jueves, 30 de mayo de 2024

REFUNDACIÓN EDUCATIVA

     Repetidas veces he recordado la propuesta de la Conferencia Episcopal Venezolana sobre un esfuerzo conjunto ciudadano para refundar el país. Este llamado, bastante exigente en profundidad y globalidad, responde a la situación nacional de crisis integral, la cual exige un esfuerzo conjunto con miras a una efectiva recuperación.

    Pues bien, un aspecto o componente fundamental de esa refundación es el tocante a la educación, entendiendo ésta como un requisito primario, ya que no se la restringe o polariza en lo informativo o instrumental, sino que se la interpreta primordialmente como formación de las personas y la comunidad en valores, creatividad, actitudes, socialidad, requerimientos ético-culturales.

    En momentos en que estamos en la proximidad de una transición de la República hacia una convivencia democrática en la línea de la Constitución, es preciso subrayar la prioridad de lo educativo, justamente por la hondura y extensión del deterioro y las carencias de la realidad nacional. Dentro del trabajo en la elaboración de propuestas para responder a necesidades y urgencias, resulta imperativo actuar con lucidez y eficacia en lo pedagógico en su sentido más genuino e integral.

Hay tareas de orden estructural, organizativo y financiera, que emergen con prioridad en este campo, tan descuidado y maltratado en múltiples aspectos; piénsese, como ejemplo notorio, en la atención a los docentes, relegados a una escandalosa marginalidad. Pero la atención a estas ineludibles prioridades no puede retardar o disminuir la que toca el ser y sentido mismos de la educación.

    Es aquí donde se precisa re-poner sobre el tapete lo que en un momento determinado de la etapa democrática (1958-1998) llegó a fraguar hasta en un Ministerio de Estado para el Desarrollo de la Inteligencia. Lo que ello buscaba y repercutió con razón a nivel internacional tenía como horizonte una genuina revolución, pues buscaba la transformación, no simplemente de cosas, conocimientos, instrumentos y estructuras, sino del cuido y el manejo de la fuente y el motor mismos de éstos: la inteligencia del pueblo, sin barreras de condición social, racial y otras.

    La pronta, repentina, inexplicable e inexplicada desaparición del referido organismo oficial y el eclipse de lo que éste significaba, generaba y multiplicaba constituyó una verdadera tragedia nacional. Con el agravante de que no tuvo mayores dolientes, ni en el gobierno ni en la oposición; ni mayor repercusión en organismos y sectores de la sociedad civil. De nada sirven ahora los lamentos, si la conversión no despunta.

    Luis Alberto Machado - “progenitor” de la creatura- comenzó su libro La revolución de la inteligencia. El derecho a ser inteligente (Caracas, Planeta 1983) con una cita de René Descartes, “padre de la filosofía moderna”. Propósito de ambos era enseñar la importancia de un método, un camino, a seguir. Les interesa primariamente no los productos de la inteligencia, sino cómo ésta los logra puede inventar cualquier cosa.

    ¿Cómo manejar la inteligencia y crecer como creatura inteligente? Ligado estrechamente con ello surgía en el doctor Machado el tema del derecho humano “a ser inteligente”, como derecho primario y altamente generador. Tema éstos que hoy, en escenarios de inteligencia artificial, cobran peculiar relieve. (Estos planteamientos -digámoslo de paso- dejaban en la sombra la exaltación marxista de los medios de producción como estructura social fundamental, así como otras ideologías idolátricas).

    La etimología latina de educación (educere), así como la pedagogía socrática (mayéutica), que acentúan un generar desde dentro, cobran particular importancia. Enseñar a pensar, supera el simple obsequiar pensamientos. Dios creó al ser humano como inteligente, como co-creador que ha de comenzar por la construcción de sí mismo. La inteligencia es aprendizaje de genialidad, posibilitado por la liberación de la inteligencia.

    Reconstruir la educación exige reparar y edificar escuelas, tratar dignamente a los docentes, pero, junto a eso y sobre todo eso, pensarla y actuarla como desarrollo de los humanos como creaturas inteligentes y responsablemente libres.

