domingo, 20 de mayo de 2012
24.5.2012
NUESTRA FE: CONJUNTO ARMÓNICO
Ovidio Pérez Morales
¿Es la doctrina cristiana un conjunto de afirmaciones sueltas, sin mayor interconexión? ¿Es la práctica pastoral de la Iglesia una simple suma de normas y orientaciones, que van cambiando con alguna regularidad, sin un eje articulador que muestre su interrelación y unidad? ¿Es la moral cristiana un inventario de mandamientos yuxtapuestos, válidos en sí, pero sin organicidad? ¿Son lo teórico y lo práctico, por separado, agregados desarticulados, que no logran formar subconjuntos efectivos, ni, mucho menos, un verdadero conjunto global?
Cuando recitamos el Credo exponemos una serie de proposiciones fundamentales de fe. Cuando aprendemos o enseñamos el Catecismo hacemos el recorrido por muchas afirmaciones doctrinales. Cosa semejante se diga cuando explicitamos el Decálogo y explicamos las orientaciones morales básicas. La acción pastoral de la Iglesia, por otra parte, implica múltiples determinaciones para concretar su misión evangelizadora. Al hablar de la Espiritualidad tenemos que referir principios, criterios, experiencias.
¿Se queda todo lo anterior en simple suma de elementos, sin estrecha integración?
La impresión que se saca de la lectura de textos religiosos cristianos y aún de catecismos en boga, es que en todo ello se está frente a un cúmulo de dogmas, enseñanzas, preceptos, líneas de acción, pero no a un conjunto armónico. De allí la variedad y no pocas veces la proliferación inconexa de respuestas, cuando se pide ofrecer una síntesis del pensamiento y de la praxis cristianas.
En una obra no hace mucho publicada por mí, he buscado concretar y desarrollar una formulación orgánica, que muestre la unidad de lo que como cristianos creemos y hemos de realizar. El título del libro es Nuestra fe: conjunto armónico (Ediciones Trípode, Caracas 2010).
El Concilio Plenario de Venezuela, siguiendo el ejemplo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Puebla 1979), ofreció la clave de solución al problema planteado, al declarar una línea teológico-pastoral y, concretamente, la de comunión (ésta significa íntima unidad, interrelación).
Espero volver en próximo o próximos artículos sobre este punto, que estimo capital para la compresión del ser-quehacer cristiano. Por el momento, sin embargo, baste decir que la noción de comunión constituye una respuesta adecuada a preguntas como las siguientes: ¿Qué son Dios, Cristo, la Iglesia? ¿En qué consisten el Reino de Dios, la santidad, el cielo? ¿Cuál es la tarea de la Iglesia en el mundo y hacia donde ha de tender la vida moral del cristiano? ¿Qué han de ser, fundamentalmente, la familia y la convivencia humana en perspectiva evangélica? ¿Qué es lo que se opone al plan de Dios?
He venido trabajando bastante sobre el tema en estos últimos tiempos. Esta cuestión es de primerísima importancia, no sólo para darse uno mismo razón y sentido de la fe y contribuir a que otros hagan lo mismo, sino como principio y criterio orientadores de la Iglesia, sobre todo en momentos en que ésta se propone una nueva evangelización.
La noción de comunión como línea teológico-pastoral, que armoniza el conjunto teórico-práctico cristiano, parte de la concepción misma de Dios, según la Revelación. Dios es comunión, Trinidad, relación-unidad interpersonal, Amor. Y a toda su obra de creación y salvación le ha puesto ese sello relacional unificante.
Lo que creemos y lo que estamos llamados a vivir no son un amasijo de doctrinas, normas y cosas por el estilo. Forman, felizmente, un conjunto armónico.
sábado, 19 de mayo de 2012
1.12.11
CRISTIANOS PARA ESTE MUNDO
Ovidio Pérez Morales
¿Damos la razón al marxismo, que interpreta la esperanza cristiana como desvinculada del ajetreo mundano y volcada simplemente a un mundo en el que no vivimos, devaluando el compromiso con este muy concreto, en el que desarrollamos nuestra existencia?
El pasado domingo 27 ha comenzado un nuevo año para la Iglesia. Con él se inició, en efecto, el tiempo de Adviento, preparatorio de la Navidad, que conmemora la encarnación (es decir la “historización” o “mundanización) del Hijo de Dios, al asumir éste nuestra condición humana en todo, menos en el pecado.
Pues bien, la oración de la Misa que abre el período del Adviento, viene a dar un principio de respuesta al interrogante formulado más arriba. ¿Qué dice dicha oración?: “Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia para que, puestos a su derecha el día del juicio, podamos entrar al Reino de los cielos”.
Aquí la oración se refiere a la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos (denominada Parusía), que la Iglesia une en su liturgia al nacimiento en Belén. La referencia al juicio, a las obras de misericordia y a la entrada en (la etapa definitiva de) el Reino, es una referencia muy directa al evangelio según san Mateo, en el cual, capítulo 25, vv. 31-46, se habla de ese término de la historia y del inicio de lo definitivo celestial.
El criterio de salvación-condenación que aparece en dicho juicio es el de haber o no practicado las obras de misericordia (“tuve hambre y….). En los catecismos se suele incluir el listado de estas obras de misericordia, corporales, a las cuales se añade otro con las “espirituales” (enseñar al que no sabe,…).
