viernes, 25 de abril de 2025

DIOS ES AMOR

 

    El catálogo que ofrece la historia en cuanto a concepciones y definiciones de Dios es abundante y se inscribe en un conjunto bien amplio, que comprende las múltiples expresiones religiosas y elaboraciones teológicas con sus antecedentes míticos, además de las variadas posiciones planteadas en el ámbito filosófico.

    Dentro de este vasto campo podemos fijar hoy nuestra atención en algo que dice la Primera Carta de Juan: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4, 8).  Allí el Autor explicita una condición hondamente existencial para acceder a dicho conocimiento: adhesión de la voluntad al bien genuino, apertura del corazón al amor auténtico. No basta una lógica de razones determinantes de una conclusión; se requiere una libre disponibilidad afectiva, que abra a la aceptación de Dios, como ser personal absoluto, que da sentido y plenitud al ser humano. No es una escueta conclusión sobre una realidad neutra. Se trata de un encuentro con alguien, que ilumina la existencia de quien pregunta y se pregunta. Si bien en latín se tiene el aforismo nil volitum nisi praecognitum (no queremos nada que no hayamos conocido de antemano), parece que en el presente caso las cosas son al revés: el amor posibilita el conocimiento. Ya Platón había intuido esta precedencia.

     “Dios existe”, como afirmación personal, no es una proposición neutra, pensemos en las físico-matemáticas. Es la aceptación de un relacionamiento interpersonal con inmensas consecuencias morales y espirituales. La religatio, desencadenada por un tal encuentro, presupone o implica una reformulación o conversión de la persona en búsqueda, una superación del egocentrismo y la adopción de una postura servicial. Obstáculos para la aceptación primacial de Dios constituyen entonces la soberbia, la avaricia y otros pecados capitales, fruto de actitudes y culturas hedonistas auto referenciales, de tecnocratismos deshumanizantes o de ideologismos cerrados.

    Ahora bien, el teísmo cristiano va más allá de lo que la sola capacidad humana puede alcanzar respecto de la existencia y naturaleza de Dios; así como de lo que el judaísmo, el islam u otras grandes religiones asumen de lo divino. La revelación hecha por Jesús es radicalmente original: el monoteísmo se interpreta como conjunto relacional interpersonal, comunión, amor. El Absoluto divino no es ya un solitario infinito, sino el Unitrino, tres personas en una sola divinidad. Algo que, aún después de revelado, permanece como misterio.

    Para la fe cristiana lo de Unitrino no se queda en simple afirmación intelectual; postula hondas y fecundas consecuencias vitales para la praxis creyente.  Lo comunional -Teilhard de Chardin diría amorizante- de Dios implica una reformulación de la propia persona y del entorno mundano en su devenir y conjunto cósmico. Dios pone su sello relacional en lo que crea y salva: el hombre como ser para la comunión, la salvación actuada en una comunidad (Iglesia) abierta a la humanidad como signo e instrumento del plan unificante divino universal. Éste constituye el horizonte (telos, griego) definitivo de la historia. En el plano ético y espiritual el amor resplandece así como mandamiento principal y sentido del quehacer humano. Consecuencia de éste es la deseable y obligante construcción de una nueva sociedad en libertad y solidaridad, participación y corresponsabilidad. La cual puede denominarse también civilización del amor.

    Conceptos de Dios como el infinito absoluto, el individuo solitario y lejano de la Ilustración, o como el frio postulado kantiano (garante, junto a la libertad y la inmortalidad, de una consistente moralidad humana), se quedan cortos ante aceptación Dios como amor amorizante, manifestado y regalado a la humanidad en su Hijo hecho hombre: Jesucristo.

    La definición dada por Juan interpela a los creyentes de todo tiempo, tentados de reducir la relación con Dios a una vinculación individualista y vertical, a simple obediencia u otorgamiento de castigos y premios, olvidando el relacionamiento amoroso que el Unitrino quiere establecer con y entre nosotros. 

domingo, 6 de abril de 2025

LA INDISPENSABLE DEMOCRACIA

 

    No hay nada más problemático que formar gente que piense con su propia cabeza.