 

  

 

 

   

 

jueves, 16 de mayo de 2024

LA IGLESIA CATÓLICA ANTE LAS PRÓXIMAS ELECCIONES

 

    La posición concreta de la Iglesia y de su representación episcopal en una determinada circunstancia electoral no es algo que pueda definirse a priori. Depende de la situación, aparte de otros eventuales factores. Estudié en la Italia de la post guerra cuando la alternativa, más que electoral, era vital e histórica: o el Partido Comunista Italiano con Togliatti y el alineamiento con la URSS, o la Democracia Cristiana con De Gásperi y la permanencia en el Occidente democrático. Para la Iglesia estaba claro. Regresé al país, caída la dictadura de Pérez Jiménez, en un tiempo de incipiente pluralismo, cuando en las votaciones la libertad y un futuro abierto no se planteaban ya n forma dilemática.

    En el ámbito nacional las cosas han cambiado. Ello explica las siguientes tomas de posición del Episcopado: “Ante el deterioro progresivo de la situación política venezolana hemos señalado en nuestras recientes Exhortaciones de julio 2019 y enero 2020 que se hace necesaria la salida del actual gobierno y la realización de elecciones presidenciales limpias, y en condiciones de transparencia y equidad (…) los graves problemas del país no se solucionan, sino con cambios substanciales que respeten la ley, la institucionalidad y la autonomía de los poderes públicos” (Exhortación Pastoral del 10. 7. 2020).  El año siguiente otra exhortación (11. 1. 2021) denunciaba el empobrecimiento general como efecto de un modelo ideológico, el agravamiento en materia de violación de derechos humanos y la masiva migración forzada, de allí que volvía a insistir en la necesidad de “un cambio radical en la conducción política” del país. Meses más tarde (12.7.2021) el Episcopado planteó la necesidad de refundar la nación.

    Todavía el año pasado el Episcopado advirtió: “nuestro país continúa viviendo una crisis política, social y económica profunda. Un escenario que pone en entredicho la gestión de gobierno que por más de veinte años ha guiado los destinos de la nación”. Y añadió algo bien grave: “Hoy podemos decir que en Venezuela existe todo un pueblo crucificado”. De allí este interpelante llamado: “Invitamos a todos los creyentes y a toda persona de buena voluntad ejercer una doble conversión: a asumir con autenticidad el testimonio personal, con lucidez y compromiso humanizante, y el protagonismo consciente de ciudadanía responsable (…) Pasemos de lamentaciones y postraciones a acciones liberadoras”. Y formuló un compromiso: “Que nos pongamos, en cada diócesis, en cada parroquia, en cada congregación y en cada colegio, en cada empresa, oficina o comercio, de cara a la parálisis nacional, y cada uno pregunte qué puedo hacer yo, cuánto más puedo aportar, cuánto y en qué ámbitos puedo pasar del yo al nosotros, elevando y multiplicando el bien que producimos”. (Exhortación 13 de enero 2023)

    La semana pasada escribí acerca de la histórica caída del Muro de Berlín y con él del régimen comunista, no en medio de un conflicto fratricida, sino enmarcada en un pacífico reencuentro unificador. Las dos Alemanias estatales se reunificaron, y sus poblaciones se reconciliaron. Predicciones apocalípticas fallaron. Se impusieron:  la memoria histórica popular, la racionalidad de Bien Común, el instinto de supervivencia…y, para los creyentes, no estuvo ausente la mano de Dios. La historia no se repite, pero sí enseña. El comunismo había llegado allí con pretensión de quedarse como un destino necesario, pero el hecho es que no se quedó, porque la libertad creadora destruyó el mito.

    No resulta incongruente que los Obispos propicien, en medio de una crisis nacional global que se agrava, un cambio de régimen hacia una Venezuela en que no se vean forzados a plantear lo mismo en el futuro, como resultado de que la democracia se respete.

