miércoles, 17 de mayo de 2017

OBISPOS Y PROFECÍA POLÍTICA



Profecía  en su sentido bíblico no significa principalmente anunciar lo que ha de venir (pre-decir), sino comunicar la palabra-juicio de Dios en perspectiva de lo que está aconteciendo. Resulta muy iluminador al respecto un documento del Concilio Plenario nacional (2000-2006) titulado La proclamación profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela (PPEV).

En dicho texto leemos que el profeta “es un testigo e intérprete de la voluntad de Dios en una situación concreta. En ésta, la Palabra de Dios enseña, anima, interpela, cuestiona, libera, transforma (…) Por eso, el anuncio que la Iglesia hace del Evangelio es profético cuando lleva a escuchar y descubrir a Dios en la realidad de cada tiempo y lugar, es decir, cuando es situado” (PPEV 3).
Todo cristiano, en cuanto miembro de la Iglesia, tiene una vocación profética. Es-ha de ser profeta, llamado a encarnar la palabra de Dios en su circunstancia, aplicándola al aquí y ahora histórico. Lo que vale de todo cristiano adquiere una peculiar tonalidad en el caso de los ministros ordenados y en particular de los obispos. 

Dos ejemplos pueden servirnos de iluminación ¿Por qué los obispos Rafael Arias Blanco con su carta pastoral de mayo 1947 y Oscar  A. Romero con su predicación en tiempo más cercano son considerados profetas? Porque no se quedaron en una lectura atemporal del Evangelio, sino que la proclamaron circunstanciada. El venezolano al lado de la Palabra de Dios tenía un análisis pastoral de la situación social del país, y el salvadoreño junto a la Biblia desplegaba  información de la realidad de su pueblo.

Un texto como el de Mateo 25, 31-46 interpela y puede molestar sólo cuando a  los hambrientos, enfermos y presos les ponemos nombres cercanos o los enmarcamos en políticas inhumanas de alimentación,  salud y  prisiones.

A los regímenes autocráticos y dictatoriales les contrarían los mensajes que los obispos publican con respecto a manejos económicos, políticos o culturales que no responden al bien común, creando serias carencias y produciendo graves daños. En esos casos guardar silencio sería cómodo para los pastores, pero también irresponsable.

La Santa Sede en 2004 hizo público el Directorio para el ministerio  pastoral de los obispos, Por su patente actualidad cito las siguientes líneas: “el obispo está llamado a ser un profeta de la justicia y de la paz, defensor de los derechos inalienables de la persona, predicando la doctrina de la Iglesia, en defensa del derecho a la vida, desde la concepción hasta su conclusión natural, y de la dignidad humana; asuma con dedicación especial la defensa de los débiles y sea a voz de los que no tienen voz para hacer respetar sus derechos (…) debe condenar con fuerza  todas las formas de violencia y elevar su voz en favor de quien es oprimido, perseguido, humillado, de los desempleados y de los niños gravemente maltratados (…); será profeta y constructor incansable de la paz, haciendo ver que toda la esperanza cristiana está íntimamente unida con la promoción integral del hombre y de la sociedad” (Directorio…,209).


El obispo tiene, por tanto, dentro de una Iglesia, toda ella con vocación profética, una grave responsabilidad de profecía política. 

martes, 9 de mayo de 2017

¿DIÁLOGO? ¡CAMBIO DE RÉGIMEN!



 “Hablando se entiende la gente”. Es verdad. Pero  cuando se quiere hablar, entendiendo este verbo en el sentido de comunicación humana genuina y no de simple logomaquia, torneo de equívocos, intercambio de monólogos.

El diálogo (real, no fingido) es búsqueda compartida de la verdad, no sólo teórica, sino también práctica, caminando hacia bien común. Por eso el diálogo es muy exigente en cuanto a su preparación y a las disposiciones de quienes lo tejen. Uno de los requisitos fundamentales es ponerse a la escucha y  en el lugar del otro, para poder interpretar bien sus dificultades, propósitos, anhelos. 

El diálogo no excluye otras formas de comunicación,  de no tanta densidad y requisitos anímicos, pero que resultan útiles, para el logro conjunto de objetivos. Es el caso, por ejemplo, de negociaciones  y otras formas de interrelación con miras a concretar acuerdos.

