sido el daño antropológico y la fractura de la convivencia. Urge una intervención especial del pueblo soberano para redefiniciones y decisiones en aspectos fundamentales de la República. “Diálogos” sectoriales y elecciones periféricas no bastan, ya que resultan indispensables reformulaciones y reestructuraciones en elementos básicos de la nación. De lo constituido hay que pasar a lo constituyente y lograr que la Constitución no se reduzca a libro de biblioteca y rubro de exportación, sino que se convierta en instrumento efectivo de unidad y progreso de la nación.

    El Bicentenario de Carabobo en una Venezuela oprimida y arruinada ha de ser clarinada para la refundación de Venezuela como república, libre, próspera, fraterna.

   

 

 

 

 

 

jueves, 23 de septiembre de 2021

REFUNDACIÓN URGENTE

    El término nominalismo designa una corriente filosófica que divorcia las ideas generales o universales de la realidad concreta; aquéllas quedan sólo como “emisiones de voz”, sin expresar la esencia de las cosas. Esa doctrina tuvo en el inglés Guillermo de Ockam (1295-1349) su máximo propagador. El vocablo se ha ampliado para designar los discursos o propuestas que se quedan en puras palabras.

    Lo de nominalismo me viene a la mente al leer el Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que subraya como objetivo de la misma “refundar la República para establecer una sociedad democrática”. A más de dos décadas de aprobada la Carta Magna lo de refundación suena como pura proclama, pues la realidad nacional ha involucionado en crisis global gravísima, y no como consecuencia de factores naturales o casuales, sino de un proyecto político-ideológico, que de modo repetitivo el Episcopado ha denunciado claramente: “Plan de la Patria, traducción operativa del Socialismo del Siglo XXI, sistema totalitario, militarista, policial, violento y represor, que ha originado los males que hoy padece el país”( Comunicado  del 5.5.2017).

    No es de extrañar, por tanto, que el mismo Episcopado acabe de plantear, con ocasión del Bicentenario de Carabobo, “la urgente necesidad de REFUNDAR LA NACIÓN. Basada en los principios que constituyen la nacionalidad, inspirada en el testimonio de tantos hombres y mujeres que hicieron posible la Independencia, la tarea que nos concierne hoy y de cara al futuro es rehacer Venezuela” (Mensaje de la Presidencia,22. 6. 2021).

    Refundar es reconstruir el país, retomar la positividad de sus raíces y sus mejores logros, fortalecer los valores fundamentales de su identidad nacional y fisonomía cultural, responder a los imperativos de su deseable deber ser. Según los Obispos, una de las más importantes tareas de los venezolanos en este sentido es recobrar su subjetividad, autonomía y libertad como ciudadanos y como nación “ante la invasión político-cultural extranjera en que nos encontramos” (Exhortación 12.7. 2021). Refundar no es partir de cero, sino afianzar, unidos y de modo proactivo, lo propio y obligante nuestro frente a los desafíos de los nuevos tiempos, sin someter al país a ideologías de nuevo coloniaje y alineamientos dañinos con imperios cualesquiera. La refundación postula apertura mundial, priorizando sin embargo la fraternidad en la “patria grande” latinoamericana.

Refundar el país es tarea pluridimensional: jurídico-política, pero también socio- económica y ético-cultural. Lo que va del Siglo XXI en Venezuela ha sido de creciente deterioro causado por la dictadura militar comunista respecto de a) valoración de la persona y de sus derechos-deberes fundamentales (pensemos en la pedagogía de la sumisión y en la violación sistemática de los derechos humanos), b) calidad de la convivencia (inducción de expatriación masiva, siembra de odio,  apartheid político-partidista, generalización de la corrupción), c) consistencia ético- cultural (moral “revolucionaria”,  imposición de “pensamiento único” y hegemonía comunicacional). En cuanto a lo constitucional, la Carta Magna exige reformulaciones importantes (corregir presidencialismo, “bicameralizar” parlamento, acentuar municipalización, renovar lo educativo y ecológico…).

