miércoles, 4 de diciembre de 2024

ANIVERSARIO ESTIMULANTE

 


 El presente artículo inaugura al inicio del tiempo de Adviento una serie que cubrirá todo el año 2025, conmemorativo del XXV aniversario de inicio del Concilio Plenario de Venezuela (CPV), que abrió el siglo XXI y el III milenio cristiano, tiempo particularmente desafiante.

    El Episcopado venezolano precisó como sentido y finalidad del CPV: “a cinco siglos del inicio de la evangelización de nuestro país, trazar un conjunto de orientaciones y normas que ayuden a concretar la nueva evangelización, que nuestra Iglesia está emprendiendo y desea desarrollar” (Carta pastoral colectiva, Guiados por el Espíritu Santo, 10 enero 1998). La presente página XXV ANIVERSARIO se propone destacar aspectos de particular significación de dicho Concilio, el único plenario en la Iglesia universal en lo que va de siglo y milenio y uno del trío post Vaticano II. El CPV fue un efectivo y eficaz emprendimiento sinodal en un tiempo en que esta categoría, bajo el impulso del Papa Francisco, habría de adquirir peculiar relieve

    A propósito de sinodal es bueno recordar que en el CPV con sus dos centenas y medio de participantes estuvieron representados los tres sectores eclesiales (ministerio ordenados, laicado y vida religiosa) y en sus más variadas condiciones -obispos, presbíteros diocesanos y religioso(a)s, diáconos permanentes, personas consagradas, miembros de múltiples instituciones y tareas, laicos y laicas de los más distintos niveles sociales y culturales, así como de muy variados movimientos evangelizadores y encargos eclesiales. Pueblo de Dios multicolor y polifónico. En este sentido fue un buen adelanto de lo que ahora se trata de promover a nivel de Iglesia universal.

    Propósito de esta página será animar el debido aprovechamiento y aggiornamento del CPV (2000-2006), de patente actualidad y necesidad, cuya importancia fue en algún modo neutralizada en sus inicios por la inmediata celebración de la Conferencia de Aparecida (mayo 2007). Los 16 documentos del CPV responden a importantes desafíos en las seis dimensiones de la evangelización y la metodología del ver-juzgar-actuar facilita la ulterior y enriquecida aplicación. La línea teológica pastoral (feliz y oportunamente se asumió la descubierta por la Conferencia de Puebla) asegura e ilumina la unidad y coherencia teológico-pastoral de la profundización y puesta en práctica actualizada del CPV.

    Intención fundamental de estas líneas es estimular -por no decir urgir- el necesario aprovechamiento del CPV a sus 25 años de feliz realización.

 

 

         


sábado, 30 de noviembre de 2024

TOTALITARISMO: DEIFICACIÓN DEL PODER

 

    Totalitarismo es un término relativamente reciente, distintivo de dictaduras contemporáneas como fascismo, nazismo y comunismo.

    Según la doctrina totalitaria ninguna actividad social (económica, política, cultural) es autónoma, con garantías específicas, frente al Estado. Éste se erige como absoluto y exige subordinación total de individuos, grupos, clases, instituciones. Un fenómeno de los nuevos tiempos, pues en el pasado no se dio una tal concentración y penetración capilar del poder. Maquiavelo se quedó corto, pues el dominio político, la “razón de estado” no tenía tantas pretensiones de totalización. Los avances tecnológicos contemporáneos comunicacionales con su potencialidad de control total, ha posibilitado una agudización e interiorización de la manipulación estatal.

    El totalitarismo es así, por naturaleza y pretensión, ateo o ateizante. Es auto deificante, se erige como dios al exigir adhesión total de cuerpo y espíritu, individuo y comunidad.  Expresiones como “por las buenas o por las malas”, refiriéndose a obligantes comportamientos sociales, son bien indicativas al respecto. El Estado (con su Fuhrer, Duce, jefe) determina lo que el súbdito debe pensar, decidir y actuar.