    Es frase que me gusta repetirme y repetir. Con ella comencé un artículo que, por cierto, recibió el premio de El Nacional en 1992. Lo escribí pocos días después del intento de golpe de estado, aventura que desembocó, antes de una década, en el régimen de corte totalitario durante todo lo que va de siglo y milenio.

    El referido artículo tenía como título La exigente democracia. Junto a identificar innegables fallas políticas de entonces insistía en lo indispensable de una educación para la democracia, la cual, como obra de la libertad ciudadana, es algo vivo, necesitado de continua revisión, cuido, alimentación y perfeccionamiento.

    Mucha agua ha corrido desde entonces bajo los puentes. La experiencia demostró que la democracia es una planta que exige delicada atención, porque de otro modo se debilita hasta secarse. No pocos habían pensado que la convivencia democrática en nuestro país tenía una especie de seguro de vida y podía permitirse juegos de poder, hasta cambiar alegremente un presidente a escaso tiempo del término de período constitucional.

    El pasado es eso y lo que fue, fue. El futuro no existe. El único tiempo de que disponemos es un presente fugaz, que es preciso aprovechar con inteligencia, responsabilidad, previsión, bondad. Y con lo que en cristiano entendemos como algo obligante y bien exigente, amor.

    De la democracia no podemos quedarnos en calificarla como algo bueno, deseable. Sin ser la perfección terrena absoluta, hemos de asumirla como algo valioso y obligante, como relacionamiento social querido por Dios para nosotros, seres libres y responsables; puestos en el mundo para la comunicación y el diálogo; creados políticos (humanos para emerger y desarrollarse en polis), personas con dignidad y derechos inalienables. Democracia es com-partir propiedades, tareas y responsabilidades. Construir juntos lo que atañe a todos, lo que conforma el bien común.

    Por ello es obligante formarse y formar para convivir en democracia. Lo que implica educarse en derechos, pero también e inseparablemente, en deberes como regalo que nos hacemos.

    A propósito de educación para la democracia, resulta oportuno recordar algo sobre el primero de estos términos, para lo cual resulta muy iluminador recordar su etimología. Educar viene del verbo latino educere, de muy rica significación (criar, cuidar, alimentar, sacar, hacer salir…) Puede decirse que Miguel Ángel edujo de un bloque de mármol su Moisés. No lo introdujo. La mano del artista   lo fue generando y la piedra lo fue dando a luz.  Educar no es inyectar y hacer del alumno un repetidor. Como en la mayéutica socrática, es una ayuda liberadora ¿Qué significa educar para la responsabilidad, para la solidaridad, para la libertad?  No se trata tanto de procurar aptitudes cuanto actitudes.

    Una pedagogía para la democracia entraña que el ciudadano se transforme desde dentro en persona sensible a los derechos del otro, a la fraterna solidaridad, a la corresponsabilidad en el bienestar colectivo, en la atención preferencial a los más débiles; al descubrimiento y apreciar del otro como proximus.

    La democracia es, por tanto, tarea común, siempre en hacerse. No se debe esperar que nos la hagan y den. Debe formarse desde el hogar en el cultivo de un relacionamiento responsable, delicado y servicial. La democracia es un derecho humano. Con su otra cara, el deber.

    En Venezuela no gozamos de una convivencia democrática. Lograrla es imperativo común. Para lo cual hemos de educarnos y educar. Recordando que es planta que hemos de regar, abonar, podar, proteger. 

    La experiencia nos enseña que interpretar la democracia como algo dado, que ha de permanecer al margen de lo que hagamos o no hagamos, es una nefasta ilusión. Agentes y soportes de una democracia hemos de ser todos los ciudadanos; sólo así se evitará que los “líderes” se conviertan en sus solos protagonistas y los gobernantes en sus solos administradores para terminar en déspotas. 

 

domingo, 23 de marzo de 2025

JOSE GREGORIO, POLÍTICO

 

    No pocos libros se han venido escribiendo sobre José Gregorio Hernández, rica personalidad que se presta a ser expuesta en sus múltiples y significativas dimensiones. Por demás está decir que sus facetas como persona de hondura caritativa y cientificidad de altura son las que se recuerdan con particular aprecio.