    La refundación declarada en 1999 hacia una república democrática fue nominalista. Y algo peor: la realidad ha consistido en un progresivo retroceso conducente al actual desastre nacional. Hoy, en consecuencia, refundar el país es urgencia insoslayable. La debacle actual exige ir a la raíz -causa fundamental- del problema, sin quedarse en ramas como elecciones tipo 21N y diálogos a la mexicana, que podrían entenderse, en el mejor de los casos, sólo como “pasos hacia”, en sentido funcional. La raíz es el régimen y su proyecto. La refundación postula, en lo operativo político, un proceso constituyente, en que el pueblo soberano decida, con su poder originario, el rumbo del país.

    Los venezolanos debemos encontrarnos en nuestra pluralidad y forjar juntos un proyecto que siente las bases firmes de la Venezuela deseable.            

 


jueves, 9 de septiembre de 2021

ANIMAL POLÍTICO COMO VOCACIÓN


    La sensibilidad ecológica lleva a mirar con afecto al ambiente, que Dios ha dado al ser humano para convivir y desarrollarse hacia la plenitud. El Papa Francisco en su encíclica Laudato Si´ utiliza una categoría para designar la unidad global cósmica: comunión universal (LS 220); ésta, en la línea del Poverello de Asís, subraya el íntimo tejido inter relacional que constituye el universo con sus diversos reinos, mineral, vegetal, animal, y en el cual el hombre, ser para la comunión humano-divina e interhumana debe integrarse. Es una visión bien positiva y animadora de la realidad global, que corrige la interpretación del ser humano como egoísta explotador de la naturaleza y alimenta otra, de socio y amigo de la realidad creada según aparece en los dos primeros capítulos del Génesis.

    Esto lleva a revisar conceptos como el de animalización, para calificar actitudes y comportamientos censurables de los humanos como son torturas, opresiones y genocidios. Cuando uno abre la Política de Aristóteles, encuentra, justo al comienzo, algo concerniente a nuestro tema. El Estagirita, luego de afirmar que “el hombre es por naturaleza un animal político o social” y “el único (animal) que tiene la percepción del bien y del mal, de lo justo e injusto y de las demás cualidades morales”, expresa: “De aquí que, cuando está desprovisto de virtud, el hombre es el menos escrupuloso y el más salvaje de los animales y el peor en el aspecto de la indulgencia sexual y la gula”.

    El instinto constituye para el simple animal lo que pudiéramos llamar su regla de conducta regular, previsible, natural, con respecto a un conglomerado de necesidades, lo cual le lleva a una convivencia favorable a su conservación individual y al bien de la especie, exenta de sorpresas y “abusos”. El animal, bueno por naturaleza, no entabla guerras ni conquista colonias o edifica campos de exterminio; no acumula bienes a expensas de los vecinos, ni guarda resentimientos a los fines de vengarse. No se le puede acusar de “pecados capitales”, que tanto daño social producen (tiranías y totalitarismos de soberbios, explotaciones y monopolios de avariciosos).

    La expresión “se comporta como un animal” endilgada a un humano, no hace justicia a los simples animales. Identifica más bien, una actuación a- o in-humana o escuetamente salvaje. Dejemos en paz a los pobres y buenos animales y no les achaquemos torpezas y vicios que no les corresponden.

    Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. Dios es amor, comunión, en cuanto tejido interpersonal, familia divina del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Y Dios amor (1Jn 4, 8) creó al ser humano para amar; en esta perspectiva se entiende lo de la referida “comunión universal”, cósmica. Ahora bien, gran problema, que constituye el lado oscuro de la historia, es la condición pecadora del hombre, al cual se refiere ya el capítulo tercero del Génesis. Allí aparece el libre albedrío como don excelente y definitorio de la persona, capacidad de autodecisión y fuente de responsabilidad; pero también emerge el pecado como como mal y nocivo uso de la libertad.

    Dios creó al hombre como animal político. Esta condición social es dimensión connatural de su ser personal, racional y libre. Pero el animal político debe ser buen animal político. Y lo será en la medida en que asuma su libertad en una línea de servicio y solidaridad. La política, condición necesaria y obligante del ser humano, es también ciencia, arte, técnica, herramienta de socialidad; pues bien, en este sentido exige ser asumida, formada y practicada, como contribución al bien-ser de la convivencia, hacia la construcción de una nueva sociedad, civilización del amor.

    Cuando los Obispos hablan de una refundación del país, un aspecto fundamental de ésta es la recuperación ética y religiosa del compromiso político de todos los venezolanos. Asumiendo la política como praxis del mandamiento máximo (el amor), como medio de liberación y desarrollo integrales. Y la condición de animal político como vocación personal y existencia auténtica.   