    Un régimen totalitario, aunque puede tocar fondo también en lo que Hannah Arendt llamó “banalización del mal”, no tiene futuro por su condición antinatural. La historia es devenir de seres inteligentes y libres, llamados connaturalmente a con-vivir y compartir, aunque en cuanto frágiles y pecadores, están siempre expuestos al mal.

    En lo tocante a la Iglesia, el Papa Pío XI fue claro en su denuncia y actitud frente a los totalitarismos en el emerger mismo de éstos, de lo cual testimonian sus documentos Non abbiamo bisogno (1931) frente al fascismo, Mit brennender Sorge” (1937) respecto del nazismo y Divini Redemptoris sobre el comunismo. 

En Venezuela el Episcopado, explícitamente, -precisando lo que muchos no han hecho o no se han atrevido a hacer- ha identificado y condenado el carácter totalitario del actual Régimen, desde su propuesta de reforma constitucional en 2007:

1.        Un modelo de Estado socialista, marxista-leninista, estatista, es contrario al pensamiento del Libertador Simón Bolívar (cf. Discurso ante el Congreso de Angostura) y también contrario a la naturaleza del ser humano y a la visión cristiana del hombre, porque establece el dominio absoluto del Estado sobre la persona” (Exhortación sobre la propuesta de reforma constitucional, 19.10.2007)

2.      “La raíz de los problemas (del país) está en la implantación de un proyecto político totalitario, empobrecedor, rentista y centralizado que el gobierno se empeña en mantener” (Exhortación del 12. 7. 2016, citado en la del 12. 1. 2018)

3.      De la actual situación “La causa fundamental, como lo hemos afirmado en otras ocasiones, es el empeño del Gobierno de imponer el sistema totalitario recogido en el Plan de la Patria (llamado Socialismo del Siglo XXI)” (CEV. Exhortación del 13. 1. 2017).

4.      “(…) la nación se ha venido a menos, debido a la pretensión de implantar un sistema totalitario, injusto, ineficiente, manipulador” (Presidencia CEV, Mensaje del 19.3.2018).

5.      “La consulta electoral realizada a fines del mes de mayo, a pesar de todas las voces -entre ellas la nuestra- que advertían de su ilegitimidad, su extemporaneidad y sus graves defectos de forma, sólo sirvió para prolongar el mandato del actual gobernante. La altísima abstención (…), es un mensaje silencioso de rechazo, dirigido a quienes quieren imponer una ideología de corte totalitario, en contra de la mayoría de la población” (CEV, Exhortación “No temas, yo estoy contigo” 11.7.2018).

6.      “Vivimos en un régimen totalitario e inhumano en el que se persigue a la disidencia política con tortura, represión violenta y asesinatos (…)” (Carta fraterna del 10.10.2020

7.      “(…) el régimen se consolida como un gobierno totalitario, justificando que no se puede entregar el poder a alguien que piense distinto” (Exhortación 10 julio 2020).

 

El totalitarismo en el siglo XXI no es, por tanto, una monstruosidad sólo del pasado o de otras tierras. Es amenaza-realidad en un espacio que se proclama “liberado” por Bolívar.

 

 

viernes, 15 de noviembre de 2024

ENERO 2025: REENCUENTRO NACIONAL

 

    Se dijo repetidamente antes del 28 de julio y en circunstancias similares anteriores que “por las buena o por las malas” el Régimen habría de continuar. Porque había “venido para quedarse”. Un principio generador, obviamente, de una lógica impositiva, predeterminante.

    Frente a un tal razonamiento suena contradictorio uno de los Principios Fundamentales -el artículo 5- de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela: “La soberanía reside intransferiblemente en el pueblo, quien la ejerce directamente en la forma prevista en esta Constitución y en la ley, e indirectamente, mediante el sufragio, por los órganos que ejercen el Poder Público”.