    El escarbar en la vida de José Gregorio fue para mí un feliz encargo recibido en mi tiempo de universitario en Roma, cuando fui asignado como ayudante del postulador de la entonces incipiente causa, el P. Carlos Miccinelli, jesuita. Tuve así la fortuna de contribuir en los primeros pasos del proceso de beatificación, permitiéndome familiarizarme con la “vida y milagros” de nuestro santo.

    Hay una original faceta del “médico de los pobres”, que María García de Fleury convierte en capítulo de una biografía, el cual lleva como título: “El político”. Algo muy oportuno cuando el recuerdo y la veneración de José Gregorio tienden a reducirse a aspectos religiosos de sesgo individual e intimista, a la exaltación de su caridad en expresiones privadas y al reconocimiento de su innegable protagonismo universitario y académico. No se trata aquí de minusvalorar o relativizar elementos, sino de integrarlos en un marco más amplio y circunstanciado de interpretación.

    El referido capítulo nos muestra al Santo de Isnotú como una persona bien consciente de su pertenencia a una polis (convivencia, ciudad) concreta, que le exige un compromiso ciudadano efectivo en lo tocante al bien común, a la res publica. Conviene subrayar esta operosidad cuando es frecuente cubrir lo político de un manto de misteriosidad, reserva o distancia, olvidando que la persona humana es por naturaleza “política”, emerge y se desarrolla ineludiblemente en un relacionamiento de interacción social, que comienza en la propia familia y se va ampliando en círculos crecientes hasta la integración en la polis global. El Génesis nos habla del hombre creado como ser social, al cual Aristóteles habría de identificar como animal político. De allí que expresiones como la de que “yo no me meto en política” carecen de sentido, si no se específica de qué política se trata (ejercicio de poder o alineamiento partidista). Porque uno nace ya político. Y quien dice que no se mete, está ya metido… y por cierto, no raramente, mal.  

    José Gregorio en la polis fue un ciudadano activo, tanto en la vida ordinaria como en la universidad y la academia; caritativo en expresiones sociales menudas y hospitalarias; fue el primero en alistarse en su parroquia cuando el país se vio amenazado de invasión; asumió pública denuncia ante agresiones gubernamentales a la Universidad y el cierre de la misma; formó agentes de servicio sanitario público, interpretando la investigación y la docencia como obligante servicio nacional; asumió la evangelización de la cultura en su amplio sentido, como tarea indeclinable del laico católico. Lo guiaba una convicción de fe profunda, pero abierto al diálogo (baste pensar en el binomio amistoso Hernández-Razetti). Con un entorno cultural de beligerante acento positivista y bajo un régimen político opresivo, se entregó de lleno a servir en perspectiva de fraterna solidaridad, no a pesar de, sino precisamente por su firme convicción cristiana.

     “Su venezolanismo -recuerda María de Fleury- lo esparció en toda su actividad social, literaria y profesional. Su ejemplo de abnegación, cariño por las tradiciones patrias, por las glorias nacionales y el amor por compatriotas enfermos y pobres, su padrinazgo espiritual en materia educativa, el cumplimiento exacto de las leyes y el valor de su personalidad, lo han convertido en gloria nacional”.

    En una Venezuela de represión política, con ausencia de un estado de derecho y grave fractura de la convivencia, abundosa en corrupción administrativa y en pobreza del pueblo, José Gregorio Hernández constituye una invitación existencial a la justicia y la paz, a la participación y la solidaridad, a la coherencia de fe y vida. A una presencia y una acción políticas orientadas a una “nueva sociedad”, “civilización del amor”.

 

viernes, 7 de marzo de 2025

CÉSAR Y CONSTITUCIÓN

 

    Bastante conocida es la respuesta dada por Jesús a la maliciosa pregunta formulada por algunos fariseos y herodianos -partidarios de la dinastía reinante y de la autoridad del emperador romano- acerca de la licitud o no del pago del tributo al régimen. Éste se concretaba en una moneda con la imagen e inscripción correspondientes al emperador. Así respondió: “lo del César devuélvanselo al César, y lo de Dios a Dios” (Mateo 22, 21).