 

  

 

 

jueves, 26 de agosto de 2021

GUARDIÁN DE TU HERMANO

Dios dijo a Caín: “¿Dónde está tu hermano Abel? Contestó: “No sé. ¿Soy yo acaso el guarda de mi hermano?” Replicó Dios: “¿Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo” (Génesis 4, 9-10).

    Es el diálogo que aparece en la Biblia entre Dios y un descendiente inmediato de Adán, fratricida paradigmático en la historia que se está iniciando y la cual estará marcada por una secuencia incesante de homicidios y genocidios. Expresión de la libertad humana, no sólo limitada y frágil, sino también pecadora, es decir, agente de mal. Un sucesor de Caín, Lamec, pronto se ufanará: “Yo maté a un hombre por una herida que me hizo y a un muchacho por una lesión que recibí” (Ibid. 4, 23). El mismo primer libro de la Biblia relatará luego la queja de Dios a Noé antes del Diluvio: “He decidido acabar con todo hombre, porque la tierra está llena de violencia por culpa de ellos” (Ibid. 6, 13).

    La historia del pensamiento registra todo género de interpretaciones acerca del ser humano y de la sociedad que teje. Las hay radicalmente conflictivas aunque contradictoriamente optimistas como como la marxista, por su creencia en paraísos terrenos construidos por “hombres nuevos”, auto liberados, pero en perspectiva puramente materialista. Hay quienes como Hobbes, menos crédulos, conciben a los humanos como lobos que aseguran su convivencia terrena a través de un pacto, aunque a la sombra de un bestial Leviatán. En la interpretación judeo-cristiana del peregrinar humano el claroscuro de la historia desemboca en un final positivo ultramundano, obra fundamentalmente divina (Reinado de Dios).

    En la interpretación creyente de la historia, emerge el pecado como negatividad moral y religiosa, el cual, si bien no entra metodológicamente, en cuanto tal, en el vocabulario de las ciencias naturales y sociales, está metido, como mal uso de la libertad, en todo en lo que el ser humano es o hace. Un ejercicio fácil a este propósito es echar un simple vistazo en las consecuencias de los pecados capitales en la salud del relacionamiento social (por ejemplo, de la soberbia en la política, de la avaricia en la economía, y de todos en la cultura).

Es sintomática en tal sentido la “regla de oro” que las grandes religiones establecen, en su formulación tanto positiva como negativa, como clave para una buena marcha social. Según aquélla, he de comportarme con el “otro” como si fuera mi propia persona. No otra cosa, en el fondo, estableció Kant en su reflexión filosófica al definir el “imperativo categórico”. Son fórmulas interpelantes en especial para quienes edificar sus estatuas sobre los retazos de prójimos marginados y oprimidos. El mensaje cristiano es claro al presentar el amor como el mandamiento máximo, centro y eje del comportamiento humano. San Pablo en su Carta a los Romanos precisa: “Con nadie tengan otra deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley” (13, 8).

    A propósito del reciente llamado de los Obispos a refundar nuestro país ante la magnitud y hondura del actual desastre, es oportuno subrayar que una refundación política ha de acompañarse de una ético-cultural: reconocernos prójimos, hermanos, en una misma comunidad nacional. No a pesar de nuestras diferencias, sino precisamente por ellas. La prédica ideológica fundamentalista nos ha dividido en extremo. El término escuálido y otros semejantes, que expresan la aniquilación del oponente, han llevado al desmembramiento del conjunto nacional y abierto el camino a la expatriación física de millones de compatriotas. Los homi-geno-cidios han comenzado siempre por asesinatos verbales. Y lemas como “revolución o muerte” convierten las diferencias ideológico-políticas en beligerancia armada. De enfrentamiento democrático se cae en “guerra a muerte”, que abre paso a la prisión y la tortura por causas políticas.

    La refundación exige un reencuentro nacional. Hemos de cambiar régimen e ideas, pero antes, durante y después tenemos que cambiar nosotros. Me gusta recordar aquello que en Edipo Rey pone Sófocles en boca del sacerdote: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.