    Una premisa de fuerza como la referida desencadena, por tanto, una lógica dictatorial en violación flagrante y cínica de nuestra Carta Magna. Esta lógica se manifiesta de modo inmediato y patente también en contradicción con la Declaración Universal de Derechos Humanos proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas el 10 de diciembre de 1948, a tres años de haber concluido una tragedia que costó decenas de millones de vidas y estampó páginas vergonzosas de historia humana.

    Nuestra Constitución, si bien no es “la mejor del mundo”, ofrece un contenido positivo en la línea de los derechos humanos y en dirección democrática. El problema es que su uso se ha quedado en gran medida en simple exhibición del “librito”, sin aplicación efectiva en muchos puntos substanciales. Peor todavía, los elogios oficiales a dicho texto han sido acompañados por una permanente y desfachatada violación de los preceptos constitucionales. Resulta lamentable también la ausencia de una educación básica de la ciudadanía en materia tan fundamental. En esta materia las instituciones religiosas han tenido también gran parte de culpa, al no integrar debidamente en la formación de los creyentes lo relativo a derechos humanos y orientación social en general. 

    El escenario nacional en estos días terminales de 2024 plantea un gravísimo desafío histórico. El dilema es claro: o se obedece a la decisión del soberano, expresada de modo patente en la jornada electoral del 28 de julio, o se impone una decisión de fuerza violatoria de nuestra Constitución y de la Declaración Universal de Derechos Humanos. A 200 años de proclamada la Independencia de Venezuela se cierne sobre la República una imposición de fuerza, que estima vanas la sangre derramada y las bellas ilusiones generadas por la libertad, al tiempo que contradice principios básicos de un auténtico humanismo y de una cristiana convivencia.

    El círculo maligno, sin embargo, no se ha cerrado. El espacio para una salida democrática, un acuerdo razonable, un encuentro sensato, si bien se estrecha, brinda todavía una oportunidad. El sector oficial debe pensar que aceptar el cambio querido por el soberano no se identifica con una pérdida total definitiva.  No se está ante el “todo o nada”. Está en juego, sin duda, algo muy importante como es la Presidencia de la República; pero no el ejercicio de todos los poderes del Estado. El Título IV de la Constitución se abre con el artículo 136 que dice así: “El Poder Público se distribuye entre el Poder Municipal, el Poder Estadal y el Poder Nacional. El Poder Público Nacional se divide en Legislativo, Ejecutivo, Judicial, Ciudadano y Electoral. Cada una de las ramas del Poder Público tiene sus funciones propias, pero los órganos a los que incumbe su ejercicio colaborarán entre sí en la realización de los fines del Estado”.  Por lo demás, otras elecciones figuran en el horizonte. No estamos, por tanto, en el fin de la historia.

    Como miembro del cuerpo episcopal de la Iglesia en Venezuela, que ha reconocido el cambio querido por el soberano el 28 Julio, lanzo en este momento crucial del país un grito, un urgente llamado de amor patriótico, de sensatez republicana, para que Gobierno y Oposición tejan una transición presidencial que pacifique al país, tan golpeado y angustiado en estos últimos años y tan urgido de un reencuentro nacional democrático, fraterno. ¡Dios lo quiere! 

      

 

 

viernes, 1 de noviembre de 2024

OBISPOS Y NUEVO PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA

 

El Episcopado venezolano ha fijado su posición frente a las recientes elecciones presidenciales. La leemos en la Declaración publicada el pasado l7 de octubre, con ocasión de su XLV Asamblea Extraordinaria, convocada “para orar y reflexionar sobre la realidad social, política y eclesial del país”. Dicho mensaje es lacónico (menos de una página) y la motivación que da es porque “Ha resonado insistentemente en nuestra mente y corazón las palabras del Señor Jesucristo la verdad los hará libres” (Jn 8,31). Una verdad que, por tanto, incluye, pero no se reduce a sus dimensiones legal y política, sino que es fundamentalmente moral, es decir, del orden de la convicción basada en la razón.

