sábado, 8 de febrero de 2020

ACTUALIDAD DEL CONCILIO PLENARIO




      Se están cumpliendo dos décadas de haberse iniciado el Concilio Plenario de Venezuela (CPV), el primero y único en los 500 años de vida de la Iglesia en nuestro país. Su plena vigencia merece un especial recuerdo, que va más allá de una mera remembranza histórica.

    Concilio designa en la Iglesia una reunión fundamentalmente de obispos para intercambiar y tomar decisiones acerca de sus responsabilidades pastorales. Los concilios son tan antiguos como la Iglesia misma; se les llama plenarios cuando abarcan una nación (o conferencia episcopal) y ecuménicos cuando implican a todo el orbe, como fue el caso del Vaticano II.
El CPV, que sesionó del 2000 al 2006, tiene la particularidad de ser el único celebrado hasta ahora en la Iglesia universal durante el presente siglo. Dedicó sus trabajos al ejercicio de la misión de la Iglesia -la evangelización- en sus varios objetivos específicos o dimensiones. Siguió la muy fructuosa metodología del ver-juzgar-actuar, lo que dio a sus deliberaciones un efectivo situarse en la realidad venezolana.
     
     Ahora bien, como dentro del quehacer de la Iglesia está no sólo el compartir de la comunidad de creyentes, sino también la activa participación de éstos en la vida económica, política y ético-cultural del país, resulta obvia la incidencia de los trabajos conciliares en la suerte del mismo. Entre los l6 documentos del Concilio Plenario encontramos, por ende, tanto los que se refieren a la vida interna eclesial -por ejemplo, los relativos a la catequesis y la liturgia- como los que tocan la participación, especialmente de los laicos, en la marcha de la polis -es el caso de los relativos a la educación y la cultura en su sentido más amplio-.

     Quisiera subrayar aquí algunos documentos de especial interés general. En primer lugar, el titulado La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad, especie de manual en materia de Doctrina Social de la Iglesia aplicada a Venezuela. Reviste peculiar interés para los laicos, cuya misión propia es el de asumir las realidades temporales en la perspectiva de los valores humano-cristianos. En íntima relación con el mismo, a manera de binomio, está el de Evangelización de la cultura en Venezuela.

   Dado que la casi totalidad de la Iglesia son laicos, cuyo protagonismo eclesial y su misión transformadora en la sociedad destaca el CPV, especial importancia reviste El laico católico, fermento del Reino de Dios en Venezuela. No se considera ya al laico como simple colaborador del clérigo -clericalismo que también el Papa Francisco insiste se ha de superar-, sino como evangelizador a título propio en la Iglesia y en el mundo.
Un aspecto que no quisiera pasar por alto es el concepto de fe. Ésta no es principalmente la aceptación de un conjunto de verdades (credo), sino un encuentro personal con Jesucristo, del cual deriva adhesión, seguimiento, obediencia y comunicación a otros, del Señor. Algo, pues, muy existencial y generador. Alguien se puede considerar así muy creyente y practicante, pero, en realidad, serlo poco o prácticamente nada. Este tema se trata en La proclamación profética del Evangelio de Jesucristo en Venezuela
     
    El CPV se ofrece como un conjunto armónico doctrinal y práctico y no como un simple agregado de reflexiones y propuestas. Adoptó, en efecto, una noción o categoría que sirve de eje articulador o núcleo organizador de dicho conjunto. Tal es el concepto comunión (equivalente a amor), que viene a ser, por tanto, respuesta a la pregunta ¿Qué es? relativa a los más varios elementos fundamentales, tanto prácticos como operativos, del mensaje cristiano. Ejemplos: Dios es comunión, el plan creador y salvador divino es comunional, el cielo es la plenitud de la comunión, el mandamiento máximo es el amor (comunión).
En su substancia el CPV conserva plena actualidad. Con obvias y necesarias adaptaciones, que el mismo Concilio prevé y postula, constituye hoy la brújula para el caminar de la Iglesia y de los católicos singularmente considerados en Venezuela. Y ello, por muchos años, aún en la muy cambiante realidad.
   