Sí ¡Hemos de ser guardianes de nuestros hermanos venezolanos!

jueves, 19 de agosto de 2021

REFUNDACIÓN CONSTITUYENTE

    La Conferencia Episcopal Venezolana en su Asamblea Plenaria de julio pasado retomó la refundación nacional, planteada días antes (22 de junio) por la Presidencia del Episcopado como “urgente necesidad”. Subrayó a tal fin la necesidad de “unir esfuerzos para que haya una verdadera participación de todos los ciudadanos” (Exhortación pastoral (12. 7. 2021).

    Refundación, reconstrucción, aunque de distinto nivel semántico, son términos de sustancial significado. Tocan lo básico y causal de un proyecto, institución o estructura. No se refieren a elementos accesorios, secundarios, consecuenciales. Van a la raíz, al fundamento  del asunto; no se quedan en las  ramas. Un ejemplo concreto de lo contrario lo tenemos en las elecciones programadas para gobernadores y alcaldes en el próximo noviembre, las cuales son, en nuestra actual coyuntura, más una expresión vacía de una ritualidad institucional, pues no encaran  la causa principal de la tragedia nacional ni constituyen un paso directo decisivo hacia la solución de la gravísima crisis.

    Pienso que la refundación planteada por el Episcopado -deliberadamente general como “imperativo moral” a ser concretado políticamente,  so pena de nominalismo-  pudiera comenzar de modo  efectivo por algo que, surgido desde la sociedad civil, va cobrando cuerpo como medio factible, serio,  próximo: una Asamblea Constituyente. En las líneas que siguen, a título personal y como obligante servicio ciudadano, expondré algunos elementos relativos a la misma en cuanto a justificación, condiciones, beneficios.

    1.En situaciones de máxima crisis, profunda división y grave desconcierto de la comunidad política, el pueblo soberano (CRBV 5) debe decidir el rumbo del país (concepción y estructura del Estado, pautas básicas electorales para reinstitucionalización, decisión sobre el timón del gobierno y medidas básicas urgentes de reconstrucción…).

    2.Sólo el pueblo soberano con su poder originario, constituyente, puede resolver, con su libre mandato, la actual esquizofrenia institucional, así como el enredo paralizante y destructor de inconstitucionalidades, ilegalidades e ilegitimidades que se alegan y pueden alegarse con respecto a los actuales órganos del poder público (¡nudo gordiano que exige solución a lo Alejandro Magno!).

    3.La Asamblea Constituyente integraría de modo más directo, ágil y sólido, lo que buscan otras propuestas pacíficas (referendo revocatorio, elecciones generales…). Por su génesis y naturaleza mismas, la Asamblea constituiría un encuentro pluralista, promesa de convivencia pacífica, democrática.

    Es obvio que a una Asamblea Constituyente nacional integradora no se puede llegar sin atender a ciertas condiciones básicas, fruto del protagonismo ciudadano y de voluntad política de diálogo y negociación, como las siguientes:

    a) Consistente respaldo interno por parte de la ciudadanía articulada como sociedad civil organizada y expresiones partidistas. 

    b) Claro y efectivo apoyo de entes internacionales indispensables, comenzando por OEA, ONU, UE y   una representación calificada de países democráticos que supervisen el proceso y garanticen el respeto de sus resultados.

    c) Un ente plural y transparente que organice el proceso, generando la más amplia confianza.

    “Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir” (Mt 12, 25). Son palabras del Señor Jesús, quien subrayó el amor (que es encuentro, compartir, hecho “amistad social” según agregaría el Papa Francisco) como su mandato en el postrer mensaje de la Última Cena. Es significativo además que Simón Bolívar postulase la unión como voluntad y anhelo testamentarios. La crisis venezolana es, fundamentalmente, una falta de unión, de reconocimiento mutuo, de solidaridad y fraternidad. De allí, injusticias, exclusiones, expatriaciones. La crisis no es principalmente ausencia o desarreglo de cosas, sino de desencuentro personal y social; por ello requiere, ni más ni menos, una “refundación nacional”.

    Refundar el país es, radicalmente, reconstituir la projimidad, reconstruir “puentes” de comunidad. Una Asamblea Constituyente debe ser el inicio de un gran reencuentro de nuestra polis venezolana.