En tres puntos puede resumirse la substancia de la Declaración:

1.      En el “proceso comicial realizado el pasado 28 de julio (…) se evidenció la voluntad de cambio del pueblo venezolano”.

2.      “(…) queremos reiterar el llamado al Consejo Nacional Electoral (CNE), para que, conforme a lo establecido en La Constitución y las leyes publique en forma detallada los resultados del proceso”.

3.      “La presentación de los resultados es un paso esencial para conservar la confianza de los ciudadanos en el voto y recuperar el verdadero sentido de la política. Sólo así podremos avanzar juntos hacia la construcción de una Venezuela democrática y en paz”.

Estos puntos reclaman un par de precisiones. La primera: el llamado al CNE, necesario, es con todo, insuficiente, porque el poder se ha encargado de despojarlo de sus atribuciones legales. La segunda: se requiere no tanto conservar la confianza, perdida, sino recuperarla, y sobre el sentido de la política, más que presentar resultados, es preciso restaurar la credibilidad y prestigio de la institución electoral.   

Luego de esta firme toma de posición respecto del proceso comicial, los Obispos manifestamos una denuncia formal: “Rechazamos de manera categórica la represión de las manifestaciones, las detenciones arbitrarias y las violaciones de los derechos humanos ocurridas después de las elecciones. Exigimos la liberación de los detenidos, entre los cuales se encuentran menores de edad”.

El Episcopado define así el sentido de toda conducción legítima del país, en base a fundadas urgencias nacionales, a imperativos morales, y también, de modo claro y manifiesto, a la decisión expresa del pueblo venezolano, en el cual, según la Constitución (CRBV 5), “reside intransferiblemente” la soberanía. En efecto, el 28 de Julio, la ciudadanía, con mayoría multitudinaria y festiva, manifestó su “voluntad de cambio” respecto de la conducción del Estado eligiendo al nuevo Presidente, que lo ha de liderar, a partir del próximo Enero.

En efecto, quienes salimos a votar el 28 de Julio pudimos advertir, con satisfacción y esperanza, cómo la gente, en nutridos grupos, formaba colas en pacífica convivencia y con una actitud espontánea de confianza y optimismo.  Los resultados que pronto comenzaron a circular, desde los más distintos sitios del país, marcaron desde el inicio una fuerte tendencia, favorable al cambio, la que se transformó muy pronto en impresionante mayoría a lo largo y ancho del   país. Contra facta non valent argumenta es un dicho latino que puede traducirse: contra los hechos no valen malabarismos conceptuales ni maniobras fraudulentas. Es lo que también a nivel internacional se ha venido convirtiendo en interpretación compartida.

Expresa también la Declaración: “Manifestamos la disposición de la Iglesia a promover iniciativas que contribuyan a la solución pacífica de las diferencias”. Aquí los Obispos reflejamos el anhelo general nacional de un reencuentro pacífico de nuestro pueblo. En lo que va de siglo (y de milenio) el país ha sufrido un encrespamiento general; desde los órganos del poder, se ha alimentado una división tipo maniqueo entre “buenos” y “malos”. Se ha tratado de imponer un fundamentalismo político-ideológico mediante un proyecto que el Episcopado ha calificado de totalitario. Dicho proyecto excluye el pluralismo democrático y la alternancia en el poder, meridianamente afirmados en la Constitución y expresivos de una genuina visión humanista y una concepción cristiana del relacionamiento social.

Con esta Declaración el Episcopado ratificó que el 28 J se inició una nueva era de esperanza para nuestra Patria.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

jueves, 17 de octubre de 2024

TEOMANÍA O PRETENSIÓN AUTODIVINIZANTE

 

    Teomanía es un vocablo compuesto de dos términos griegos, manía (demencia, locura) y théos (Dios), que puede traducirse como pretensión de endiosamiento. Esa fue la tentación que la serpiente diabólica presentó en el Paraíso a la primera pareja humana, según narra el primer libro de la Biblia (Gn 3). El género literario con el cual éste describe la trampa maligna y el pecado original constituye una multiforme metáfora, que dramatiza el inicio claroscuro de la historia de un hombre creado con una libertad ambivalente.