jueves, 23 de enero de 2020

DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA




En el hoy venezolano, pletórico de crisis y expectativas, la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) ofrece un oportuno y consistente aporte para la recuperación y el ulterior desarrollo del país.
La DSI es un conjunto orgánico de principios, criterios y orientaciones para la acción, ofrecido por el magisterio eclesiástico católico, con miras a la gestación de una nueva sociedad, es decir, de una convivencia que responda, del mejor modo posible, a la dignidad y los derechos fundamentales del ser humano.
De entrada, es preciso señalar que dicha Doctrina no se propone como enseñanza confesional, destinada sólo a los católicos, sino dialogal, abierta también a no creyentes, pero que coinciden en imperativos básicos de un genuino humanismo. No se circunscribe igualmente a ninguna área geográfica o cultural, ni puede ser monopolizada por un determinado partido o movimiento. Tampoco se presenta como algo ya hecho, sino en continuo hacerse, pues intenta responder a los desafíos cambiantes de la dinámica social. Es, como la historia, herencia y creación.
Elemento capital y punto de partida de la DSI es la centralidad de la persona humana – relacional por naturaleza- como el sujeto y fin de todas las instituciones sociales. Esa dignidad, razón y fuente de derechos inalienables, el creyente la encuentra fundada en la realidad del hombre, creado por Dios “a su imagen y semejanza”. Por un Dios único que, para el cristiano, es Trinidad, comunión, amor, lo cual explica en su raíz toda verdadera socialidad.
Los derechos humanos, individuales, sociales y de las naciones, en los varios ámbitos, económico, político y cultural, constituyen, hoy por hoy, el eje central de toda actividad de defensa y promoción del ser humano. Esos derechos, irrenunciables y siempre en progresión, son anteriores a toda organización de la convivencia, incluido el Estado; se contraponen así a todo totalitarismo, estatismo, colectivización y masificación. La persona no debe ser función, medio o instrumento de ninguna estructura societaria. Sin olvidar, por supuesto, que la otra cara de los derechos son los deberes, cosa particularmente necesaria cuando se acentúan la irresponsabilidad social y el asistencialismo estatal.
El bien común emerge como núcleo rector y ordenador de los bienes particulares; consiste en el conjunto de condiciones societarias, que posibilitan a individuos y asociaciones el logro más pleno y fácil de su desarrollo y perfección.
La DSI destaca la tríada de componentes de una auténtica nueva sociedad: comunicación participativa de bienes, democracia y calidad ético-cultural. El primero, económico, responde a la destinación universal de los bienes, exigencia de equidad y razón de la función social de la propiedad. El segundo, político, es la convivencia democrática, que ha de conjugar libertad, participación, pluralismo y corresponsabilidad. La calidad ético-cultural implica los valores estéticos y ecológicos, morales y espirituales, que apuntan a lo más íntimo, al tiempo que global y trascendente, del ser humano. El tema ecológico, interpretado en su sentido integral, socioambiental, ha entrado de lleno recientemente en la DSI. Otra tríada, sumamente generadora, es la de solidaridad, participación y subsidiaridad, que impulsa una dinámica social fraterna, proactiva y corresponsable.
El desarrollo (latín progressio) es otro tema resaltante. La persona humana, histórica, ser-para-desarrollarse, plantea un progreso, que ha de ser multiforme, integral y solidario, en correspondencia a su condición corpóreo-espiritual y social. Ha de implicar todo el hombre y todos los hombres, también en el escenario de la globalización.
Puesto especial en la DSI ocupa el trabajo, que es una actividad propiamente humana y reclama ser considerada primariamente en su subjetividad. No es la escoba la que califica el barrer, sino quien lo hace, que es persona y, por lo tanto, de dignidad y derechos inalienables. Ello funda la primacía del trabajo sobre el capital.
En la cercanía del 130º aniversario de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, la DSI se muestra particularmente útil, especialmente para nuestro crucificado país.