En meses pasados se planteó el diálogo como vía de solución a la grave crisis nacional. Fracasó, pudiendo decirse que nació muerto, ya que careció de sólida preparación, de adecuada representación y de realista evaluación de disposiciones y posibilidades. El Vaticano, llamado por las partes intentó prestar un servicio, pero su intervención se vio burlada por la parte oficial, que no sólo manipuló procedimientos e incumplió acuerdos, sino que terminó dando portazos a quien en nombre del Papa pidió se cumpliese lo convenido. Posteriormente el Gobierno ha reeditado, con alta dosis de cinismo, invitaciones a un diálogo en el que no cree, pero con el que gana tiempo y desea mejorar su imagen.

El Gobierno no dialoga ni quiere dialogar de veras. En esto es coherente, lógico ¿Cómo va a dialogar si se cree  intérprete único de la realidad objetiva, del sentido último de la historia, así como de la voluntad y felicidad del pueblo? ¿Puede acaso aprender algo de quienes  están al margen o contra una Revolución que se erige como algo absoluto y exige total adhesión? La actitud oficial, maniquea, es necesariamente refractaria al diálogo, que implica también aprender, recibir, comprender. (No menciono aquí otras razones gubernamentales contrarias  al diálogo y  más prosaicas como son el mantener dominaciones, corruptelas, privilegios e ilícitos, que siempre acompañan a los regímenes autoritarios).

El diálogo  Gobierno-disidencia no es posible porque el proyecto que está imponiendo el Régimen es de tipo dictatorial totalitario, socialista comunista, inconstitucional y moralmente inaceptable, como tantas veces lo ha denunciado la Conferencia Episcopal Venezolana.

La gravísima crisis nacional tiene su causa principal, central, en dicho proyecto, que busca imponer: economía completamente estatizada, partido y pensamiento únicos, militarización de la sociedad, amaestramiento educativo, hegemonía comunicacional, ideología materialista y culto a la personalidad. Todo en la línea de Cuba y Corea del Norte.

 Más de una vez he mencionado la tenaza totalitaria que el Régimen viene cerrando. Esto se  pone muy de manifiesto en estos días con a) la cantidad de muertos, heridos y maltratados en las manifestaciones legítimas de la ciudadanía, b) la propuesta de una Constituyente para dar forma “legal” a un sistema socialista comunista, y c) los nazitribunales militares para juzgar a civiles,   encomendando así  a la FAN  el papel sucio de la Revolución.

El Socialismo del Siglo XXI-Plan de la Patria no da espacio al diálogo, ni puerta para salir de la gravísima crisis. La solución de esta reside, como lo ha remachado el  Episcopado venezolano, en un cambio de orientación política del país. Léase cambio de régimen, Gobierno de transición, consulta directa al pueblo soberano (CRBV 5).


El proyecto monopólico totalizante del Régimen es la razón de por qué el diálogo no funciona y  un cambio de régimen se impone.   

viernes, 5 de mayo de 2017

SANACIÓN ESPIRITUAL



El ser humano, y por consiguiente la sociedad, es un microcosmos. En él se da una integración o síntesis de lo real, que podría reducirse en el binomio cuerpo-espíritu; se lo pesa en una balanza, pero también trasciende lo espacio- temporal y por ende lo histórico por su vocación de eternidad.

“El animal racional” es objeto de estudio por parte de las más diversas ciencias, desde la química hasta la teología; su relación permite ser valorada, en la perspectiva de san Francisco de Asís, en términos de comunión, ampliando la comprensión de este término que, estrictamente hablando, se restringe a una relación interpersonal. Es lo que    novedosamente ha hecho el Papa Francisco en su encíclica Laudato Sí con la formulación de una comunión universal (LS 220). 

