lunes, 12 de noviembre de 2012

EDUQUÉMONOS PARA LA PAZ

9-8-12 EDUQUÉMONOS PARA LA PAZ Una educación para la paz postula el cuidado del lenguaje y el cultivo del diálogo. En cuanto a la palabra, la hay respetuosa, comprensiva, que abre camino a la paz y la apoya; la hay también, dura, descalificadora, despreciativa, que cierra caminos a la paz o la deteriora en su base. A las persecuciones físicas y a las exclusiones sociales las preceden y acompañan siempre los juicios despreciativos y las palabras irónicas y mordaces. El apartheid comienza por la lengua, la cual, es reflejo del corazón. La negación de la amistad se inicia con el negar la palabra, con un corte de la comunicación. Y la opresión de una persona o un grupo tiene como una de sus primeras manifestaciones el impedir su libre “locución” y el obstruir una genuina “interlocución”. A su vez, la palabra pacificante se funda en la verdad y se orienta por la bondad; es realista, pero no extrema tintas ni esconde positividades; busca, a pesar de todas las dificultades que pueda encontrar, la con-versación. El gesto se une a la palabra. La película Invictus sobre la superación del enfrentamiento racial y el protagonismo unificante ejercido por el Presidente Mandela en África del Sur, es muy diciente sobre la fuerza del gesto. Éste, pequeño o grandes, partiendo del casi imperceptible en la familia –la primera escuela de la paz-, prepara, robustece y resguarda el entendimiento, la reconciliación, la paz. Fortalece la esperanza de las comunidades y de los pueblos con respecto a la convivencia fraterna y solidaria y anima a caminar hacia encuentros cada vez de mayor significación y alcance. Hay que evitar el alejamiento entre los grupos opuestos porque suele desencadenar mayores desencuentros; quienes están interesados en el conflicto y en la guerra tratan de evitar la proximidad de las personas y los grupos enfrentados, para alimentar la diferencia, la incomprensión, el odio. Es preciso desarrollar, por tanto, una pedagogía del verbo-gesto de paz. En cuanto al cultivo del diálogo, hemos de comenzar por el reconocimiento del “otro” como persona, es decir, como sujeto consciente, libre y abierto a la alteridad. El “otro” ha sido creado y constituido para la comunicación y la comunión; capaz de hablarse y hablar. Orientado por naturaleza a la verdad y al bien, aunque su condición frágil y pecadora obscurezca, dificulte o tuerza esta dinámica. El diálogo encuentra apoyo, al tiempo que exigencia, en el principio de que el mal puro no existe y, por consiguiente, de que quien está frente a mí no podría ser pura negatividad. Todo lo que se da es ser, bien, no obstante sus carencias y limitaciones, sus fallas y defectos. La posición contraria es lo que se suele denominar “fundamentalismo”, según el cual las cosas son blanco o negro, sin matices; se lo sinonimiza con el “maniqueísmo” y lleva a inevitables confrontaciones, así como a exclusiones puras y simples. Estas posiciones destructivas se dan y se han dado en materia religiosa, así como en el campo político-ideológico, para citar solamente estos dos. La educación para el diálogo encierra, entre otras cosas, educación para la búsqueda sincera y recta de la verdad, de lo bueno, de lo justo, liberándose de pre-juicios y otras ataduras; educación para la escucha (solemos hablar y no escuchar, desaprovechando la fecundidad del silencio). Es preciso cultivar el recibir, el comprender y el apreciar, poniéndose en la situación del otro, en su perspectiva. Educar para el diálogo requiere aceptar la diferencia, la identidad y “propiedad” del proximus, tolerándolo, respetándolo, acogiéndolo; exige buscar primero lo que une y sólo luego lo que diferencia y divide. Es preciso educar para el compartir en la con-vivencia, en la conciencia de que el mundo se nos da para trabajarlo juntos y lograr un progreso y una meta en solidaridad; educar en el sentido de que el ser humano es, constitucionalmente, ser-para-el-otro. Educar para el diálogo es encaminar en la búsqueda “obstinada” del bien, siguiendo la doctrina y la metodología de la no violencia (Gandhi, M.L. King). En esta misma línea se han de superar interpretaciones de la historia, que llevan a definir como camino necesario para el progreso y el perfeccionamiento humanos, la exacerbación del conflicto, priorizando la ideología por sobre la persona concreta, lo cual lleva –la historia lo demuestra- a opresiones peores que las que se trata de vencer. La persona no puede ser puesta entre paréntesis ni utilizada como medio. Una “nueva sociedad” puede construirse sólo sobre la base de la centralidad de la persona humana y el perfeccionamiento de ésta en el compartir, en el amor.

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