jueves, 2 de enero de 2020

OBISPOS URGEN INTERVENCIÓN DEL SOBERANO



Dos acontecimientos importantes para este enero 2020: la Asamblea Nacional elige nueva directiva (5) y la Conferencia Episcopal Venezolana se reúne en Asamblea Plenaria (7-11).
En cada asamblea, los obispos hacen un balance de la situación nacional, en perspectiva de su tarea pastoral. Es obvio que lo que suceda en la Asamblea Nacional constituirá un punto muy importante de consideración episcopal.
El Episcopado, sin embargo, no está a la espera de las decisiones de la Asamblea Nacional con las alforjas vacías. En efecto, en los últimos años y, concretamente, durante el período “revolucionario”, ha venido tomando clara posición respecto de exigencias fundamentales referentes al obligante cambio nacional. Lo que expondré en las líneas que siguen se ciñe de manera estricta a lo expresado oficialmente por los Obispos. Sobre el marco situacional desastroso en los varios ámbitos sociales (económico, político y ético-cultural) no me detendré mayormente, inventariando tragedias que sufre el pueblo venezolano como consecuencia del plan socialista (comunista) del Régimen. Lo que estamos padeciendo la gran mayoría de los venezolanos no necesita demostración.
En primer lugar, coloco lo subrayado en la Exhortación episcopal de hace justamente dos años (12 enero 2018): la emergencia económica y social del país, que exige una atención humanitaria inmediata. Las políticas gubernamentales “han dado como resultado aumento de la pobreza, desempleo, carencia de bienes básicos, descontento y desesperanza general”, unidos al “éxodo de millones de venezolanos” (añadiría: vamos hacia un país de mendicantes, esclavos y emigrantes, bajo una “nueva clase” de burócratas opulentos y corruptos).
En segundo lugar, cito lo que destacan los Obispos en el referido documento: el soberano (CRBV 5) debe asumir “su vocación de ser sujeto social”, pues “el Gobierno usurpó al pueblo su poder originario (…) No habrá una verdadera solución de los problemas del país hasta tanto el pueblo no recupere totalmente el ejercicio de su poder”. Meses más tarde (11 Julio 2018) el Episcopado explicitó la ilegitimidad del Presidente Nicolás Maduro y de la Asamblea Nacional Constituyente, de modo que “Vivimos un régimen de facto, sin respeto a las garantías previstas en la Constitución y en los más altos principios de la dignidad del pueblo”. La Exhortación de 9 enero 2019 lo complementa: “Por tanto, la pretensión de iniciar un nuevo período presidencial el 10 de enero de 2019 es ilegitima por su origen y abre una puerta al desconocimiento del Gobierno porque carece de sustento democrático en la justicia y en el derecho”.
En tercer lugar, el Episcopado no define ni a él le toca definir el know how para la recuperación de la soberanía por parte del pueblo, pero sí recuerda, a título de ejemplo, el Art. 71 de la Constitución Nacional, como instrumento concreto de locución y mandato del soberano. A este propósito resulta oportuno recordar que el mismo 9 de enero 2019 el Episcopado manifestó: “La Asamblea Nacional, electa con el voto libre y democrático de los venezolanos, es el único órgano del poder público con legitimidad para ejercer soberanamente sus competencias”. Varias propuestas de consulta están circulando y se han hecho llegar a instancias de decisión.
En cuarto lugar, los Obispos entienden (Exhortación del 12 enero 2018) que para decir que el soberano habla, deben llenarse ineludibles condiciones de libertad, efectividad y transparencia, como es el caso de la reestructuración del Consejo Nacional Electoral,  aparte de “la presencia y supervisión de Observadores por parte de reconocidos Organismos Internacionales (ONU, UE, OEA…).
Cuando los Obispos hablan de ilegitimidad, tienen presente la normativa jurídica y constitucional, pero el acento lo ponen en el plano ético y religioso, más alto y trascendente. El específico de su misión religiosa, pastoral.
Concluyo con un desiderátum-imperativo que está en el ambiente: 2020 debe ser Año del Cambio, de la recuperación del país. De un nuevo Gobierno: de Transición, Unidad e Integración. De elecciones libres. De recomienzo de lo que Venezuela debe ser: país justo, democrático, vivible y deseable, de luz y paz, de trabajo y progreso. Como Dios lo quiere.