Los ámbitos del ser y quehacer humanos son así múltiples: económico, político y ético-cultural. Un genuino desarrollo humano implica, por consiguiente, un crecimiento conjunto en esos diversos órdenes, para ser de verdad completo.  No bastan el crecimiento económico ni el buen ordenamiento político; se requiere el progreso en el campo moral, espiritual, unido al cuidadoso comportamiento socio-ambiental. Se entiende entonces la advertencia  hecha por Juan Pablo II sobre la democracia en su encíclica Centesimus Annus a raíz de lo acontecido en l989 con el derrumbe del socialismo real. El Papa Woytila, luego de manifestar el aprecio de la Iglesia al sistema democrático, afirma: “Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto” (CA 46). Juan Pablo se refiere a los peligros del agnosticismo y del relativismo escéptico en los cuales se esfuma una verdad consistente, última, en aras del simple dominio  de   mayorías o de equilibrios políticos.

Aplicando lo anterior a nuestra situación concreta venezolana, caracterizada por una crisis global, cuya causa central, principal, es el proyecto ideológico-político que se trata de imponer (Socialismo del Siglo XXI), se ve claro que la recuperación del país ha de atender a diferentes frentes: económico y político, ciertamente, pero también ético y espiritual. De tal modo a) es preciso romper el esquema monopólico estatizante que ha paralizado la actividad productiva, eliminado fuentes de trabajo y llevado a una pauperización general; b) es indispensable restablecer el estado de derecho y la vigencia de los derechos humanos en un marco constitucional; pero last but non least, urge una sanación de las personas y de la comunidad nacional en lo que ellas tienen de más  íntimo y definitorio, a saber, sus valores morales y su calidad espiritual.

En una tragedia griega encontramos algo así  ¿Qué son las naves y las torres si no hay seres humanos dentro? Al debilitamiento y deterioro de las conciencias y de la praxis moral, espiritual, se debe responder fortaleciendo virtudes como: justicia y solidaridad honradez y honestidad, responsabilidad y austeridad, bondad y sensibilidad privilegiada hacia los más necesitados, sencillez y humildad. Jesús subrayó el amor como el mandamiento máximo, integrador.

Se  hace necesario arreglar el tejido económico y el ordenamiento político. Pero, más todavía, sanar las personas y elevar espiritualmente la comunidad nacional..   

lunes, 10 de abril de 2017

PASCUA POLÍTICA


      Para los cristianos la Pascua es el acontecimiento histórico central y definitorio. Al igual que para los judíos. Aunque variando substancialmente su sentido e interpretación. Para los cristianos el Reino o Reinado de Dios  se ha hecho ya presente por Cristo y actúa en la historia, aunque se espera su consumación. Para los judíos lo real y mesiánico es fundamentalmente promesa.

      Jesucristo por su muerte y resurrección –ésta es la Pascua cristiana- ha logrado para la humanidad una radical liberación del dominio del espíritu del mal, del pecado y de la muerte. Esa liberación se va concretando en el dramático devenir histórico mediante el ejercicio de la libertad humana y, sobre todo, de la acción gratuita de Dios, hasta que el peregrinar temporal llegue a su término en la plenitud del Reino, cuando se tendrá la perfecta unidad (comunión) humano-divina e interhumana. De este plan divino universal la Iglesia es-ha de ser  signo y también instrumento de realización. Dios quiere la salvación de todos (cf. 1 Tm 2, 4).

    Cristo muerto y resucitado, ya no muere más. Reina glorioso en el cielo, a la derecha de Dios Padre. Pero ha dejado a sus discípulos y a la Iglesia que conforman, la tarea de anunciar la buena nueva de liberación y comunión, así como de testimoniar su cumplimiento a través del mandamiento del amor. Cuando alguien le preguntó a Jesús por el mandato mayor de la Ley “Él le dijo: Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mt 22, 37-39). Este  mandato máximo y definitivo lo recalcó el Señor en su Sermón de la Última Cena (ver Jn 13-17). Por eso al término del camino seremos juzgados por el amor, según aparece en la descripción del Juicio Final que el mismo Jesús hizo, según refiere el evangelista Mateo (25, 31-46).

   La vida y actividad del creyente integra la escucha de la Palabra de Dios, la recepción de los sacramentos, la oración, el encuentro comunitario; todo ello, sin embargo, se dirige a una auténtica  comunión con Dios y fraterna, la cual, en lo que concierne al prójimo, ha de expresarse en aprecio, servicio, solidaridad, de modo especial hacia quienes más necesitan de atención y ayuda.