    Lo cierto es que lo sucedido en el país en las últimas décadas ha de llevar, no sólo a evitar represalias o retaliaciones contraproducentes y quedarse en arrepentimientos estériles comenzando por la misma Iglesia y sus pastores, sino a generar conversiones proactivas. Pues, entre otras cosas, ¿en qué medida no se formó a la ciudadanía -en su mayoría católica- para una participación política responsable, y para que su soberanía fuese lúcida, efectiva, humanista, de altas miras?  

sábado, 4 de mayo de 2024

CAIDA DE MURO Y CIUDAD

     Al famoso Muro de Berlín pude seguirlo también presencialmente en diversos momentos durante su existencia (13. 8. 1961-9. 11. 1989). Estuve en dicha capital antes, después de la construcción y también luego de echado abajo ese monumento de vergüenza.       

    Me encontraba en Múnich cuando las emisoras de radio comenzaron a transmitir, con dolor y furia, el ruido de taladros rompiendo calles berlinesas para construirlo. Y en 2011 pude compartir en Berlín la conmemoración del 50º aniversario del infausto inicio.

    Construido el Muro, confieso que no me ponía el problema de su extinción, como tampoco el de la caída del comunismo que el mismo simbolizaba, porque “problema que no tiene solución no es problema”. La duración del dominio soviético -aunque realidad histórica y, consiguiente temporal- se proyectaba como algo de impredecible término por la naturaleza del sistema totalitario. Su defunción fue, con todo, sorpresiva; un tsunami popular se desencadenó de repente para tumbar el muro, en lo cual hasta algunos de los guardias que lo aseguraban colaboraron en el desmantelamiento. Claro está, factores de resistencia trabajaban en silencio y con paciencia, pero….

    En mi imaginación yo no concebía un ocaso pacífico del muro y del sistema que simbolizaba. La STASI (organismo de seguridad) y la nomenklatura férrea no podrían desaparecer en paz; me figuraba un cambio bien conflictivo, pintado con bastante sangre, con innumerables víctimas y consecuencias desastrosas. Ya había presenciado la “Cortina de hierro”, con su instrumental amenazante y disuasivo, también en zona agrícola, en la frontera de la Alemania Federal con Checoeslovaquia.

    ¿Qué paso entonces? Los creyentes utilizamos con frecuencia la palabra milagro para calificar hechos mundanamente inexplicables. Pues bien, cayó el Muro y no supe de ningún enfrentamiento, así como de ningún humano fusilado, ahorcado o cosa semejante. Hubo, en cambio, música, lágrimas pero de alegría, alborozo de rencuentros, fuegos artificiales … Parece que la tierra hubiese engullido de repente los bloques de concreto, los policías apertrechados y vigilantes para evitar fugas. La reunificación alemana comenzó a caminar presurosamente, superando diferencias y obstáculos.

    Todo ello configuró un cuadro diferente a la caída de la ciudad de Berlín en 1945, en manos del avasallante ejército soviético. Bastantes films y videos están a pública disposición para percibir esa victoria-tragedia. Personalmente pude contemplar tiempo después un Berlín con más o menos 80 por ciento en el suelo.  Con los previos inclementes bombardeos anglo norteamericanos y la avasallante entrada de la armada roja la esplendorosa capital del Reich quedó hecha una miseria. Hitler en su soberbia había preferido enterrarse con su imperio antes que perderlo. “Por las buenas o por las malas” lo proyectaba por mil años. “Había llegado para quedarse”, con la esvástica ondeando desafiante en suelo ario.

    Hago memoria de estas cosas porque dicen que la historia es maestra de la vida. Y que quien no sabe de dónde viene no sabe hacia dónde va.

    Venezuela vive hoy una situación sumamente crítica. Bajo una dictadura de corte totalitario, y urgida de cambio hacia una convivencia como la ordena la Constitución patentemente en su Preámbulo y sus Principios Fundamentales. Y, sobre todo, como Dios la quiere:  libre, justa, fraterna, pacífica. La nación tiene ante sí unas elecciones bastante próximas en las cuales el soberano debe-debería libremente decidir.

    ¿Cómo serán el cambio y la transición? ¿Como la caída pacífica del Muro o como el suicidio del Fuhrer y el desmantelamiento de Berlín? Estos días y semanas son claves. ¿Se abrirá paso en el Régimen la racionalidad, un talante realista y humanista, o se radicalizará una voluntad continuista, represiva, excluyente y destructora?