PESEBRE, EC0LOGÍA INTEGRAL




Uno de los recuerdos más gratos de mi infancia andina es el de un pesebre ingenuo montado en la sala de mi casa. Abundancia de musgo y un buen número de figuras, desproporcionadas en tamaño y desiguales en factura. Un pastor alto junto a casas pequeñas y diminutas ovejas. El Niño Jesús sobresaliendo por tu tamaño y belleza. La Virgen y San José guardando armonía, no así la mula, el buey y otros acompañantes. La disparidad de volúmenes, claro mensaje de que para Dios Padre y el Señor Jesucristo no cuentan las magnitudes corporales; para ellos no hay precedencias, más aún, lo grande se torna pequeño y lo pequeño grande
Un día decembrino recibimos un cocodrilo de celuloide -no había aparecido el plástico- bastante grande, y se lo colocó en el Pesebre, al igual que otras figuras que llegaban por compra o regalo (todo lo bueno cabía allí, sin apartheids). Algunos soldaditos exhibían sus armas, para alegrar, no para herir ni matar. El Belén se extendía bastante y a lo largo y ancho pastaban ovejitas y se movían tranquilamente los pastores. El citado cocodrilo descansaba plácidamente sin alejar a nadie y sin que nadie temiese acercársele.
Al margen de un expreso propósito, ese Pesebre representaba en su conjunto lo que el profeta Isaías había anunciado sobre los tiempos mesiánicos: “Forjarán de sus espadas azadones y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra (..) Serán vecinos el lobo y el cordero. Y un niño pequeño los conducirá. La vaca y la osa pacerán, juntas acostarán a sus crías, el león como los bueyes comerá paja. Hurgará el niño de pecho en el agujero del áspid, y en la hura de la víbora el recién destetado meterá la mano. Nadie hará daño (…) porque la tierra estará llena del conocimiento del Señor” (Is 2, 4.11, 6-9).
Quien se acerca al Pesebre con ojos sencillos y mirada de fe, recibe un baño de serenidad y su corazón se abre a la fraternidad. Es educado con una pedagogía de encuentro y compartir. Montar un Pesebre es encontrar un oasis de paz. Robustecer el espíritu de familia.
Tema prioritario hoy en el escenario internacional, es el ecológico, que en interpretación cristiana se lo entiende como ecología integral. El Papa Francisco le dedica todo un capítulo de su encíclica sobre el ambiente, Laudato Si´. La salud de la naturaleza se percibe estrechamente unida a la del ser humano y su quehacer económico, político, cultural; la problemática ambiental, en efecto, está indisolublemente ligada al relacionamiento social justo, solidario, pacífico y fraterno. El referido documento pontificio ha introducido el término comunión universal para expresar los lazos con que Dios ha unido a todos los seres, entre sí y consigo mismo: una especie de tejido global, en que el hombre, sin disolverse en lo impersonal, se encuentra íntimamente interrelacionado en la casa común. Esto   lleva al Poverello de Asís, en su alabanza a Dios, a tratar a los animales y las cosas en términos de parentela, a modo de unidad familiar (hermano sol, madre tierra…). El ambiente se enriquece así en comprensión, pero también en extensión, abarcando la globalidad de lo real.
El evangelista Juan en su primera carta da esta definición: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1Jn 4, i8). La Divinidad no es ente unipersonal, soledad absoluta, sino existencia relacional, Trinidad, comunión. Y Dios, con el mundo que crea, constituye una estrecha unidad, no en sentido panteísta, ciertamente, sino como genuina comunión, asumiendo este término en su sentido más amplio y, por lo tanto, no restringido a lo interpersonal. La suerte de las cosas implica, por ello, la suerte del hombre y viceversa, de tal modo que la explotación irresponsable del entorno natural daña al ser humano, al igual que el deterioro de la calidad humana (exclusiones, injusticias, economicismo…) inciden en el maltrato del ambiente.
En el Pesebre no caben guerras, opresiones ni ecocidios. Ni arcos mineros depredadores, ni contaminaciones atmosféricas suicidas. El “recién nacido”, divinidad incorporada, constituye, con la ecología integral, una comunión universal.


viernes, 6 de diciembre de 2019

CORRUPCIÓN CREATIVA



La biografía de la corrupción ofrece un material abundante, pues cubre toda la historia de la humanidad, dado que ésta es pecadora desde el inicio, como leemos en el libro del Génesis. Y si la corrupción es amplia en su extensión, es de una gran riqueza en comprensión. En su vasto escenario se despliegan de modo impresionante la inteligencia, la imaginación, la creatividad y la innovación humanas.