    Esta respuesta se ha tornado paradigmática con respecto al reconocimiento de la autoridad civil y religiosa por parte de los creyentes. Distinción que no implica oposición, sino especificidad   delimitante de competencias.  “Cada loro en su estaca” sería el refrán ilustrativo de una relación bien seria, generadora no raras veces de graves confusiones y conflictos.

    Todo esto sea dicho a propósito de lo que de modo oficial se acaba de poner sobre el tapete nacional, a saber, una reforma constitucional semejante a la denunciada públicamente por el Episcopado el 19 de octubre de 2007 (en la Exhortación Llamados a vivir en libertad) y rechazada ulteriormente por decisión ciudadana. No todo lo que hace o pretende el César es de por sí lícito, pues tiene sus condiciones. Entre los considerandos que entonces plantearon los obispos contra la propuesta de implantar un “Estado socialista” de tipo marxista-leninista estaba el que una tal proposición era contraria a 1) principios fundamentales de la actual Constitución, 2) “al pensamiento del Libertador Simón Bolívar (cf. Discurso ante el Congreso de Angostura)”, 3) y también “a la naturaleza personal del ser humano y a la visión cristiana del hombre, porque establece el dominio absoluto del Estado sobre la persona”.

    El positivismo jurídico carece de ética justificación. La pura forma no totaliza la substancia. Recordemos, a título de ejemplo, las leyes antisemitas, inhumanas, de Nuremberg en la Alemania nazi. Muy oportunamente el Episcopado venezolano planteó entonces: “Dios nos ha creado como personas libres con capacidad de organizar la vida personal y la vida social. Vida y libertad son inseparables. Dios libera, porque es el Dios de la vida; se revela en la historia liberando a su pueblo, no quiere que ninguna nación esté esclavizada o dominada por otras, ni por sus propias autoridades (…) La libertad es un derecho fundamental innato en cada ser humano, que no tienen otros límites que la libertad y los derechos de los demás”. La cuestión es bien clara: “El Estado existe para la persona y para el pueblo, y no al revés”.

    Desde lo alto del poder se ha venido tratando de acostumbrar los oídos del soberano venezolano (CRBV 5) a la conseja de “por las buenas o por las malas”. Se la exhibe como principio operativo oficial, para imponer diktats tiránicos y totalitarios. Refleja una concepción de la autoridad como poder absoluto, omnímodo, sin otra limitación que ella misma. Absoluto -y por cierto, bueno y misericordioso- es sólo Dios, creador del ser humano, libre, social, político (ciudadano). El totalitarismo, diabólico, tiene una fundamentación, explícita o implícita, atea.

    La actual Constitución no es, obviamente, perfecta. Es, por tanto, mejorable. Pero –“un pero tan importante como todos los peros” enfatizaba mi profesor de Derecho en la Universidad Central (UCV), Luis Villalba Villalba-  en una línea de genuina legitimidad, en forma y fondo. Oportunamente el Episcopado venezolano señaló en su documento de 2007: “el verdadero sujeto de la Constitución es el pueblo, no el Estado y menos aún el gobierno; por eso ella debe expresar el acuerdo de todos los sectores, corrientes e ideologías. No puede ser la consagración de las ideas o propósitos políticos de un determinado grupo partidista. Consiguientemente, una modificación de la Carta Magna debe apoyarse en el mayor consenso posible”.

    El Concilio Vaticano II estampó esta declaración: “El principio, el sujeto y el fin de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana” (GS 25).