El texto de Mateo, que recomiendo releer, es de extraordinaria riqueza. Desarrollo sólo algún aspecto y es el del ineludible compromiso social del cristiano, si es coherente con la fe.
En primer lugar tú y yo podemos alargar el listado de las “obras de misericordia” que allí aparecen. Por ejemplo, con ésta: “me persiguieron y hasta me botaron del puesto por expresar legítimamente mi opinión y ni te inmutaste”….).
En segundo lugares es preciso considerar las obras de misericordia no sólo en la relación persona-persona (una ayuda individual), sino también en círculos más vastos, vecinales, de ciudad, de nación, y así podemos hablar de campañas de alfabetización, de voluntariado carcelario o de hospitales, de organizaciones de ayuda a damnificados y desplazados, como obras de misericordia.
La acción política ha de interpretarse en esta perspectiva: un cristiano que interviene en política para lograr una buena seguridad social, un adecuado plan de empleo y de vivienda, una convivencia plural respetuosa y pacífica, una sociedad en donde tengan plena vigencia los Derechos Humanos, ha entendido bien de lo que trata el evangelio de Mateo y quiere el Señor. Igual se diga de quienes articulan la sociedad civil para enfrentar necesidades, así como para consolidar y ampliar bien común.
Antes que lanzar fuera del mundo, evadiéndo la situación concreta, el Evangelio nos reclama insertarnos en el tejido social para hacer presente allí el mandamiento nuevo de Jesús.
En este sentido Juan Pablo II dijo una cosa muy buena en un documento de 1979 sobre la formación de la fe, y es que la enseñanza social de la Iglesia tiene que estar presente en la formación catequética común de los fieles (Catechesi tradendae, 29). Y, por lo tanto, desde la más elemental.
Cuando san Pablo habla de vida nueva (Rm 64), de vivir en Cristo (2 Co 5, 17) no se refiere a una vida más allá de este mundo, sino que se tiene y ha de manifestarse desde el aquí y ahora de nuestro existir mundano.
Mateo 25 y la oración inicial del Adviento van en una línea opuesta a la concepción de Marx. Jesús, antes que alienar, compromete. Y de veras.
CRISTIANOS PARA ESTE MUNDO
Ovidio Pérez Morales
¿Damos la razón al marxismo, que interpreta la esperanza cristiana como desvinculada del ajetreo mundano y volcada simplemente a un mundo en el que no vivimos, devaluando el compromiso con este muy concreto, en el que desarrollamos nuestra existencia?
El pasado domingo 27 ha comenzado un nuevo año para la Iglesia. Con él se inició, en efecto, el tiempo de Adviento, preparatorio de la Navidad, que conmemora la encarnación (es decir la “historización” o “mundanización) del Hijo de Dios, al asumir éste nuestra condición humana en todo, menos en el pecado.
Pues bien, la oración de la Misa que abre el período del Adviento, viene a dar un principio de respuesta al interrogante formulado más arriba. ¿Qué dice dicha oración?: “Señor, despierta en nosotros el deseo de prepararnos a la venida de Cristo con la práctica de las obras de misericordia para que, puestos a su derecha el día del juicio, podamos entrar al Reino de los cielos”.
Aquí la oración se refiere a la venida gloriosa de Cristo al final de los tiempos (denominada Parusía), que la Iglesia une en su liturgia al nacimiento en Belén. La referencia al juicio, a las obras de misericordia y a la entrada en (la etapa definitiva de) el Reino, es una referencia muy directa al evangelio según san Mateo, en el cual, capítulo 25, vv. 31-46, se habla de ese término de la historia y del inicio de lo definitivo celestial.
El criterio de salvación-condenación que aparece en dicho juicio es el de haber o no practicado las obras de misericordia (“tuve hambre y….). En los catecismos se suele incluir el listado de estas obras de misericordia, corporales, a las cuales se añade otro con las “espirituales” (enseñar al que no sabe,…).
El texto de Mateo, que recomiendo releer, es de extraordinaria riqueza. Desarrollo sólo algún aspecto y es el del ineludible compromiso social del cristiano, si es coherente con la fe.
En primer lugar tú y yo podemos alargar el listado de las “obras de misericordia” que allí aparecen. Por ejemplo, con ésta: “me persiguieron y hasta me botaron del puesto por expresar legítimamente mi opinión y ni te inmutaste”….).
En segundo lugares es preciso considerar las obras de misericordia no sólo en la relación persona-persona (una ayuda individual), sino también en círculos más vastos, vecinales, de ciudad, de nación, y así podemos hablar de campañas de alfabetización, de voluntariado carcelario o de hospitales, de organizaciones de ayuda a damnificados y desplazados, como obras de misericordia.
La acción política ha de interpretarse en esta perspectiva: un cristiano que interviene en política para lograr una buena seguridad social, un adecuado plan de empleo y de vivienda, una convivencia plural respetuosa y pacífica, una sociedad en donde tengan plena vigencia los Derechos Humanos, ha entendido bien de lo que trata el evangelio de Mateo y quiere el Señor. Igual se diga de quienes articulan la sociedad civil para enfrentar necesidades, así como para consolidar y ampliar bien común.
Antes que lanzar fuera del mundo, evadiéndo la situación concreta, el Evangelio nos reclama insertarnos en el tejido social para hacer presente allí el mandamiento nuevo de Jesús.