La corrupción, fenómeno multiforme, se ejemplifica en el trueque que hizo la dirigencia sacerdotal de Israel con el apóstol Judas:  un inocente profeta galileo por treinta monedas contantes y sonantes. Jesús, que vino a salvarnos del mal uso de la libertad y comunicarnos vida nueva, sufrió en su persona las consecuencias de uno de los primeros pecados capitales, la   avaricia. En los libros del Antiguo Testamento encontramos casos patentes de trampas -aun en los patriarcas Abraham y Jacob- al igual que una repetitiva condena de faltas morales como sobornos, balanzas fraudulentas y falsos testimonios.

El pecado no es, por cierto, un tema que aparece en los libros de economía y política, como tampoco en los de tecnología, ya que no son su lugar propio, pero sí se manifiesta muy activo en quienes administran bienes, manejan la res pública y utilizan los maravillosos inventos comunicacionales.
La corrupción administrativa y política está hoy sobre el tapete de la actualidad nacional. Pero ¿Cuándo no lo ha estado? Antes de hacer memoria resulta pertinente, sin embargo, reflexionar acerca de la admonición del Señor Jesús a los acusadores de una mujer sorprendida en flagrancia: “Aquél de ustedes que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra” (Jn 8, 7).

Los Obispos de Venezuela en 1904 -por entonces eran sólo una media docena- en una Instrucción Pastoral dirigida al clero y demás fieles del país, dicen en el capítulo titulado “De la obligación de extirpar los vicios” algo que parece escrito en estos finales de 2019: “De semejante perturbación del criterio moral proceden los fraudes y latrocinios y otros horrendos crímenes contra la justicia que mancillan las conciencias y llevan la miseria a infinitos hogares” (No. 667). 

Abuso del lector citando in extenso lo que denunciaron entonces los Obispos porque nos debe servir para la urgente reconstrucción nacional: “Lamentamos aquí el robo no sólo en una forma ordinaria y vulgar (…) sino muy particularmente en la forma que llamaríamos decente si pudiera caberle tal epíteto a tan fea iniquidad. Nos referimos, en efecto, a ese género de fraude ya tan generalizado que consiste en apropiarse con harta facilidad lo ajeno por medio de ganancias exageradas en negociaciones ilícitas: nos referimos a la lepra del peculado, que corroe todo el organismo nacional, siendo ya principio aceptado por la casi universalidad de los criterios que defraudar el erario público no es pecado; por lo cual ya nadie se contenta con los proventos legítimos de su empleo, sino que cada uno se sirve del suyo para aumentar por medios reprobables sus recursos y fortuna, o para dilapidar mayores sumas de dinero en las exigencia del lujo y la satisfacción de todos los apetitos de la sensualidad: nos referimos a los contratos escandalosos (…) ya casi no se conceptúa como robo sino la obra brutal y grosera del ratero o del salteador, mientras el campo vastísimo de las otras especies de latrocinio, de donde proviene el mayor desequilibrio moral y material de los pueblos, está completamente abierto a la humana codicia (…) no hay remisión posible para los pecados de que tratamos si a la penitencia no se agrega la restitución”(Instrucción  667). No sobra subrayar que la corrupción se da tanto en lo público y como en lo privado.

Para reconstruir el país no basta el cambio de dirección política. Se requiere, junto a medidas contraloras y judiciales efectivas, un cambio moral y cultural. La corrupción ha penetrado hasta los tuétanos. Se roba desde las alcabalas de guardias y policías, hasta los altos mandos de las empresas, pasando por notarías, alcaldías y servicios públicos. Por eso la Venezuela de las mayores reservas petroleras del mundo está en lo   que en criollo llamamos “la carraplana”. Pero ¡ánimo!, saldremos adelante con nuestro esfuerzo y el favor de Dios.