 

 

 

 

 

 

 

 

   

viernes, 21 de febrero de 2025

LA MORAL DE LA AMORALIDAD

     De rancia antigüedad es esta frase: negar la validez del filosofar es afirmarla. Expresa, en efecto, una evidencia: la filosofía es simplemente la explicación o el sentido últimos que la razón humana puede darse acerca de la realidad (mundo, cosas…). Negar esa búsqueda, es ya, por tanto, ejercerla, pues implícitamente se está afirmando que lo último y definitivo es que no hay nada racional último y definitivo. Por ello José Gregorio Hernández -que no era filósofo (“cultivado”)- puso como primera línea del Prólogo de sus Elementos de Filosofía: “Ningún hombre puede vivir sin tener una filosofía”

    Algo parecido sucede con la afirmación de la amoralidad como ausencia de una consistente valoración ética de la conducta. Porque entonces se está asumiendo el libertinismo (espontaneísmo) como brújula orientadora suprema del comportamiento humano. La amoralidad resulta ser entonces una moral al revés. Antes de seguir adelante recordemos que la ética tiene que ver con los principios básicos y la moral con las orientaciones concretas de la conducta.

    Ahora bien, el “amoralismo” generalizado llevaría a la autodestrucción de la convivencia humana. Algo parecido a lo que el Génesis simbolizó con la Torre de Babel, la cual produjo la dispersión de la gente por la pérdida de un lenguaje común. La crisis cultural contemporánea va por allí con a) la desestructuración antropológica, que descompone lo humano, b) la ideología de género, que disuelve la sexualidad y c) la marginación de una genuina trascendencia, que encierra al hombre en sus mortales límites. Se destruyen así las bases de un norte sólido, compartido, ético y moral de los terrícolas.

    Las formulaciones y convicciones religiosas se acompañan normalmente de directrices morales. En “Occidente” ha sido patente en el caso del judaísmo y el cristianismo a los cuales se junta la religión del islam. Con la crisis racionalista y positivista surgieron propuestas de humanismos con pretendida autosuficiencia (pensemos en el imperativo categórico de Kant y la moral-religión del positivismo de Comte). En la crisis cultural de la postmodernidad proliferan los “amoralismos” de la más diversa especie, que entienden la libertad humana guiada por una pura y simple autolimitación. Por cierto que la proliferación de la violencia impositiva en grupos y asociaciones de este tipo (conglomerado woke…) son expresiones paradójicas de una tal concepción o tendencia. Estos enfoques y actitudes  inmanentistas son a la postre autodestructivos de la persona y la sociedad. Lo que los creyentes llaman pecado suele cobrar caro.

    La interpretación cristiana, de raíces judías, vincula estrechamente lo ético-moral con lo religioso. Ya en el primer libro bíblico se habla de un árbol de cuyo fruto no se podía comer, como símbolo de una libertad humana, que es maravilloso don divino, pero también, consecuencial e ineludiblemente, creatural y por tanto sub-ordinado (Génesis 3).  El olvido o negación de tal condición lleva, produce pronto o tarde, daño y pérdida. Pensemos, por ejemplo, en los efectos de pecados “capitales” como son la soberbia y la avaricia. El alejamiento y negación de Dios, a más de auto perjudicial, resulta en alejamiento y negación del “otro”, del “proximus”.

    La ética-moral cristiana es patentemente positiva, constructiva, pues tiene como principio y sentido supremos, como el eje de la conducta: el amor. Así lo definió Jesús el Señor al preguntársele cuál era el mandamiento máximo. El amor entrelaza a Dios y al prójimo (ver Mt 22, 36-39). Una norma que se funda en la entraña de la Divinidad misma: “Dios es amor” (1 Juan 4, 8).  La acción humana ha de tener así, entonces, una dirección esencialmente amorizante. El Decálogo, a la luz del Sermón de la Montaña, se revela así como un código substancialmente propositivo, de crecimiento subjetivo y  fructuosa solidaridad. En este sentido es bien expresiva la narración que Jesús mismo hace del Juicio Final (Mateo (25, 31-46).

    Si la moral de la amoralidad es anarquismo auto referencial, la moral cristiana es constructiva relacionalidad.  

viernes, 7 de febrero de 2025

IGLESIA Y POLÍTICA

 

    En lo que toca a nuestro país obligante mención merecen dos documentos íntimamente relacionados del Concilio Plenario de Venezuela (CPV), en cuyo 25º aniversario (2000-2006) estamos:  La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (No.3, CIGNS) y Evangelización de la cultura en Venezuela (No. 13, ECV). El primero constituye una especie de manual nacional de Doctrina Social de la Iglesia al estar estructurado según la metodología conciliar del ver-juzgar-actuar.