En este sentido Juan Pablo II dijo una cosa muy buena en un documento de 1979 sobre la formación de la fe, y es que la enseñanza social de la Iglesia tiene que estar presente en la formación catequética común de los fieles (Catechesi tradendae, 29). Y, por lo tanto, desde la más elemental.
Cuando san Pablo habla de vida nueva (Rm 64), de vivir en Cristo (2 Co 5, 17) no se refiere a una vida más allá de este mundo, sino que se tiene y ha de manifestarse desde el aquí y ahora de nuestro existir mundano.
Mateo 25 y la oración inicial del Adviento van en una línea opuesta a la concepción de Marx. Jesús, antes que alienar, compromete. Y de veras.
2.2.12
CONDENADOS POR INACCIÓN
Ovidio Pérez Morales
Un texto evangélico sumamente instructivo acerca de la conducta humana es el relato del Juicio Final que trae Mateo 25, 31-46, el cual hemos de leer y releer.
Entre los elementos importantes que pone de relieve dicha narración, es el hecho de que los condenados son declarados como tales, no por haber cometido activamente una falta determinada, sino por no haber hecho nada. Por haberse quedado con los brazos cruzados.
“Habiendo padecido yo una necesidad ustedes permanecieron indiferentes, sin mover ni siquiera un dedo”. Esto parece que quiere decir el Señor, quien como Rey en su trono de gloria, emite el juicio condenatorio: “Apártense de mí, malditos… porque tuve hambre y no me dieron de comer…”.
La argumentación del Rey va más allá: “cuanto dejaron ustedes de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejaron de hacerlo”. El Señor no aparece dando un juicio de condenación por algo que haya dañado al prójimo; por ejemplo el haber matado o robado o algo por el estilo. La sentencia condenatoria se aplica por acciones que se han dejado de hacer. Es lo que llamamos “pecados de omisión”. Pecados que solemos olvidar, particularmente cuando nos “confesamos”, es decir, cuando acudimos al sacramento de la reconciliación; entonces la atención se polariza en ubicar actuaciones en las cuales hemos hecho algo malo, mientras que el descompromiso, la indiferencia, la inacción, la insolidaridad no son tomadas en cuenta, no entran en el examen de conciencia. Y esto es precisamente sobre lo que el Señor llama la atención.
La oración del Yo pecador que se reza al inicio de la Misa, puede ayudar mucho a revisarnos en esta materia, pues en aquella decimos ante Dios y ante los hermanos: “he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión”.
Alguien ha dicho que el mundo anda como anda, no por lo que hacen los malos, sino por lo que los buenos dejan de hacer. Quienes creemos o decimos creer en Cristo, tenemos que examinarnos muy seriamente al respecto. Leí una vez un afiche, que se me quedó grabado: “Al hay que tengo que sustituirlo por el tengo que, y entrar en acción para poder decir: estoy en”. Fácilmente componemos el mundo situándonos en la acera del frente, criticando, proponiendo, pero no implicándonos en la construcción de soluciones; cómodamente buscamos chivos expiatorios para justificar nuestra pasividad. Vemos los toros desde la barrera, y, todavía peor, criticamos al toro y al torero. Hablamos con soltura de la participación, pero evitamos comprometernos. Hay que…. Y nos quedamos en esta triste e inútil observación.
Una frase que ha circulado bastante y ha hecho tanto bien es la siguiente: “Es mejor encender una vela que maldecir la obscuridad”. Es preciso actuar en lo poco o mucho que nos permitan nuestras capacidades y posibilidades, para cambiar situaciones que estimamos indebidas o intolerables. “El mundo no será el mismo desde el momento en que haya brotado una hoja en un árbol” lo oí también. Todas estas reflexiones surgen naturalmente al tomar contacto con textos como el de Mt 25, 31-46.
Este relato bíblico es un llamado al compromiso, a poner de nuestra parte lo pequeño o grande que podamos aportar para que el mundo sea otro, mejor, deseable. Al decir “mundo”, el término abarca desde las situaciones más inmediatas, familiares, del círculo de amistades o del prójimo, del vecindario, hasta las más amplias de la ciudad, de la nación y del globo. Aquí entra, por tanto, la vida del hogar, las relaciones de trabajo o profesionales, la marcha de la política y tantas otras cosas.
No debemos esperar que el mundo “se componga”. Porque no se compondrá si cada uno de nosotros no lo componemos.
Mateo 25, 31-46 es una enseñanza que vale oro.
3.5.12
EXPROPIACIÓN DE PERSONAS
Ovidio Pérez Morales
Desde el punto de vista teórico-ideológico se trata de expropiación de medios de producción con miras a una colectivización posibilitante de una sociedad socialista camino al comunismo.
Desde el punto de vista práctico-político resulta ser una expropiación de personas con miras a un dominio societario de tipo totalitario. Lo inmediato que se confisca es un bien material; lo mediato que se busca es la confiscación de la libertad de la persona en lo que dicha libertad tiene de perceptible-manifestable. No se pretende obviamente penetrar en su intimidad –inasible por principio- sino dominar su expresión.