    El documento La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad del Concilio Plenario de Venezuela nos dice: “Una de las grandes tareas de la Iglesia en nuestro país consiste en la construcción de una sociedad más justa, más digna, más humana, más cristiana y más solidaria. Esta tarea exige la efectividad del amor. Los cristianos no pueden decir que aman, si ese amor no pasa por lo cotidiano de la vida y atraviesa toda la compleja organización social, política, económica y cultural” (CIGNS 90).

    La Semana Santa, que culmina con el Triduo Pascual -Jueves Santo en la tarde hasta el Domingo de Resurrección- ha de ser días de particular densidad para el creyente. Pero no en un sentido simplemente verticalista e intimista o religioso-cultual, que puede resultar alienante, sino en genuina significación cristiana, que tiene en el amor su direccionalidad. El amor al prójimo ha de  traducirse en cálido tejido familiar, en relacionamiento de amistad, pero también en fraterno encuentro vecinal y político; tiene que ver, por tanto,   con desarrollo cívico y compromiso social. Con la construcción de nueva sociedad.


   En Venezuela esto significa que la Pascua ha de animar a un cambio nacional hacia un país más libre, justo, pacífico, fraterno. Más creyente y democrático. No pocos piensan que la fe y la política son campos separados cuando no opuestos; se hace preciso subrayar entonces la necesaria incidencia que la fe  debe tener en la actitud y el comportamiento de los cristianos en la polis (convivencia, sociedad). En ésta han de poner en práctica el mandamiento máximo de Jesús, promoviendo una cultura de la solidaridad y de la vida. Una civilización del amor

martes, 4 de abril de 2017

LAICOS Y OBISPOS POR UN CAMBIO



    Se acaba de celebrar el  VII Congreso Nacional de Laicos de Venezuela, con la participación de los consejos diocesanos, arquidiocesanos y nacional así como de diversos movimientos y asociaciones que reúnen a los laicos del país. Igualmente hubo una significativa representación de seglares que no están integrados en esos organismos, pero actúan como luz y fermento del Evangelio en los diversos ámbitos de la sociedad venezolana.

    Al final del Congreso se produjo un Mensaje sobre la situación del país, la cual, como era obligante, fue referencia obligada de oración, reflexiones y determinaciones.
Inmediatamente antes de dicho encuentro el Episcopado Venezolano había producido una declaración relativa al agravamiento de la situación nacional, al que se sumaban  las recientes sentencias -155 y 156- del Tribunal Supremo de Justicia, que han conmocionado al país. El Mensaje de los laicos retoma  lo denunciado por los obispos, pero reprocha algo más, que se refiere al sainete montado por el Régimen tratando de enmendar la plana a  la barrabasada del Tribunal. El reproche tiene que ver, no ya con los aspectos constitucionales y políticos de las sentencias,  sino con reglas elementales de la urbanidad y de la ética: “la subsiguiente actitud de burla y desprecio al pueblo soberano por parte del Ejecutivo y su régimen. Todo lo cual pone una vez más de manifiesto la centralización totalitaria  del poder, que diluye y destruye la autonomía e independencia de los poderes y la vigencia del Estado de Derecho”. 

   El Congreso de Laicos afirma que todos estos acontecimientos acentúan  “lo oportuno e imperativo” del llamado que hiciera la Asamblea Conjunta de Obispos y laicos el pasado mes de enero: “Por eso es urgente un cambio político profundo, que haga posible una convivencia ciudadana solidaria donde todos los venezolanos podamos convivir en una democracia basada en la verdad y la libertad, en la justicia y la paz, en la reconciliación y la fraternidad”.

    Los laicos conforman la gran mayoría, para no decir la casi totalidad de  la Iglesia. De allí lo importantísimo de su protagonismo en la comunidad eclesial y, de modo particular, en lo que le es más propio, su presencia activa y evangelizadora en los distintos ámbitos sociales, comenzando por la familia. El Mensaje del Congreso concluye con algo que merece poner de relieve: “Nos comprometemos y animamos al pueblo fiel de Dios y a todos los venezolanos a trabajar urgente y decididamente a unir fuerzas a fin de lograr un cambio político que abra las puertas a una convivencia nacional pluralista, fraterna, de trabajo y progreso, en democracia y en el marco de la Constitución, por el bien común de Venezuela. Igualmente  a  expresar de modo efectivo nuestra solidaridad con nuestros hermanos que sufren por el hambre, la enfermedad y la violación de sus derechos humanos”.