    Sobre esta materia, en continuo movimiento, he escrito en repetidas ocasiones; esta vez, de modo sintético, destacaré algunos puntos de particular importancia y actualidad para una interpretación especialmente cristiana, eclesial, de la política.

    Punto primero y fundamental es la noción misma de Dios, que rompe los parámetros del Iluminismo o Ilustración, coincidentes en gran medida con los comunes de los cristianos: el Ser infinito, personal, omnipotente, creador, pero en ningún modo solitario y que poco tenga que ver con la construcción humana de la convivencia social (polis). La noción cristiana genuina es que Dios es Uno y Único pero Trinidad, amor, que pone su sello comunional a su obra creada. El Papa Francisco en su encíclica Laudato Si´ ofrece un cuadro iluminador de esta concepción unificante humano-cósmica (ver 238-240).

    Un punto segundo es antropológico básico: el ser humano ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza, como ser para la comunión, social, político. Lo que está en las antípodas de todo individualismo aislante, a lo Robin Hood. La política no es, por consiguiente, una opción o escogencia: se nace, crece y se muere político; la a-apoliticidad es una fantasía. O una mala política.

    Como tercero, en el plano ético, moral, aparece como precepto máximo: el amor a Dios y prójimo, (ver Mateo 22, 34-40), que ha de expresarse en formas bien concretas de solidaridad, que Jesús ejemplifica en su narración del Juicio Final (Ibid. 25, 31-46). El amor sintetiza y ahonda todos los valores y virtudes: respeto, justicia, misericordia, sensibilidad, bondad….

    El cuarto es la política como expresión ineludible, indispensable y obligante del amor. El CPV afirmó: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana, más solidaria (…) Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (CIGNS 90).

    El quinto es la variedad de modos del ser-quehacer políticos: a) ejercicio del poder, b) compromiso partidista, c) ejercicio ciudadano (sociedad civil). Deber, vocación, capacidad, oportunidad son factores aquí influyentes o determinantes. Como suele decirse: no todos están hechos para todo.

    Como quinto aparece la Iglesia, cuyo modo de participación política depende de la condición de sujeto concreto que asuma: a) comunidad creyente, b) jerarquía eclesiástica y c) laico o seglar. Combínese esta trilogía con la del punto anterior y resultará una variedad de cursos de acción, vocaciones y responsabilidades. Pero sobre la referida base de una común, ineludible y obligante politicidad. El “meterse en” política -ordinariamente así se habla- no es una opción. Lo optativo es sólo el modo se serlo y hacerlo.

    No es tarea simple el manejarse debida y acertadamente en esta materia. Pero es un deber que se ha de precisar con serio discernimiento, sobre todo cuando se trata de campos o aspectos obligantes para todos como son: la defensa y promoción de la dignidad de la persona humana y sus derechos fundamentales, la prioridad del bien común, la edificación de una nueva sociedad libre, justa, pacífica, fraterna.

    El ser humano es un ser político. Así fue creado y debe actuar en recta concordancia. Máxime si se considera creyente y se confiesa cristiano.  El Concilio Plenario de Venezuela asumió en el Actuar de su documento sobre “nueva sociedad” este “Desafío 4: “Ayudar a construir y consolidar la democracia promoviendo la participación y organización ciudadana, así como el fortalecimiento de la sociedad civil”.    

 

 

 

domingo, 26 de enero de 2025

INTELIGENCIA COMO ARTIFICIO

 

    El tema de la inteligencia artificial está sobre el tapete de la actualidad y se inscribe dentro del cambio epocal característico de nuestro tiempo. El Papa lo abordó por cierto el año pasado en documento con ocasión de la Jornada Mundial de la Paz.