    Quien puntea hoy las encuestas tiene felizmente un espíritu amplio y una palabra dialogante, que responden a un anhelo nacional. Unas elecciones libres, en un ambiente de mutuo respeto, abrirían-deben abrir el camino al cambio-transición que la nación urge y Dios quiere:  hacia Venezuela como ámbito de encuentro y casa común.

 

 

 

       

 

jueves, 18 de abril de 2024

ALFABETIZAR EN DERECHOS HUMANOS

 

    El analfabetismo en materia de derechos humanos abunda en Venezuela, paralelamente a su sistemática y descarada violación por parte del sector oficial, que debiera estar a la cabeza en la defensa de los mismos.

    Sobre este punto he vuelto una y otra vez mis escritos. Por ejemplo, en un sencillo libro sobre Doctrina Social de la Iglesia, editado por el Consejo Nacional de laicos, inserté como anexo la Declaración universal de derechos humanos, proclamada por la ONU el 10 de diciembre de 1948; incluí igualmente el Preámbulo y los Principios fundamentales de nuestra Constitución de 1999.

    Nil volitum nisi praecognitum reza un proverbio latino, que puede traducirse así: nada se quiere si no se pre-conoce. Lo cual constituye en el presente caso un serio llamado de atención al soberano (CRBV 5) y, de modo interpelante, a quienes dentro de ese cuerpo tienen una función educativa.

    “Una dignidad infinita, que se fundamenta inalienablemente en su propio ser, le corresponde a cada persona humana, más allá de toda circunstancia y en cualquier estado o situación en que se encuentre”. Así comienza el reciente documento de la Santa Sede Dignitas infinita sobre la dignidad humana (8 de abril 2024).  Declaración  que se publica en la oportunidad del 75º aniversario de la producida por la ONU sobre los derechos humanos.

    Para la Iglesia esa dignidad “plenamente reconocible incluso por la sola razón, fundamenta la primacía de la persona humana y la protección de sus derechos”; así “a la luz de la Revelación, reafirma y confirma absolutamente esta dignidad ontológica de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios y redimida en Cristo Jesús”. El documento vaticano continúa ratificando aquella primacía y su defensa más allá de toda circunstancia, al tiempo que aprovecha la ocasión para “aclarar algunos malentendidos que surgen a menudo en torno a la dignidad humana y (…)  abordar algunas cuestiones concretas, graves y urgentes, relacionadas con ella”.

    En nuestro país tenemos de parte de la Iglesia un documento valioso en materia de derechos humanos y de una antropología integral. Es el tercero del Concilio Plenario de Plenario de Venezuela, relativo a la construcción de una “nueva sociedad”, y estructurado según la muy útil metodología del ver-juzgar-actuar; en él encontramos como Desafío 3 del Actuar el siguiente: “Concretar la solidaridad cristiana y defender y promover la paz y los derechos humanos ante las frecuentes violaciones se los mismos”. Dicho documento fue aprobado en agosto de 2001 y tiene reforzada actualidad.

    Cuando hablo de alfabetizar en derechos humanos pienso en el poco conocimiento-conciencia-reclamo que tenemos en este país al respecto. Como referencia ejemplar de alfabetización citaría aquí sólo dos artículos, referentes a la comunicación. El primero es el No. 19 de la Declaración de la ONU: “Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas sin limitaciones de fronteras, por cualquier medio de expresión”. El segundo es el No. 57 de la Constitución de nuestro “conatelizado” país: “Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, sus ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión (…)”. Recuerdos muy oportunos ante la pretensión de un régimen de corte totalitario, que considera las libertades ciudadanas como dádivas gubernamentales condicionadas y la voz oficial como monopolio comunicacional.

    Un genuino cambio político en Venezuela debe colocar, entre sus prioridades, una alfabetización ciudadana en materia constitucional y de derechos humanos, que posibilite un genuino ejercicio de la soberanía. Una democracia sólida supone y exige una seria información en cuanto a derechos-deberes cívicos fundamentales, junto a   una clara y viva conciencia ético-política. Esto lo hemos de asumir los creyentes, no sólo como imperativo de la razón, sino como don-mandato divino.   