    La soberbia de auto divinizarse cruza todo el devenir terrestre humano, caracterizado por luminosos proyectos, engañosas ilusiones, logros inmensos y estruendosos desastres. La teomanía suele reflejarse en ateísmo práctico, pero también teórico; en indiferencia, como también en beligerancia. En Occidente el marginar a Dios lo percibimos desde la antigua Grecia en pensadores como Demócrito o Protágoras; más tarde en algunos atisbos durante el Renacimiento, pero sobre todo en el pensamiento sistemático de algunos iluministas como La Mettrie y Helvecio, en pensadores del Ochocientos como Feuerbach, Marx, Comte y Nietzsche, y en más cercanos en contemporaneidad como Freud, el existencialista Sartre, así como neopositivistas y cultores del lenguaje, que relegan el problema de Dios a simples construcciones lingüísticas.

    Hoy en día la teomanía se expresa en tendencias antropológicas y, más ampliamente, culturales, que tienden a disolver al hombre en sus mismas manos, desligándolo de toda genuina apertura trascendente y del plan divino creador. El animal racional queda librado entonces al juego de las ideologías y las maniobras de la tecnología, sin consistencia específica propia; se excluye, en efecto, toda frontera a la voluntad humana y toda norma moral que la pueda encauzar. Se da vía libre a un transhumanismo, a una completa desestructuración antropológica y, junto a ésta, a una reconstrucción anárquica, comprensiva, entre otras, de una sexualidad indiferenciada que se expresa en abecedario de géneros y extinción de la familia; surge un variado marketing cultural con ideologías tipo woke, queer, de la cancelación y lo políticamente correcto. En el ámbito socio económico y político se abren agendas al dominio de los poderosos sobre una masificación global. La tentación del “serán como dioses”, que refiere el Génesis, estimula una confrontación social y beligerancia sin frenos retenida apenas por el fantasma de un apocalipsis nuclear.

    La teomanía y el ateísmo recorren toda la historia humana, cual camino de un peregrinante humano tentado siempre a replegarse en sí mismo y dominar a los demás, excluyendo un partner absoluto, trascendente. El problema del ateísmo, especialmente en su forma de teomanía es que, al asumirlos, el hombre queda suelto, sin otras amarras que los propios proyectos y pretensiones. Sin otra ley que él mismo y sus intereses.

La teomanía suele tonarse en teofobia y entonces Dios simboliza un contrincante de poder y un obstáculo a la autorrealización. O, peor, un impedimento a las propias ansias de dominación irrestricta sobre otros seres humanos. La historia del siglo XX con dos conflagraciones mundiales y el imperio de totalitarismos con pretensiones de absolutez, son expresiones manifiestas. Y acercando la historia, expresión palpable de teomanía en nuestro país es el querer organizarlo mediante un poder ejercido con pretensiones de omnipotencia, sin límites como no sean los que se ponga la misma autoridad.

    Es preciso no olvidar la responsabilidad de los creyentes en la aparición y crecimiento de teomanías y teofobias. Por algo ya Moisés transmitió este mandamiento divino: “No hagas mal uso del nombre del Señor” (Éxodo 20, 7). Uso indebido del cual la historia registra gran variedad de formas, buscando disfrazar el mal o justificarlo mediante la indebida apelación a una voluntad divina. Abuso igualmente al no pasar a la práctica la fe en un Dios que es sumo bien (bondad, justicia, paz …) y, según la revelación de Cristo, libertad y amor.

    El Dios verdadero es liberador-defensor del ser humano frente a toda teomanía-teofobia opresora.    