   Los laicos de Venezuela junto con los pastores de la Iglesia están haciendo patente pues, su claro compromiso por un cambio positivo nacional hacia una convivencia libre, pacífica, democrática, solidaria.  

domingo, 26 de marzo de 2017

CONGRESO DE LAICOS



    Dentro de pocos días (30 marzo-1 abril) se reunirá en Caracas el VII Congreso Nacional de Laicos  bajo el lema “Protagonismo del laico en la realidad venezolana”.
Por laico se entiende en la comunidad católica aquella persona, que integrada a la Iglesia por el bautismo, comparte su fe, es corresponsable de su misión evangelizadora  y tiene como tarea peculiar la transformación de  la realidad social según los valores humano-cristianos de la Buena Nueva. El término laico tiene como sinónimo el de seglar (éste viene del latín secularis y se refiere a lo temporal, mundano).

   La Iglesia está constituida  en su casi  totalidad por laicos. El bautismo de por sí incorpora al laicado. Quienes no son laicos, a saber,   los clérigos o “ministros ordenados” (obispos, presbíteros y diáconos) así como  los “religiosos” y “religiosas”, suman  una ínfima minoría, que en Venezuela no llegaría a los diez mil. Dato cuantitativo  que  advierte ya el invalorable aporte de los laicos para  el presente y el futuro tanto de la  Iglesia como de la  nación.

    Una de las características principales de la actual renovación doctrinal y práctica de la Iglesia es precisamente la toma de conciencia acerca del protagonismo de los laicos dentro de la comunidad eclesial y desde ésta hacia  el mundo. Elemento clave en esta materia es que lo específico, lo más propio y peculiar del laico, es lo que le atañe en  cuanto a la buena marcha de su entorno social,  partiendo de familia -núcleo fundamental y primera escuela de todo-, para extenderse a  las demás formas  de agrupación y en los varios ámbitos de lo económico, político y ético- cultural (educación, comunicación, tiempo libre, ecología, “gratuidad”...). En este terreno el laico está llamado a actuar bajo propia responsabilidad

   El Papa Francisco ha puesto especial interés en su pontificado  al tema de los laicos y, dentro de éste, a la espinosa cuestión del “clericalismo”, es decir, a un protagonismo absorbente y hegemónico de los “ministros ordenados” (jerarquía) dentro de la comunidad eclesial. Lo ha patentizado recientemente en carta escrita al Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina, con ocasión de una reunión de la misma sobre el ser y quehacer de los laicos en la Iglesia. El Papa  busca situar las cosas en su debido lugar, guardando un justo equilibrio; sin minimizar o diluir el papel de la jerarquía (clérigos), sí lo reformula, reivindicando la importancia y el necesario protagonismo del laicado. El “clericalismo”tiene una larga historia de siglos y se agudizó en alguna forma a partir de la separación protestante en el siglo XVI.

   El Papa Bergoglio, en correspondencia a la  teología renovada potenciada por el Concilio Ecuménico Vaticano II, puntualiza la naturaleza y la misión genuinas del seglar. Éstas no residen en ser simplemente ayudante, subordinado, “mandadero”, del clérigo; su identidad es  la de  miembro activo, corresponsable, coprotagonista al interior de la Iglesia y -algo sumamente importante- la de alguien cuya tarea peculiar es contribuir en la  construcción de una “nueva sociedad” (“civilización del amor”), que responda a la dignidad y derechos-deberes fundamentales de la persona humana y al “mandamiento nuevo” (amor) de Jesús el Señor. Una sociedad humanamente deseable y obligante, de calidad materio-espiritual, abierta también a su realización trascendente humano-divina.

   El “clericalismo” ha acostumbrado al laico a una actitud de dependencia respecto de los clérigos, que induce pasividad, inhibe iniciativas y creatividad, reduce la corresponsabilidad  y  tiende a valorar  la actividad evangelizadora del laico sólo como servicio intraeclesial (liturgia, catequesis, organización interna) cuando el campo de acción propio y desafiante del seglar ha de ser el de lo secular o “mundano” –en el buen sentido de este término-.


