lunes, 12 de noviembre de 2012

SIEMPRE ALERTA

18. 10. 12 SIEMPRE ALERTA Ovidio Pérez Morales Exigencia fundamental de la persona, en cuanto existente libre, es el estar siempre en vigilia. Esta actitud ha de acentuarse particularmente en el creyente, según lo advierte constantemente Jesús: “Estén siempre atentos y vigilen porque ignoran cuándo será el momento” (Mc 14, 33). Con diversas parábolas y otras comparaciones (como la del señor y los criados en Lc 12, 41-48) invita a estar vigilantes en previsión de su venida, no sólo la gloriosa al final de los tiempos, sino en cada momento. Es una vigilancia que ha de ser fecunda, productiva, evitado caer en la indolencia, la irresponsabilidad, el acomodamiento o el malacostumbrarse. En el libro del Apocalipsis hay un texto que me gusta meditar con frecuencia. Es la carta que “el Testigo fiel y veraz” manda escribir al Ángel de la Iglesia de Laodicea y en la cual dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo” (Ap 3, 20). En esta perspectiva se entiende cómo cada día es un imperativo de mejorarse y mejorar, crecer personalmente y ayudar a otros a crecer. Contribuyendo, con espíritu siempre renovado, a la construcción de una “nueva sociedad”, justa, libre, solidaria y pacífica, a partir del pequeño e inmediato círculo familiar. Haciendo historia, sin esperar a que nos la hagan. Esta disposición de la libertad siempre en alerta (“vigilia antropológica”), aparte de la positividad que ella implica, permitirá identificar y eventualmente denunciar toda amenaza al desarrollo pleno tanto de la propia persona como de la comunidad. Una aplicación concreta de esta vigilancia ha de tenerse respecto del denominado “síndrome de Estocolmo”. Éste consiste en amoldarse, acomodarse, habituarse a la degradación de la propia persona, como efecto de una violencia de cualquier orden ejercida de modo persistente y gradual. La víctima llega a sentirse “cómoda” con el victimario y hasta agradecida en momentos en que percibe una inflexión en los maltratos. La pasividad va encalleciendo el ánimo y una humillante aceptación se introyecta en el espíritu. Cosa que, precisamente, busca el opresor. Nuestro análisis de la realidad debe afinarse para saber detectar una serie de situaciones en las cuales se manifiesta dicho síndrome. Inaceptables marginalidades sociales que terminan por juzgarse inevitables; apartheids políticos que adormecen la libertad, a; igual que imposiciones ideológicas y culturales que se convierten en perversas anticulturas. El reciente y desequilibrado torneo electoral del 7-0 ha puesto de relieve la persistencia de ciertos hechos y conductas abusivas e inconstitucionales, que tienden a convertirse en habituales, sin que susciten en la ciudadanía, aún opositora, mayor preocupación y fuerte denuncia. Es el caso de la descarada identificación Estado=Gobierno=Partido=Líder en el manejo de los bienes públicos, en la utilización de los MCS oficiales, así como en la configuración y actuación de Poderes como el Electoral, para citar algunos ejemplos nada ejemplares. La actitud de vigilancia, ejercida con genuino espíritu crítico y autenticidad moral, se hace indispensable para llevar adelante este país. Ello permitirá neutralizar una anticultura de violencia y de muerte para avanzar sólidamente en una cultura de paz y de vida. .

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