 

lunes, 7 de octubre de 2024

DELITO DE PENSAR Y COMUNICARSE

 

Cuando Luis Alberto Machado se lanzó a la aventura de la Revolución de la Inteligencia, que llegó -muy pronto pero de paso- a concretarse hasta en un ministerio de gobierno, tocó a fondo en la riqueza del pensamiento. El país está en deuda, por cierto, con la continuación de aquella iluminadora iniciativa. Inteligencia, pensar y razón, con sus obvios matices, son términos intercambiables y así los manejamos aquí.

Este tema tiene hoy particular actualidad, cuando la política oficial en el país es de criminalizar el libre pensar y de hegemonizar la comunicación. No puedo menos de traer aquí aquello de que “no hay nada más peligroso que enseñar a alguien a pensar con la propia cabeza”.  

El ser humano dispone del regalo divino de la inteligencia. Un don que, en términos aristotélicos, es un maravilloso potencial desafiado siempre a pasar al acto, es decir, a un ejercicio abierto e ilimitado. Del razonar, lamentablemente, hacemos los humanos poco uso, quedándonos en escasos desarrollos teóricos y en aplicaciones de inmediato pragmatismo. El pensar, como ejercicio propiamente espiritual, tiene, de por sí, una apertura dialogal, que es característica fundamental de la persona.

Razón y comunicación van, pues, de la mano, por la naturaleza espiritual del hombre; y no sólo se entienden juntas, sino que mutuamente se alimentan. La comunicación enriquece la inteligencia, y la razón impulsa la comunicación. Todo lo cual, obviamente, significa un progreso individual y comunitario.

Ahora bien, razonamiento y comunicación, como actividades del espíritu y, más integralmente, de la persona, expresan y exigen la presencia de la libertad, como acompañante y marco. Razonamiento amarrado y comunicación encadenada constituyen expresiones contradictorias.

Una comunidad recibe el calificativo de auténticamente humana por el ejercicio libre de su inteligencia y de su comunicación. Es lo que la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1945 buscó proteger. Como es sabido este documento respondía a los crímenes cometidos en el inmediato pasado contra la dignidad humana, entre otros, en materia de pensamiento y comunicación libres.

Una sociedad humana merece tal título, cuando satisface a las exigencias básicas, irremplazables, de su condición corpóreo-espiritual y, más precisamente de su realidad personal, a saber, el pensamiento libre, la comunicación abierta, acompañadas de responsabilidad, eticidad, participación y solidaridad.

Venezuela experimenta hoy una crisis global: socio económica, política y ético-cultural. Varios factores causales son de señalar correspondientes a esos diversos ámbitos, entre los cuales urge señalar las amarras a la libertad de pensamiento, de iniciativa civil, de organización política, de comunicación social.

Con ocasión de las persecuciones comunistas se llegó a hablar de la “Iglesia del silencio”, como sinónimo de persecución religiosa. Hoy en Venezuela podemos hablar de “sociedad del silencio”, para referirnos a la persecución de la disidencia en los más diversos aspectos y diferentes órdenes de la convivencia ciudadana. “Prohibido pensar” es lema-objetivo real del Régimen, con todo lo que ello implica de trabas al desarrollo de las personas, de la comunidad, del soberano. Algo obviamente inhumano, anticristiano

Felizmente el 28 de julio 2024 ha emergido como símbolo de la racionalidad y libertad humanas, que ninguna fuerza temporal puede extinguir. Ha sido expresión, no tanto de la oposición de un pueblo a un poder autocrático, de proyecto totalitario, cuanto de la aspiración irreprimible de una comunidad humana a la libertad, al encuentro fraterno, al progreso compartido. Fue un grito de esperanza, un estallido de ilusión. No sólo un tsunami de votos positivos, cuanto un clamor de soberano decidido.