 


sábado, 31 de julio de 2021

SOTANAS Y POLÍTICA

     El título de estas líneas debería ser “Iglesia y política”; lo pongo así porque alguien del Régimen se ha servido de dicho binomio para descalificar un mensaje.

    El acusar de intromisión religiosa en política no es nada nuevo. A Jesús le achacaron querer suplantar al Emperador romano; por eso sentó el principio “dad a César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mc 12, 17).

    Una pregunta nos sirva para buscar luz en el presente asunto: ¿Puede-debe la Iglesia meterse en política? Para responder es menester definir antes qué se entiende por Iglesia y por política. Precisar términos es algo que cuando no se hace, es causa de no pocos malentendidos y de interminables y encendidas discusiones, al final de las cuales, alguno de los interlocutores expresa: “pero eso es lo que yo quería decir” ¿Y entonces por qué no lo dijo en su momento?

    La referida pregunta puede responderse tanto afirmativa como negativamente. Depende de lo que entienda por Iglesia y por política; aquí surgen dos tríadas de interpretaciones. Política puede significar a) “lo político” como una dimensión fundamental de lo humano -de naturaleza social- y por tanto lo relativo a la comunidad política (polis); b) el poder o autoridad en la misma; c) la organización y actividad de los partidos políticos, que buscan el acceso al poder o su recuperación. Por Iglesia, puede entenderse a) la comunidad de todos los creyentes y bautizados; b) el sector jerárquico en ella (obispos-presbíteros y diáconos); c) los laicos o seglares, los cuales constituyen la casi totalidad de la Iglesia. Surgen consiguientemente varias composiciones o relaciones, que determinan el que las respuestas sean afirmativas o negativas.

    Si por Iglesia se entiende la comunidad de los bautizados y creyentes y por política la participación en la polis, resulta obvia y obligante la respuesta afirmativa, por la condición social del ser humano y porque el compromiso social, caritativo, es una de las dimensiones de la evangelización (=misión de la Iglesia); a ésta, sin embargo, no le corresponde la política en sus acepciones tanto de ejercicio del poder como de praxis partidista. En lo que toca a la Jerarquía eclesiástica, ella, por lo ya dicho, ha de participar en lo político en su sentido primero, pero no en el de poder ni en el de actividad partidista. En cambio a los laicos les corresponde la política en las tres acepciones, pues lo peculiar de ellos como cristianos, es su presencia transformadora en las realidades temporales; y según su vocación, de acuerdo a capacidades, circunstancias y oportunidades, han de entrar en el ejercicio del poder político y en la acción partidista. Cabe añadir, en cualquiera de las relaciones, que el conflicto y, por ende, la ineliminable posibilidad del ejercicio de la fuerza y hasta de la violencia, han de encararse con gran realismo y en perspectiva humanista

    Con respecto a lo de “sotanas” en política conviene traer aquí algo del Directorio para el ministerio pastoral de los obispos emanado de Roma: “El Obispo está llamado a ser un profeta de la justicia y de la paz, defensor de los derechos inalienables de la persona, predicando la doctrina de la Iglesia, en defensa del derecho a la vida, desde  la concepción hasta su conclusión natural, y de la dignidad humana; asuma con dedicación especial la defensa de los débiles y sea la voz de los que no tienen voz para hacer respetar sus derechos” (No. 209). Los obispos Rafael Arias Blanco en Venezuela y San Oscar Arnulfo Romero en El Salvador no tuvieron que quitarse la sotana, antes bien, debieron ajustarla, para ser coherentes con su misión.

    Y una última observación con respecto a los laicos En virtud de su bautismo, están llamados a ser protagonistas en la construcción de una nueva sociedad, en la verdad y la libertad, en la justicia y la solidaridad, en la fraternidad y la paz, obedientes al mandamiento máximo del Señor. Esto ha de subrayarse, especialmente en situaciones como la presente de Venezuela, de grave crisis global y en la cual se quiere imponer un proyecto totalitario comunista. Para ello los laicos han de formarse lo mejor posible y actuar con la mayor lucidez y responsabilidad. Están obligados a demostrar en la polis, con obras de bien común, su fidelidad a Dios Amor; deben ser, allí, la presencia real, viva y eficaz de la Iglesia.

    La misión de la Iglesia es la evangelización, una de cuyas dimensiones es contribuir a la construcción de una “nueva sociedad”, de libertad, solidaridad y paz.