     Como ha sucedido en otros momentos de la historia los saltos en el campo del desarrollo humano son interpretados por no pocos como conquistas del hombre y retrocesos en el reconocimiento de Dios como ser supremo creador y providente.  Se reactualiza a Prometeo como autoafirmación del hombre frente -de modo independiente y beligerante- a lo divino. Ese personaje mítico robó el fuego a Zeus, a lo que siguió un terrible castigo; ya liberado, terminó siendo interpretado como dador del fuego, las ciencias y artes a los seres humanos como instrumentos de progreso. Y hasta de prometeicos, como liberación de dependencias trascendentes, llegan ateos y agnósticos a identificar los logros civilizatorios. Un antiguo escritor cristiano percibió esto y lo revirtió diciendo que la gloria de Dios es precisamente que el ser humano crezca.

    El Génesis en su relato del pecado original narra, con peculiar vestimenta literaria, algo a propósito. El tentador invita a los primeros humanos a que se apropien de la ciencia por la cual habrían de ser como dioses, conocedores-determinadores del bien y del mal. Ello simboliza algo que atraviesa toda la historia humana: los celos del hombre ante la supremacía divina. Filosofías e ideologías de muy diverso género han tratado de sistematizar el drama, o, peor, la tragedia, que los griegos tradujeron en expresiva mitología. Un humanismo desconocedor o negador de Dios (ateísmo práctico y teórico), que en una forma u otra, tarde o temprano, como lo comprueba la historia, lleva al daño y negación del ser humano.

Antes de entrar en otros particulares podría decirse que la denominada inteligencia artificial antes que tal cosa es un arte-facto, un factum, producto del ars o tekné en cuanto capacidad operativa del ser inteligente que es el hombre.  El referido documento de la Santa Sede asume la “inteligencia artificial” en perspectiva positiva de sentido doble y complementario. Por una parte interpreta ese logro como exponente del desarrollo de las potencialidades de una creatura, que Dios hizo a su imagen y semejanza y a la cual encomendó un señorío servicial sobre el universo, dándole para ello capacidades particularmente intelectivas y volitivas, que se reflejan en los instrumentos (cosas, sistemas…) que el agraciado produce. Por otra parte ofrece una serie de advertencias y orientaciones para que el arti-ficio sirva de verdad al desarrollo humano y no se convierta en male-ficio como bumerán dañino. Lo que el hombre idee, construya y maneje ha de serle factor de desarrollo, paz, justicia y libertad. La inteligencia humana trasciende el arti-ficio que construye: tiene como objeto-horizonte la verdad y el bien ilimitados y en cuanto facultad espiritual anida en un ser personal.  

    En esa perspectiva positiva se inscribe lo que el documento dice sobre la interdisciplinariedad:

“Una mirada humana y el deseo de un futuro mejor para nuestro mundo llevan a la necesidad de

un diálogo interdisciplinar destinado a un desarrollo ético de los algoritmos — la algorética—, en

el que los valores orienten los itinerarios de las nuevas tecnologías. [12]Las cuestiones éticas

deberían ser tenidas en cuenta desde el inicio de la investigación, así como en las fases de

experimentación, planificación, distribución y comercialización. Este es el enfoque de la ética de la

planificación, en el que las instituciones educativas y los responsables del proceso decisional

tienen un rol esencial que desempeñar” (No.6).

    El ser humano ha de estar siempre pendiente de que el progreso no se le vaya de las manos. Con iguales material e ingenio puede construir medicamentos para curan y cañones para matar. Ya el Génesis habló de la ambivalencia de la herrería naciente (4, 19-24).

 La inteligencia artificial como arti-ficio debe actuarse en la línea del desarrollo integral humano.

viernes, 3 de enero de 2025

HECHO Y DERECHO


    El Episcopado nacional al final de su XLV Asamblea Extraordinaria celebrada el pasado mes de octubre, se refirió en una Declaración al “proceso comicial realizado el pasado 28 de julio” expresando que en él “se evidenció la voluntad de cambio del pueblo venezolano”.