 

 

 

 

sábado, 6 de abril de 2024

IGLESIA Y POLÍTICA

     Conviene recordar varias acepciones del término Iglesia para precisar su relación con la política, de la cual podemos distinguir también varios sentidos.

    Iglesia es una palabra derivada del griego ekklesía, la cual significa asamblea, congregación. Históricamente ha quedado fijo su uso para denominar el conglomerado de los creyentes en Cristo, conjunto que a través de los siglos se ha diversificado, como efecto de rupturas y separaciones de distinta índole (cismas, herejías). Un movimiento de data relativamente reciente, el ecumenismo, viene propiciando, entre otras cosas, encuentros entre las varias confesiones para impulsar una progresiva unidad de los cristianos.

    En Venezuela y en muchos países, particularmente del Occidente, se da una adhesión mayoritaria de la población a la Iglesia católica; ésta se identifica como el tronco cristiano original, que tiene como distintivo fundamental la autoridad máxima del Papa, a quien se estima Obispo de Roma, Sucesor de san Pedro.

    Volviendo al término Iglesia (y concretándolo en la católica y, más concretamente, la de nuestro país) resulta necesario registrar en aquél varios sentidos: a) el primero y básico es el de conglomerado o conjunto de los creyentes, y así decimos que la gran mayoría de los venezolanos adhiere a la Iglesia, la cual ha marcado la historia, la cultura, de nuestro pueblo, desde el encuentro constituyente de hace cinco siglos; b) otro,  segundo, es el de la autoridad o jerarquía, en ella, y, más concreta y centralmente todavía, el Episcopado o Conferencia Episcopal Venezolana (asociación de los obispos). Así corrientemente se dice que “la Iglesia ha fijado posición ante la realidad nacional”, cuando nuestro Episcopado ha hecho una declaración.

    La aplicación del término Iglesia no se reduce a estos dos significados. Pensemos en expresiones plenamente legítimas como las siguientes: “Todo creyente bautizado es Iglesia”, “yo bautizado (miembro de una familia, trabajador, estudiante, político…) soy Iglesia”, “los laicos (seglares) son la Iglesia en su casi totalidad”. San Pablo definió a la Iglesia cuerpo de Cristo (1 Co 12), cuyos miembros todos -con diversidad de dones, carismas, funciones- son y han de ser activos y corresponsables, del pueblo de Dios.

    “La Iglesia (en referencia a la jerarquía) debe decir una palabra y asumir una postura proféticas en la presente crisis nacional”. Es una frase que se escucha con frecuencia. Pero es muy importante no identificar simplemente el decir-actuar de la Iglesia con lo que hace-debe hacer su representación jerárquica. A los obispos les corresponde una responsabilidad primaria en el ejercicio de la misión evangelizadora de la Iglesia; con todo, no la totaliza. A los laicos les corresponde también un obligante protagonismo, de modo particular en lo tocante a contribuir en la construcción de una nueva sociedad, tarea que les es más propia y peculiar.  

    En esta materia socio-política, hay dos peligros a evitar: el ausentismo y el clericalismo. A saber, la auto marginación de la jerarquía (obispos, presbíteros) en ese campo, como si lo pastoral no tuviese que ver con lo temporal; y la indebida injerencia del clero en tareas peculiares de los laicos bajo propia responsabilidad, como son el ejercicio del poder y la actividad partidista.

    Algo que quisiera recalcar aquí es la responsabilidad de los católicos, todos, en asumir la política (es decir, presencia activa, corresponsable, en la “polis”, la ciudad, la convivencia ciudadana) como exigencia de su condición humana y vocación cristiana. Y la jerarquía en la Iglesia tiene como una de sus tareas indeclinables el contribuir a la formación y el estímulo de los laicos para un protagonismo efectivo, servicial, en ese campo, especialmente cuando la suerte de la “polis” (dignidad del ser humano y bien común básico,) está en juego. Como sucede hoy en Venezuela

    Dios creó al ser humano como “ser político” y de esto el Señor Jesucristo pedirá cuentas (ver Mateo 25, 31-46). Lo “religioso” y lo “eclesial” no son alienantes de esta ciudad terrena, sino, al contrario, exigen un ineludible compromiso cristiano para la construcción de una “nueva sociedad”.