Esta es la triste experiencia que se tiene con el socialismo marxista histórico, es decir, con el socialismo real. Una utopía “mesiánica” que, por la fuerza de su fundamentación, su dinámica y su “escatología” materialistas, no puede menos que tratar de asfixiar la dimensión ético-espiritual de una sociedad que, porque humana, dice una inextinguible apertura trascendente.
Una concepción filosófico-ideológica como la señala no puede menos que caer en contradicciones. Al fin y al cabo ha sido un idealismo (hegeliano) vuelto al revés (materialista), pero que no se libera completamente de aquél, al exigir de la materia (así se la conciba muy dialéctica) lo que ella no puede generar de sí: un hombre y una sociedad “nuevos” de una pureza ética que “sobrevuela” la base material (medios colectivos de producción), que, por principio, constituiría su razón suficiente. Es un salto que más que por un encadenamiento lógico brota de un acto de fe. Por algo se ha dicho que esta concepción que niega la consistencia de lo religioso, es una reintroducción de lo religioso por otros caminos y con otras expresiones y mediaciones. De hecho el socialismo real ha caído en cosas como el dogmatismo ideológico y el culto a la personalidad.
8.3.12
OCTUBRE: APERTURA DE HORIZONTES
Ovidio Pérez Morales
La jornada electoral del próximo octubre plantea una alternativa de incalculables consecuencias para el país. Se trata, ni más ni menos, de abrir horizontes democráticos y de progreso integral, o de continuar un proceso involutivo-destructivo de la comunidad nacional.
Si se me pidiese describir los horizontes deseables hacia los cuales encauzar la marcha, no dudaría en responder recordando simplemente el Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela 1999. Resulta extraño y doloroso afirmar esto, a más de una década de haberse aprobado esa Carta Magna, calificada como “la mejor del mundo y cuya aplicación, se esperaba, habría de ser tarea prioritaria y urgente.
La lectura de ese Preámbulo constituye ciertamente una requisitoria frente a un régimen que trata de justificar un modelo ideológico-político al margen de la Constitución o contrario a ella, en base a supuestos determinismos históricos, que “la praxis histórica” ha evidenciado como falsos y negativos.
La Constitución no es un texto perfecto; al fin y al cabo es un conjunto normativo hecho en el tiempo y para el tiempo y, por ende, perfectible. Ofrece, sin embargo, la referencia jurídica fundamental, que este país se ha dado para organizar la convivencia ciudadana al interior y en el concierto internacional.
El texto constitucional no es un documento puramente exhortativo o de carácter pedagógico, que lo tiene. Es obligante y como tal permanece, a pesar de todas las violaciones de que pueda ser objeto. “La Constitución es la norma suprema y el fundamento del ordenamiento jurídico. Todas las personas y los órganos que ejercen el Poder Público están sujetos a esta Constitución” (Art. 6).
En la coyuntura nacional concreta, en que surgen serios interrogantes sobre el ejercicio de la Presidencia misma de la República, la Constitución establece normas claras con las cuales se debe salir al encuentro de dificultades e imprevistos. El atenerse con fidelidad y coherencia a ellas es garantía de de seguridad y paz para todos.
El Preámbulo de la Constitución es un catálogo de derechos y obligaciones, cuya auténtica puesta en práctica puede conducir a una efectiva refundación de la República sobre bases y en un marco más altos y nobles. Entendiendo refundación no en el sentido de un partir de la nada, sino de un nuevo capítulo de convivencia democrática, que asuma lo mejor y supere limitaciones y vicios del pasado.
No dudaría en afirmar que abrir horizontes democráticos y de progreso integral mediante la decisión electoral de octubre, es hacer realidad, de veras, lo que el Preámbulo de nuestra Constitución establece como meta de la refundación de la República en estos comienzos de siglo y milenio.
9.2.12
NEUTRALIDAD MORALMENTE INACEPTABLE
Ovidio Pérez Morales
Neutral quiere decir que no se inclina a un lado ni a otro ante una alternativa o en una controversia. No se confunda con indiferente, que es no sentir inclinación o repugnancia con respecto a una persona o cosa. La neutralidad es éticamente aceptable en circunstancias en que no se admite la indiferencia.
Hay situaciones en las cuales no se puede ser neutral, ni mucho menos, indiferente. Es lo que sucede cuando están en juego los derechos humanos.
El documento La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS) aprobado por el Concilio Plenario de Venezuela, contiene una serie de enseñanzas y orientaciones sumamente útiles en esta materia.
Ante todo vale la pena destacar que “los derechos humanos, individuales y sociales, económicos, políticos y culturales, así como los derechos de las naciones “ constituyen “el eje central de toda actividad de defensa y promoción en el ámbito social y ético-cultural” (CIGNS 109). Es decir que cuando se habla de edificar una nueva sociedad, los derechos humanos son punto realmente clave.
La Iglesia en su conjunto y, dentro de ella, de modo muy particular los laicos, tienen aquí un campo de acción ineludible. En nuestro Continente esto ha sido puesto muy de relieve en las conferencias generales de los obispos (recordemos los nombres de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida). Se muestra claro cómo “el enunciado de los derechos fundamentales de la persona humana constituye parte indispensable del contenido de la Evangelización” (CIGNS 112). Su promoción y defensa entra de modo necesario, por consiguiente, en la realización de la misión de la Iglesia, en la coherente relación entre fe y vida de los cristianos.