Pensar y comunicarse en libertad, delitos para un régimen irracional y antihistórico, son expresiones y exigencias irrenunciables del ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, que, como comunión trinitaria, es el inteligente y comunicador perfectísimo.

 

lunes, 23 de septiembre de 2024

LA FELICIDAD: DERECHO HUMANO

 

La Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por la ONU el 10 de diciembre de 1948 (ampliada por documentos ulteriores como pactos suscritos, ya de carácter universal, ya también regional) podría sintetizarse en un solo artículo que sería: derecho a la felicidad.

El tema de la felicidad es tan viejo como el ser humano. En cuanto al pensamiento occidental un lugar bien importante ocupa el eudemonismo o teoría que conceptúa la felicidad (en griego eudaimonía, que conjuga bueno y divino), o sea el bienestar o vida buena, como el fundamento de la vida moral. El desarrollo de esta temática tiene su origen en Grecia y exhibe como cultores originales de primer plano a los filósofos Sócrates, Platón y Aristóteles; éste la desarrolló sistemáticamente en su Ética a Nicómaco. La felicidad referida aquí se mueve en un plano de calidad humana, bien distinto del hedonismo, que se refiere al placer o disfrute de las experiencias, a la exaltación momentánea de los sentidos. La felicidad tiene que ver con un alto propósito y significado de vida, con la verdad y el bien, con la excelencia moral y los fines últimos. En el pensamiento clásico griego felicidad dice plenitud de vida humana y se alcanza viviendo virtuosamente.

Volviendo a la referida Declaración Universal podríamos reformular sus treinta artículos en forma propositiva y hacer con ellos un elenco de aspiraciones y condiciones para la felicidad, que todo ser humano anhela y y que el Creador le ha ofrecido al situarlo en el mundo y en la historia como protagonista con vocación de plenitud.

Con respecto a este derecho a la felicidad, el Estado y todo ente con facultad de organización social han de entenderse como servidores y facilitadores con miras al bien común; éste ha sido definido por el Concilio Vaticano II como “el conjunto de las condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y fácil de la propia perfección” (Gaudium et Spes 26).

No son pocos los libros y folletos que recogen, bajo títulos sugerentes, consejos de autoestima e itinerarios para ser feliz. Pues bien, el articulado de la Declaración podría presentarse así, confiriéndole un rostro menos formal y más cercano a la cotidianidad humana. Resulta fácil y atractivo, por ejemplo, transformar el artículo 19 en algo que el hombre requiere y la comunidad postula para ser feliz: libre para opinar y expresarse, no ser molestado a causa de sus opiniones, tener abierto el camino para investigar y recibir informaciones y opiniones, y difundirlas sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión.

¿No podrían también ser propuestos en forma parecida, como medios y caminos para la felicidad de los ciudadanos y de la comunidad nacional, el conjunto de orientaciones y normas que integran el Preámbulo y Principios Fundamentales de la Constitución de la República? Estimo oportuno recordar, de paso, el poco público lector  que tienen estos preceptos de la Carta Magna en un país en que la educación cívica brilla por su ausencia y al estado de derecho lo ha absorbido Miraflores.

En estos últimos tiempos ha experimentado ha experimentado Venezuela una inflación del poder del Estado, de la prepotencia de las entidades públicas y de los órganos oficiales, a tal punto que lo que el soberano pueda decidir queda sometido a lo que “por las buenas o por las malas” quiera imponer el gobierno y su partido político. Se experimenta una contracción de los intereses nacionales en los del sector oficial. En este contexto suena extraño lo que en las presentes líneas se trata de subrayar: la suerte de los ciudadanos en términos de su felicidad como derecho primario, al cual deben necesariamente estar subordinados la autoridad pública y todo el andamiaje jurídico y administrativo del Estado.

La felicidad del ciudadano y de su comunidad cívica como derecho fundamental es algo que constituye una especie de giro copernicano en el ámbito político-cultural, interpretándolo en una genuina perspectiva humanizante.