 

 

 

 

viernes, 22 de marzo de 2024

METERSE EN POLÍTICA

     “Yo no me meto en política” es una frase de uso bastante corriente. Sobre las razones que se dan, no es del caso entrar aquí. La atención se dirige hacia la posibilidad misma de una tal actitud, previo un recordatorio de significados elementales del término política (del griego polis, ciudad).

    En el siglo IV antes de la era cristiana el filósofo Aristóteles en su libro clásico Política definió al hombre como animal político (zoon politikon). Con ello asomaba ya la amplitud de ese campo del quehacer humano. No es de extrañar por tanto que en nuestro tiempo Thomas Mann haya empleado en su Montaña Mágica la expresión de que “todo es política” y Michel Foucault subrayase que ésta se encuentra en todas partes y nunca pueda desaparecer. En esta línea de comprensión terminológica la connotada feminista Carol Hanisch buscó diluir fronteras afirmando que “lo personal es político” ¡Qué quedaría entonces fuera de la política? Por cierto que Maquiavelo, marcado por su escenario pragmático renacimental, encogió lo político con una interpretación éticamente negativa. Puede decirse, a manera de síntesis, que lo político está en todo, pero no lo es todo. El ser humano, en efecto, por su dimensión ética y espiritual, tiene una apertura trascendente y se mueve en ámbitos que no se reducen a lo relacional político.

    Para distinguir, sin complicar demasiado las cosas, podemos señalar tres acepciones del vocablo política 1. Lo concerniente a la polis en cuanto convivencia social, conglomerado humano y su bien común. 2.  Lo que se refiere al poder (su organización y ejercicio), a la autoridad, en la polis. 3. Lo relativo a la agrupación en partidos, con miras a la toma y actuación de dicho poder. El ser y el actuar políticos tiene, por consiguiente, diversos modos darse, lo cual se refleja, obviamente, en los diferentes tipos de compromiso y comportamiento frente a esa realidad. Pensemos, por ejemplo, en lo que en este asunto toca a) a la Iglesia como conjunto, b) a su jerarquía y c) al laicado que mayoritariamente la integra. Algo semejante se puede hacer respecto de la llamada “sociedad civil”.

    Como fácilmente se cae en una especie de “mitificación” de la política (asumiéndola casi sólo como espacio de secretismos, dobleces, manipulaciones y aprovechamientos) estimo iluminadora y saludable la traducción de polis como sociedad y la interpretación del adjetivo social como político. Así podemos razonable y convenientemente interpretar el relato bíblico del Génesis (1, 26-27), en el sentido de que Dios creó al ser humano como político, como ser relacional para surgir, vivir y desarrollarse en polis (con-vivencia), comenzando por la estructura más elemental de ésta, que es la familia. La politicidad o socialidad constituye, por consiguiente, no un agregado del ser humano, sino algo que lo define desde adentro, estructuralmente, y lo acompaña en uno u otro modo en todo su quehacer. En este sentido se puede afirmar que el hombre es necesaria e ineludiblemente político. La revelación cristiana lo identifica como imagen auténtica de Dios, que es Unitrino, comunión, relacionalidad interpersonal, amor (1 Jn 4, 8).

    Expresiones como la referida al inicio, de meterse o no en política, carecen entonces de sentido, en cuanto, en virtud de existentes, los seres humanos somos políticos, con-vivientes, desde el inicio de nuestra peregrinación terrena. Querámoslo o no, estamos metidos cotidianamente en política y el problema ético y religioso entonces reside en cómo hemos de estarlo. El “segundo mandamiento” (Mc 12, 31), al igual que las obras de misericordia de que habla Jesús (Mt 25, 31-46) pueden y han de entenderse como amor político.

    De lo anterior se desprende que la formación política es moralmente obligante para una convivencia responsable y corresponsable. La edificación de una nueva sociedad (polis vivible, deseable) es tarea de todos, cualquiera sea la condición personal. El actuar político puede variar según vocaciones, situaciones y oportunidades, pero todos y cada uno tenemos una tarea que realizar en dicho campo. Para los creyentes esta obligación se acentúa en virtud del mandamiento máximo proclamado por Jesús.