Afirmación básica en este asunto es que los derechos humanos no son una concesión del Estado, pues pertenecen a cada ser humano por naturaleza como ya lo afirmara Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris, No. 9. No pueden estar al arbitrio de ningún régimen ni subordinados a ningún proyecto político.
El documento del Concilio Plenario de Venezuela destaca en su parte operativa como uno de los principales desafíos de nuestra Iglesia el siguiente: “Concretar la solidaridad cristiana y defender y promover la paz y los derechos humanos ante as frecuentes violaciones a los mismos” (Desafío 3).
En lo correspondiente especialmente a defensa-violación de los derechos humanos no tiene espacio una actitud de neutralidad, ni menos, de indiferencia. Es oportuno traer aquí lo que el referido Concilio Plenario afirma: “… en fidelidad a Jesucristo, quien promovió y defendió la dignidad de toda persona sin excepción alguna, la Iglesia no puede dejar de promover los derechos humanos, tanto en la vertiente civil y política, como en la económica, social y cultural. El fundamento último de estos derechos, como recuerda Juan Pablo II en Ecclesia in America es la dignidad de cada persona, en cuanto imagen y semejanza de Dios, tal como lo afirma el libro del Génesis al referirse a la creación de los hombres. Por eso, ‘todos los atropellos a esa dignidad son atropellos al mismo Dios’, que como lo revela el libro del Éxodo, sale en defensa de su pueblo, cuyos derechos más fundamentales estaban siendo violados por el Faraón (Cf. Ex 6,2-8)” (CIGNS 110).
La neutralidad en lo referente a los derechos humanos, en particular a su violación o defensa, es moralmente inaceptable.
12.1.12
RENOVACION DE LA IGLESIA
Ovidio Pérez Morales
Cuando se habla de renovación de la Iglesia en el mundo contemporáneo, ella puede sintetizarse en un acontecimiento: el Concilio Vaticano II, XXI Concilio Ecuménico. Éste recogió, maduró y lanzó ulteriormente el aggiornamento o puesta al día de la Iglesia, en tiempos en que en el mundo se abría paso un cambio, que por su profundidad y alcance, suele denominarse cambio epocal .
El 11 de octubre del presente año celebraremos el quincuagésimo aniversario de tan magno acontecimiento. Con esta ocasión el Papa Benedicto ha declarado un Año de la Fe (11. 10 2012-14. 11- 2013), y ha convocado la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos (Roma, del 7 al 28-10-2012), sobre el tema La Nueva Evangelización para la transmisión de la fe cristiana.
Como todo concilio, el Vaticano II fue una reunión del episcopado universal de la Iglesia católica. Su peculiaridad reside en identificarse como un concilio de la Iglesia sobre la Iglesia, su naturaleza y misión, su se y quehacer. En él, en efecto, pregunta básica fue la siguiente: ¿Iglesia, qué dices de ti misma?
El documento eje del Vaticano II es la Constitución sobre la Iglesia (Lumen Gentium). Justo en su primer número ofrece una definición o autocomprensión de la comunidad eclesial, en términos de comunión, de compartir: la Iglesia es, en Cristo, signo e instrumento de la unidad de los seres humanos con Dios y entre sí mismos.
Esta definición manifiesta el designio de Dios al crear y salvar al hombre: la unión humano-divina e interhumana. Noción que suena extraña en un mundo históricamente caracterizado por divisiones y enfrentamientos, pero también alentadora en una humanidad hambrienta siempre de paz y fraternidad.
Esa concepción de Iglesia refleja el Dios revelado por Cristo, que no es aislamiento o soledad individual, sino interrelación personal, comunión, Trinidad. El Dios Único se manifiesta así como Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En este contexto se entiende entonces cómo el mandamiento máximo de Jesús sea el amor, dinamismo que produce solidaridad, edifica unidad. Y cómo lo que quiere Dios de los creyentes es encuentro con él y fraternidad. Esto cual tiene profundas e inmediatas consecuencias en cuando a lo que se debe entender como genuina religión y ética humanizante y trascendente.
La Iglesia no se define como entidad referida a sí misma sino en perspectiva servicial, respecto del plan divino unificante, creador y salvador, para cuya proclamación y realización Dios ha enviado a su Hijo al mundo. Aquí se percibe entonces la íntima relación Iglesia-mundo y cómo aquélla, comunidad histórica, corre la suerte de la humanidad, compartiendo sus alegrías y tristezas, logros y frustraciones, problemas y esperanzas.
Con el Vaticano II el diálogo ecuménico e interreligioso recibió carta de ciudadanía en la Iglesia. Igualmente generó actitud distinta hacia el quehacer humano (social, político, económico, cultural) en términos de compromiso hacia un auténtico humanismo. Es así como se dio una reconciliación con la modernidad y una disposición de apertura y corresponsabilidad hacia todos los seres humanos en su laborioso devenir histórico.
El Concilio convocado por el profeta Juan XXIII, Papa y Beato, reformuló la Iglesia como Pueblo de Dios, todo él protagonista de la misión evangelizadora encomendada por Cristo a su Iglesia. De allí se deriva el papel activo de los laicos en la Iglesia y su participación no sólo en tareas internas eclesiales, sino en algo que, por lo demás, le es propio, a saber, su tarea transformadora de la cultura (lo secular, lo temporal) en la línea de los valores humanos y cristianos del Evangelio.