       



viernes, 22 de noviembre de 2019

ECOLOGÍA INTEGRAL




Lo ecológico está sobre el tapete de la actualidad. Por su propia positividad, pero también y, sobre todo, por las amenazas y los daños que sufre. Es más antiguo que el ser humano, quien sólo recientemente ha venido tomando viva conciencia de su estrecha interrelación y mutua dependencia.
La reunión internacional (sínodo) de obispos celebrada hace pocos días (6-27 octubre) en Roma sobre la Amazonía ha sido expresión patente de que la suerte del ser humano en el planeta no puede pensarse abstrayendo de la referida vinculación.
La reunión de Roma ha asumido con alegría y esperanza un nuevo paradigma: “la ecología integral, el cuidado de la casa común y la defensa de la Amazonía”, según leemos en su Documento Final. Éste recoge y concreta la preocupación del Papa Francisco, expuesta en su encíclica Laudato Si´ (24 mayo 2015).
El Papa introduce el término ecología integral, que amplía la comprensión del vocablo ambiente y permite profundizar en la definición del hombre como ser en el mundo. La etimología nos ayuda a entender mejor el tema. Ecología proviene de dos substantivos griegos, a saber: oikos, que significa casa, habitación, y logos, que entre sus muchas traducciones registra las de palabra, razón, explicación. Eso de casa nos suena a hogar, ámbito familiar, lugar de encuentro y vida. De aquí el dañino error de interpretar ese oikos como una naturaleza extraña a nosotros y objeto de pura y simple utilización pragmática, o de escueta explotación crematística en la línea de un paradigma tecnocrático.
La integralidad de lo ecológico subraya la intrínseca relación entre ecología y justicia social, entre cuidado de la naturaleza y solidaridad humana, especialmente con los más necesitados. En lo ambiental se integra así lo relativo a los derechos (deberes) humanos, a la construcción de una convivencia amigable y de una nueva sociedad fraterna, que propicie el “buen vivir” de toda la comunidad humana. La praxis ecológica no sólo ha de evitar la devastación forestal y la contaminación del aire, sino también una planificación urbanística deshumanizante y la concepción de la ciudad como simple escenario físico aceptable. Se tiene que combatir la degradación ambiental y la destrucción de la naturaleza, sí, pero, sobre todo, de modo positivo, posibilitar un entorno que favorezca el desarrollo cultural (comunicacional, educativo, ético, espiritual) de los animales racionales.
Si el ser humano trata bien la naturaleza, ésta se portará del mismo modo con él. Tal es la voluntad de Dios creador. La mala conducta ecológica va contra el querer divino. Por ello se comienza a usar en la Iglesia el término “pecado ecológico” ¿Quién no advierte entonces la inmoralidad de empresas como el Arco Minero y la tranquila aceptación de vecindarios urbanos inhóspitos y violentos, que impiden una digna con-vivencia.
En perspectiva cristiana se plantea, consiguientemente, la necesidad de una “conversión ecológica”, es decir, de un cambio profundo en la interpretación de lo ambiental, incluyendo a éste entre los quehaceres de la misión de la Iglesia (evangelización), unido estrechamente a lo social. Habrá entonces que constituir servicios pastorales ambientales en las comunidades eclesiales grandes y pequeñas, así como se tienen los de catequesis y liturgia. 
Para los cristianos el Dios -que es uno y único- no es una individualidad solitaria, sino Trinidad, tejido relacional, comunión. Creó a los seres humanos, a su imagen y semejanza (sociales), para que formen fraternidad y entren en comunión con Él.  Y a la humanidad la tejió en un hábitat, que es ya un conjunto de interrelaciones, para constituir así una “comunión universal”. El Papa Francisco ha inventado este término -ampliando el significado de comunión, de por sí restringida a lo personal- para calificar la íntima unión Dios Unitrino-hombre-naturaleza. Esto revela que la Trinidad no se queda en dogma abstracto, sino que es realidad iluminadora del hermoso sentido de toda la creación.
Una nueva sociedad se hace impensable sin el cultivo de una ecología integral, para lo cual resulta   imprescindible una conversión ecológica.