     Agregó lo siguiente: “Al contemplar la difícil situación por la que atraviesa nuestro país, nos sentimos interpelados por la palabra de Dios que nos invita a escuchar los clamores del pueblo y consolarlo (cfr. Is 40,1). Renovamos nuestro compromiso (…) de estar a su lado en estos momentos difíciles. Manifestamos la disposición de la Iglesia a promover iniciativas que contribuyan a la solución pacífica de las diferencias”.

     Los Obispos registramos, pues, un hecho trascendental, a saber, la decisión abrumadora del soberano venezolano (CRBV 5) en favor de un cambio en la dirección fundamental, política, del país.

     A este propósito y en virtud de lo que ha venido acaeciendo desde la referida elección, conviene tejer algunas reflexiones de principio.  En primer lugar, resulta oportuno recordar la siguiente perogrullada: un hecho es un hecho, al margen de cómo se lo interprete y qué se pretenda o pueda hacer con él. Hay un dicho latino a este propósito que suena así: contra facta non valent argumenta (contra los hechos no valen los argumentos).  Al respecto, lamentablemente el oficialismo no ha respetado la voluntad del soberano. A lo decidido (hecho, factum) por la ciudadanía el 28 de julio -jornada de pacífica, genuina y jubilosa expresión popular- se lo ha tratado de tergiversar, ignorar, pero, más aún, se ha pretendido cambiar los resultados objetivos mediante maniobras pseudo jurídicas, comenzando por la dejación de funciones al no publicar los resultados en debida y reconocida forma.  Y hasta se ha llegado al extremo aberrante de reprimir y castigar la defensa y exigencia de la verdad interpretándolas como mensaje de odio y terrorismo.

     En segundo lugar, en la referida Declaración el Episcopado toma posición en perspectiva fundamentalmente moral. En ámbito ético. No entra en planteamientos legales o interpretaciones jurídicas, menos aún políticos. Campos estos, por lo demás, particularmente expuestos a leguleyismos y manipulaciones, sobre todo cuando no se quiere aceptar lo verdadero y justo. La frase bíblica que cita el documento es clara e interpelante: “La verdad los hará libres” (Jn 8, 31).

     En tercer lugar, el 28 de julio se mostró abiertamente y de manera especial, solemne, con diafanidad democrática, lo que la gente quería para el país, por la manifestación de la soberanía popular como comunidad política, por su poder originario intransferible, expresa y oficialmente reconocidos en nuestra Constitución. Lo decidido en ocasiones tales reclama una obediencia y un respeto de particular rigor.

     Estamos a las puertas de un nuevo año cargado de serios interrogantes e incertidumbres debido a la interpretación oficial de lo acaecido el 28 de Julio, y las consecuencias que de ello pretende sacar, cosa realmente grave, por la ausencia efectiva en nuestro país de un estado de derecho, y, con ello, de independencia de los poderes, así como   la práctica concentración del Poder Público en el Ejecutivo, el cual se arroga también la competencia de predeterminar el resultado de los procesos electorales, y así establecer la legitimidad de origen de las autoridades.

  A la vista de lo anterior, una pregunta muy corriente es ¿qué piensa, ¿qué dice la Iglesia de todo esto? La Conferencia Episcopal -cuerpo que no la totaliza, pero sí la representa auténticamente- en la citada Declaración con respecto al 28 de julio y su reflejo obligante el 10 de enero, es patente al respecto. Cuando el principio “por las buenas o por las malas” rige la conducta del poder, se escoge una práctica política, un campo de juego que no es el deseable ni para la comunidad nacional de raigambre democrática ni el aceptable para la relación fe-Iglesia-política. La Iglesia es comunidad de fe orientada hacia el Bien Común y abierta al pluralismo esencial de la vida social.

  Stalin preguntó cuántas divisiones tenía el Papa para juzgar el peso de éste en el conflicto internacional de mediados del siglo pasado. Con el correr de milenios la Iglesia ha aprendido, no sin traspiés, errores y dolores, a no competir y menos a dominar o imponer, pero, sobre todo, a discernir dónde está su fuerza verdadera y en quién ha de fundar su confianza: en la Palabra de su Señor y en la fe de su pueblo.