Muchos frutos se han recogido de la renovación impulsada por el Vaticano II. Sin embargo, la celebración de sus cincuenta años no podrá quedarse en simple memoria o protocolar conmemoración. La renovación se inició, pero no está “dada”, es proceso que debe continuar. El “espíritu” del Vaticano II es el de una conversión continua del Pueblo de Dios con miras a una fidelidad progresiva al Señor Jesucristo, su persona y su mensaje; a un ser y actuar, cada vez con mayor lucidez y decisión, según el designio unificante de Dios sobre la historia, hasta que Cristo regrese y lleva a ésta a la plenitud.
15.12.11
NAVIDAD Y DERECHOS HUMANOS
Ovidio Pérez Morales
El próximo 21 de diciembre se cumplen quinientos años de un sermón profético en defensa de los derechos humanos de los indígenas americanos. Se trata de la homilía predicada por Fray Antonio de Montesinos, dominico, en Santo Domingo, a 19 años de la llegada de Cristóbal Colón.
El “Sermón” de Montesinos es una fuerte denuncia hecha en los albores del dramático y complejo proceso que conjugó: conquista e integración, encuentro y dominación, vasallaje y evangelización. Un acontecimiento que, por tato, ha recibido diversas identificaciones correspondientes a distintos criterios de juicio o ideologías: “descubrimiento”, “encuentro de dos mundos”, “resistencia indígena” y otras. De allí los varios modos de conmemorarlo. La Iglesia católica, inmersa en la historia y en cuyo claroscuro busca siempre ser fiel a la misión recibida del Señor, celebra dicho momento en la perspectiva del inicio de la evangelización del Nuevo Mundo.
En los navíos de una misma proveniencia y enmarcados en un mismo imperio venían conquistadores y misioneros, unidos en aventura y riesgos, pero animados por distintos propósitos. Una diversidad de fines, que se manifestó muy pronto en enfrentamientos como el emblemático del Sermón de Montesinos.
La predicación del 21 de diciembre de 1511, IV Domingo del tiempo de Adviento y, por tanto, en vísperas de la Navidad, fue obra de un profeta. Pero también fruto de un trabajo conjunto: la reflexión y el coraje de la comunidad de los frailes dominicos presidida por Pedro de Córdoba. Se asumió sin edulcorantes la defensa de los indígenas, hecha con plena conciencia de responsabilidad pastoral, ante una feligresía que se identificaba como católica, pero no pocos de cuyos miembros contradecían serias exigencias humanas y evangélicas.
“Estos indios ¿no son acaso hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No estamos obligados a amarlos como a vosotros mismos? … ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?”
La denuncia es clara. Y la acusación es tajante:
“… todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes”.
A Fray Antonio de Montesinos le tocó asumir un papel semejante al de san Juan Bautista, a quien la liturgia de la Iglesia recuerda en el Adviento. Él denunció situaciones de pecado y llamó a la conversión a sus contemporáneos judíos, en las riberas del río Jordán, ante la proximidad del Mesías.
El Sermón de aquel 11 de diciembre no quedó sin consecuencias. Protestas de los opresores. Pero también progresivos cambios de signo positivo, no sólo en el trato a las indígenas, sino igualmente en el campo de la legislación.
Desde que la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó y proclamó la Declaración Universal de los Derechos Humanos el 10 de diciembre de 1948, durante el tiempo litúrgico del Adviento se celebra felizmente el aniversario de dicha Declaración. Pudiéramos decir que no se trata de algo simplemente casual; es una sincronía providencial. Porque lo relativo a los Derechos Humanos entra muy hondamente en el misterio de la Navidad. El Hijo de Dios al asumir nuestra naturaleza humana, menos en el pecado, la ha dignificado y elevado todavía más. La persona humana, en especial la más necesitada y vulnerable, es presencialización del mismo Jesús, si es cierto lo que el evangelista Mateo refiere en su narración del Juicio Final (cap. 25, vv. 31-46).
La causa de los Derechos Humanos se enraíza profundamente en el misterio de la Navidad, inefable y bella manifestación del amor de Dios hacia nosotros, todos-sin- excepción, los seres humanos. Hijos de Dios, hermanados en Cristo Jesús
16.2.12
JORNADA ELECTORAL PACIFICANTE
Ovidio Pérez Morales
Las elecciones de primarias realizadas el pasado 12 de febrero han constituido un paso efectivo hacia la construcción o reconstrucción de la paz en Venezuela. Un mensaje positivo lanzado a lo ancho y largo del territorio nacional.
Urge la pacificación del país. Por motivos ideológico-políticos se lo ha dividido. Por lo menos a la mitad se la califica desde el sector oficial como antipatriota y apátrida, considerándola excluida del goce pleno de los derechos ciudadanos. No admite a Venezuela como la casa común que soñaron los fundadores, amplia, acogedora, tolerante, pacífica, fraterna; ni como el hogar de un pueblo variado, multicolor, multicultural. Se lo interpreta como el recinto cerrado de una secta maniquea. ¿Resultado? La nación no es ya la gran familia donde los diferentes y también los díscolos tienen su lugar, sino un ámbito inclemente de rechazos y segregaciones. Los Derechos Humanos no serían ya de todos los humanos.