      



  

viernes, 8 de noviembre de 2019

LA VENEZUELA DE CIDIOS




En los dos últimos siglos la humanidad ha experimentado varias especies de cidio. Dolorosa continuación de una serie iniciada al inicio mismo de la historia con el fratricidio cometido por Caín (Génesis 4). El sufijo cidio se entronca en el verbo latino occido u obcido, que significa golpear fuertemente, atormentar, matar. Así lo que se está haciendo hoy en el Arco Minero de nuestra Guayana es un brutal ecocidio.

Un cidio, que trágicamente se ha reeditado en nuestro tiempo es el genocidio. Este término incorpora otro también latino, genus, que se traduce por género, familia, con particular referencia a lo humano. Genocidio es, según el Diccionario de la Real Academia Española: “Exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivos de raza, de religión o de política”.  El comienzo del siglo XX, caracterizado por el gran salto científico-tecnológico, registró algo, que manifiesta la marcha desigual entre el progreso del saber-saber hacer y el ético-cultural de la humanidad: el genocidio armenio. Éste fue copiado y ampliado por otras matanzas, entre las cuales sobresalen las de los nazis (pensemos en el Holocausto) y los comunistas (hambruna ucraniana, gulags y revolución cultural china).

Los genocidios, satisfagan o no las precisiones de su definición legal internacional, se distinguen por el volumen masivo de muertes y sacrificios humanos, así como por su sistematicidad y culpabilidad.  Comprenden así también las multitudinarias migraciones forzadas, el causar intencional o irresponsablemente el hambre y las enfermedades de un pueblo, al igual que el actuar una opresión generalizada acompañada no sólo de encarcelamientos injustos sino también de torturas.

Si las cosas son así, resulta evidente el carácter genocida del Régimen del Socialismo Siglo XXI, que se viene agravando en todo el transcurrir de este siglo y este milenio. Expresión patente de esa política genocida es el creciente éxodo forzado de la población, que está alcanzando ya la quinta parte de los venezolanos. Ante esto, más que formular una denuncia en organismos internacionales, se impone un elevar un grito que conmueva los oídos de los humanos de todo el planeta ¿Qué pasaría si esto sucediese, por ejemplo, en Argentina o España, en Suecia o Francia?

Los venezolanos que tengamos en el corazón un mínimo de humanidad debemos unir fuerzas para superar esta tragedia nacional y encaminar el país hacia una convivencia digna de hijos de Dios y de seres humanos. No podemos esperar a que de nuestro país quede un cuerpo esquelético y una nación descerebrada. Ante una catástrofe de estas dimensiones no nos paralicemos en diferencias tribales, en cenáculos de turbias negociaciones, ni en suicidas cálculos partidistas. Quienes están en el ámbito oficialista, por cualesquiera motivos, entiendan que Dios y el país sufriente les reclaman abrir compuertas a un gran encuentro en mutua comprensión y fraternidad. La unión reclama en estos momentos sincera conversión, espíritu de paz y actitud de reconciliación.

La Iglesia en Venezuela, a través de la Conferencia Episcopal, ha sido muy clara en su posición en favor del cambio político hacia una genuina convivencia democrática, que promueva un efectivo progreso en este país. Los obispos han asumido la parte que les corresponde, pero es a los laicos, que componen la casi totalidad de la Iglesia, a quienes corresponde, por propia vocación, comprometerse en actuar dicho paso en perspectiva de los valores humano-cristianos del Evangelio. En este sentido resulta muy oportuno el comunicado que acaba de publicar el Consejo Nacional de Laicos (03.11.2019), a raíz de su Asamblea Anual. En él leemos lo siguiente a propósito de la actual grave crisis:     
“Esta catástrofe no tiene otra salida que un cambio urgente del régimen que inicie una transición a la democracia (..).Todos unidos hemos de trabajar por  la reconstrucción y el progreso de Venezuela (…) Reclamamos el derecho de dirimir nuestras diferencias por medio del ejercicio de nuestra soberanía ciudadana, a través de procesos electorales en condiciones de igualdad, transparencia e imparcialidad, en arreglo a nuestra legislación y con la necesaria supervisión de organismos internacionales como la ONU, la OEA y la Unión Europea”.
Urge pasar del cidio a la recuperación y progreso del genus (pueblo) venezolano.