 

   

   

   

viernes, 8 de marzo de 2024

SOBERANO: COMUNIDAD, NO MASA

     La revolución democrática desencadenada a partir de finales del siglo XVIII ha subrayado el papel del soberano como portador originario y supremo del poder en la sociedad política. De ello viene a ser expresión manifiesta nuestra Carta Magna en su artículo 5.

    Sujeto de esa soberanía es el pueblo en su conjunto, con su connatural variedad, dentro de la cual se inscriben, entre otras, diferencias de posición social, situación económica, inclinación política y calidad ético-cultural. La democracia, expresión de esa heterogeneidad, debe tener, entre sus objetivos prioritarios, el mantenimiento y cultivo de la unidad de la polis, no a pesar de, sino precisamente mediante el cultivo de una educación en el respeto y delicado manejo de la diversidad, lo cual ha de implicar un consciente y esforzado cultivo del bien común.

    Una no rara corruptela de la democracia viene a ser el populismo, que constituye una degradación del pueblo, cuya genuina identidad consiste en: ciudadanía como conjunto de personas, sujetos conscientes y libres. El populismo viene a ser una nivelación del pueblo por lo bajo, basada no en lo racional sino lo pasional, orientada no al protagonismo corresponsable sino a la masificación manipulada. El líder (convertido en capataz) se erige como encarnación y no ya delegado de la gente. A ésta no se la forma y estimula a pensar con la propia cabeza, sino a asumir lo que quiere el jefe con su nomenklatura. Un tal sistema no se conjuga, obviamente, con la formación de una comunidad (compartir interpersonal) sino con la confección de una masa (colectivo monocolor), rechazándose así todo lo que significa disidencia u oposición. El llamado Socialismo del Siglo XXI se identifica con este objetivo de corte totalitario, que cristaliza necesariamente en un poder absorbente único.

    La lógica política en esta línea impositiva masificante es de una rigurosa centralización del poder, frente a la división y desconcentración (participativa y subsidiaria) exigida por una genuina dinámica democrática. Al servidor presidente de Montesquieu lo substituye un dominador comandante en jefe. Esa misma lógica conduce a la perpetuación en el poder, de la cual, en Venezuela, las consignas explícitas y publicitadas del referido Socialismo, “vinimos para quedarnos” y “por las buenas o por las malas”, expresan un delictivo y desfachatado propósito anticonstitucional. 

    Quien lee la Constitución nacional -la cual, sin ser perfecta, merece una alta calificación- encuentra allí una adecuada definición del soberano y de la polis que él está llamado a edificar.  Esto aparece claro ya en el Preámbulo y los Principios Fundamentales, que, por cierto, me gusta citar con frecuencia.  El problema es que el actual Régimen funciona intencional y gustosamente al margen y en violación abierta de la Constitución.

    El soberano no simplemente nace sino que se hace. Ha de formarse para actuar como tal. Nos ha faltado en el país, sin embargo, una sistemática y acertada educación democrática (en la libertad, la responsabilidad, la solidaridad, la participación, el bien común y otros temas capitales) para contar con un soberano efectivo. Excusa para ciertos comportamientos anárquicos e irresponsables es que “no somos suizos”. Sin pensar que ellos lo son, no por simple geografía, sino por pedagogía.

    Una de las tareas prioritarias para una reconstrucción del país es educarnos los venezolanos en los valores de una genuina democracia. Educación que corresponde no sólo a los planteles específicos -en un tiempo contaron con la materia Moral y Cívica- sino también, comenzando por la familia, a las instituciones religiosas, a los partidos, gremios y asociaciones. No se cosechan peras del olmo.

    La educación para la convivencia democrática postula elementos organizacionales, históricos, jurídicos y otros, pero, primordialmente, éticos y espirituales, que tocan lo más profundamente humano. Hay una frase que siempre viene a mi mente al hablar de estas cosas y es aquella de la tragedia Edipo Rey: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”.