Paz significa, en sentido negativo, ausencia de guerra, de conflicto, de lucha violenta. Así se emplea el término en los “tratados de paz” y en las “políticas de pacificación”.
En sentido positivo, paz significa más y mucho más, por cuanto es un concepto cargado de valores. Dice unidad, armonía, serenidad, comunión. Esa unión está acompañada de seguridad y alegría. Es atributo personal y realidad colectiva. El hecho de que tiene varias dimensiones y un carácter englobante hace que la paz se vincule íntimamente con la libertad y la justicia, la solidaridad y, en definitiva, con el amor en su más auténtica expresión.
La paz comienza por la paz. En este sentido es preciso cambiar aquel viejo aforismo de que “si quieres la paz, prepárate para la guerra”. Se requiere pacificarse para poder pacificar.
Siendo la paz un valor fundamental, se hace necesario educar para la paz. Esto exige una renovación del corazón de las personas y de la sociedad en su conjunto. Alimentar un cambio de actitudes, recordando que no son los instrumentos de guerra y de violencia –fusiles o misiles- los que matan, sino quien o quienes los utilizan como medios. Ladrillos y ligamento pare el edificio de la paz son, entre otros: respeto y aprecio del prójimo, justicia y solidaridad, verdad y libertad, compasión y amor.
Reconciliación y paz han sido temas constantes del Episcopado venezolanos en sus mensajes a la comunidad católica y a la nación en general. Valga este ejemplo:
“Dios nos acompaña llamándonos al bien y dándonos fuerza para hacerlo. Exige amar a todos, no sólo a los nuestros, a los de nuestra simpatía política, a los de nuestro sector social, color o religión. Dios es Padre de todos y quiere liberar a todos, incluso liberarnos de nosotros mismos, de nuestros miedos y limitaciones. Nos hace sentir que mientras no nos decidamos a reconciliarnos como hijos suyos y hermanos unos de otros, y renovar la firme voluntad de la República para todos, no habrá Venezuela digna y libre para nadie” (Carta pastoral Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República).
La referida Jornada del 12 ha sido un paso sumamente positivo y entusiasmante para la paz en Venezuela. Una paz que se impone como urgente tarea para todos los venezolanos.
19.4.2012
HEGEMONÍA COMUNICACIONAL
Ovidio Pérez Morales
Se viene hablando desde el Gobierno con claridad y aún con desfachatez de la hegemonía comunicacional como un proyecto de primera línea de la así llamada Revolución.
No se trata de un proyecto aislado, sino de un anillo en una cadena de hegemonías en curso, en los campos económico, político y cultural. Y cuando esto se da, no hay duda de que se trata de un plan totalitario, englobante de todo el conjunto societario.
Hegemonía quiere decir –y así se lo explica y se viene aplicando desde el campo oficial- como supremacía, control, dominio completo sobre los medios de comunicación social, de modo que formen un tejido único en manos del Estado.
La hegemonía no es un hecho todavía –y por eso se suele exhibir a conveniencia ante propios y extraños la existencia de medios libres- pero el correspondiente proyecto está en sistemática ejecución. Otra cosa es que esa hegemonías se la pueda lograr totalmente y pueda ser totalmente efectiva en nuestra sociedad, en la cual –como en todo el mundo- la comunicación social se abre caminos insospechados con las nuevas tecnología de la información.
Está en camino la hegemonía a través de diferentes vías. Ya por el zarpazo directo, como ha sido el caso de RCTV y múltiples medios radiales. Ya por vías sofisticadas como la “autocensura”, que está logrando bastantes frutos con el “silencio”, la “neutralidad” o la de facto “benevolencia” de los medios según el querer oficial. Otros modos son el halago o el retiro de la publicidad oficial, el uso discrecional de la “justicia”, así como de sanciones administrativas maquilladas de legalidad. En fin, un Estado sin división de poderes tiene en su mano multiformes instrumentos para que la hegemonía marche sin inconvenientes.
Antes de condenar esa hegemonía como contraria abiertamente a los derechos humanos y en abierta contradicción con una sociedad democrática, no está mal recordar un “detalle” sociológico e histórico: la experiencia de un Estado hegemónico, que duró desde 1917 hasta 1989, es decir, la bicoca de 72 años. Agregando a esto que no se trató de un Estado cualquiera, pequeño o marginal, sino de un verdadero imperio, con arsenal nuclear de respaldo y una superficie intercontinental: la URSS.
Pues bien, allí se manifestó de modo patente cómo la persona humana no es una cosa manejable fácilmente, un número dentro de una masa homogénea de seres, muy a gusto de las filosofías e ideologías materialistas, diálécticas o no, sino algo muy especial y particularmente exigente y problemático: sujeto consciente y libre, ser-para-la-comunicación y la comunión.
Lo que se acaba de decir es la razón de por qué al desarticularse el bloque soviético, como un castillo de naipes, salieron “como de la nada” (que no era “nada”) muchos “muertos”, que no lo estaban: personas y grupos enarbolando nacionalidades, religiones, razas, alineamientos políticos e ideológicos, razones y sin razones. En fin, una policromía-diversidad cultural, que sustituyó al monótono y monstruoso sistema totalitario del gigante comunista. Esto sea dicho para mostrar que es fácil proyectar hegemonía, pero otra cosa es hacerla asimilar por una determinada sociedad humana, que tiene resortes defensivos inimaginables.