   El próximo Congreso de laicos se presenta, pues, como un magnífico estímulo al protagonismo laical en esta  Venezuela que sufre una honda crisis, especialmente en lo que toca a la entraña moral y espiritual dela nación. 

martes, 7 de marzo de 2017

IGLESIA Y OPOSICIÓN



        El tema de la relación Iglesia y política es viejo e ineludible, porque la Iglesia es una comunidad histórica, y sus miembros lo son también  de la polis. Deben dar a Dios lo Dios y al César lo del César. El manejo adecuado de este binomio no permite ni exige una precisión a lo físico-matemático, pues entra en campo del  discernimiento moral y religioso.  
     El mensaje cristiano tiene que ver de modo necesario y estrecho con la convivencia social y política;  esto lo  ha subrayado el Papa Francisco en su exhortación programática Evangelii Gaudium, cuyo capítulo IV se titula:  Dimensión social del Evangelio. De dicho documento espigaría dos expresiones. La primera donde afirma que la misión de la Iglesia, la evangelización, “implica y exige una promoción integral del ser humano. Ya no se puede decir que la religión debe recluirse en el ámbito privado y que está sólo para preparar las almas para el cielo. De ahí que la conversión cristiana exija revisar especialmente todo lo que pertenece al orden social y a la obtención del bien común” (EG 182). La segunda es algo referente a la política; dice que ésta “tan denigrada, es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común” (EG 205).

     En cuanto al compromiso de la Iglesia en lo político, ciertos matices se imponen. La política, entendida como trabajo por el  bien común, corresponde a la Iglesia en su conjunto y a sus distintos sectores, también, por tanto, a la jerarquía (obispos, presbíteros y diáconos); pero si se toma el término como ejercicio del poder político y actuación político-partidista, esa  tarea corresponde en propiedad a los laicos bajo propia responsabilidad. Pero atención: en el bien común se inscribe todo aquello que toca a la recta, buena y feliz marcha de la polis.

    En el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, documento de la Santa Sede (año 2004) contentivo de  indicaciones y normas para la actividad de dichos pastores, encontramos lo siguiente: “el Obispo está llamado a ser un profeta de la justicia y de la paz, defensor de los derechos inalienables de la persona, predicando la doctrina de la Iglesia, en defensa del derecho a la vida, desde la concepción hasta su conclusión natural, y de la dignidad humana; asuma con dedicación especial la defensa de los débiles y sea la voz de los que no tienen voz para hacer respetar sus derechos. Del mismo modo, el Obispo debe condenar con fuerza todas las formas de violencia y elevar su voz en favor de quien es oprimido, perseguido, humillado, de los desocupados y de los niños gravemente maltratados (…) El Obispo será profeta y constructor incansable de la paz, haciendo ver que la esperanza cristiana está íntimamente unida con la promoción integral del hombre y de la sociedad” (Directorio 209).

       Una y otra vez salen las acusaciones contra los obispos de que “se están metiendo en política”. En Carta Abierta al Presidente Chávez” (25 abril 200) ya tuvo oportunidad la Presidencia del Episcopado Venezolano de responder a lo que el Primer Mandatario endilgaba en términos destemplados a los obispos de estar haciendo oposición al Gobierno. Lo argumentos que los obispos exhibieron entonces correspondía a la línea que ellos debían seguir, y que luego el Directorio citado habría de formular para el episcopado de toda la Iglesia. Por cierto que a  lo anteriormente dicho por el Presidente Chávez en  La Habana de que “la Iglesia católica en Venezuela era cómplice de la corrupción porque había callado durante los últimos cuarenta años”, los directivos de la Conferencia Episcopal recomendaron al Presidente Chávez  consultar los dos tomos titulados Compañeros de camino, compilación de los documentos del episcopado patrio, años 1958-1999.

    Los obispos no son oposición al Gobierno, pero por mandato del Evangelio, obligados moralmente  y siguiendo el Directorio de la Santa Sede, deben oponerse a todo lo que sea violatorio de los derechos fundamentales de la persona y de nuestro pueblo. Sobre todo de los más débiles y necesitados.