Ahora sí cabe argumentar contra la hegemonía comunicacional y otras en cartera. ¿Qué es lo primero? ¿El Estado o la persona? ¿Quién debe estar al servicio de quien?
En una concepción humanista genuina, la persona es un fin en sí mismo y no un medio al servicio de lo que sea. No es algo, por tanto, que se puede instrumentar o manipular como si fuese una simple cosa o un subhumano.
El Estado es necesario en una sociedad histórica, aunque se actúa de modo flexible y reformulable. A este propósito resulta “curioso” lo siguiente: el socialismo marxista plantea como horizonte definitivo la desaparición del Estado, para dar paso a la sociedad comunista, donde fluiría a chorros la abundancia de todos los bienes y con ello la felicidad suprema. Eso lo dicen quienes cuando llegan al poder lo que hacen es nutrir al Estado y engordarlo en medida totalitaria. El gigantismo y el dominio total del Estado han sido y son característica fundamental del socialismo marxista histórico.
El Estado ha de coordinar, promover, servir, a fin de que las personas y los grupos sociales puedan desarrollarse y, juntos, tejer el bien común.
La hegemonía comunicacional es “moralmente inaceptable”. Al igual que el proyecto político-ideológico que la propugna, mantiene, y trata de llevarla a cabo.
21.7.11
PROTAGONISMO DE LOS LAICOS
Ovidio Pérez Morales
“Los signos de los tiempos muestran que el presente milenio será el del protagonismo de los laicos”.
Esta afirmación, repleta de importantes consecuencias para la vida y actividad de la Iglesia, está contenida en la Introducción del documento del Concilio Plenario de Venezuela sobre los laicos.
Para darse cuenta del peso de dicha afirmación valga recordar que los miembros de la Iglesia son todos laicos, con pocas excepciones, a saber, los ministros ordenados (obispos, presbíteros y diáconos) y las personas que conforman el sector de la vida consagrada (comúnmente conocidos como religiosos y religiosas).
Tradicionalmente hasta los tiempos del Concilio Ecuménico Vaticano II, del laico se solía dar una definición por vía negativa, es decir, señalando lo que no era. Así entonces se tenía claro que el laico es aquel cristiano (católico), que no es ni sacerdote ni religioso (ni cura ni monje). Y en los manuales de teología de la Iglesia, al laico prácticamente ni se lo mencionaba, ya que la atención se polarizaba en los ministros ordenados y, concretamente, en los obispos y presbíteros (éstos últimos llamados ordinariamente “sacerdotes”). Todo esto correspondía a una concepción de Iglesia de larga data, que por vía de facilidad se denomina “preconciliar”.
Pues bien, a raíz de la renovación de la Iglesia y de la reflexión sistemática sobre la misma (eclesiología) la cosa ha venido cambiando. Y debe cambiar. De personaje marginado o de segundo orden, el laico progresivamente va ocupando un lugar importante –el que le corresponde- dentro de la Iglesia. La afirmación arriba citada es bien expresiva al respecto.
Una de las primerísimas manifestaciones del cambio es el modo de definir al laico en la actualidad. Ya no se procede por vía negativa, señalando lo que no es, sino positivamente, precisando lo que es. El Concilio Plenario de Venezuela en el No. 1 del documento arriba referido asume la definición hecha por el Vaticano II en las primeras líneas de su pieza clave, Constitución sobre la Iglesia : los laicos son “Los fieles que, en cuanto a su incorporación a Cristo por el Bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes a su modo de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano, en la parte que a ellos corresponde. El carácter secular es propio y peculiar de los laicos”.
En futuros artículos pienso volver sobre este tema, dada su trascendencia. Por el momento queden las siguientes observaciones:
1. La definición comienza por destacar lo común a todos los fieles cristianos (los ministros ordenados y las personas de vida consagrada son también fieles). La raíz de la pertenencia al Pueblo de Dios es el sacramento del Bautismo.
2. Pone de relieve la dignidad común: incorporación a Cristo, participando de su función profética-sacerdotal-regia.
3. Expresa la corresponsabilidad de todos (ordenados, consagrados, laicos) en la misión de la Iglesia (la evangelización).
4. La definición concluye con lo específico del laico: su condición secular (temporal, “mundana”).
No hay en la Iglesia, por tanto, un sector activo y otro pasivo. Al hablar del Pueblo de Dios, la primera mirada ha de dirigirse a lo común y luego a lo sectorial. Todos los fieles son corresponsables; en este marco se inscribe lo peculiar de los sectores, todos importantes. El insistir en lo común no minimiza el papel del ministerio ordenado, pero sí lo relativiza y funcionaliza. El laico emerge con su protagonismo, que toca no sólo al interior de la Iglesia sino, sobre todo por ser lo propio de él: lo secular o sea los ámbitos de lo socioeconómico, lo político y lo cultural, que tiene que manejar desde los valores humano-cristianos del Evangelio.
Para una protagonismo serio el laico requiere una seria formación.
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22.3.12
SI, NO, LO CONTRARIO
Ovidio Pérez Morales
Hay cuestiones que no se pueden manejar o resolver taxativamente, de modo geométrico, o con radical pretensión de claridad cartesiana.
En tales casos no se puede evitar que los juicios, opiniones y respuesta oscilen entre la afirmación y la negación, lo firme y lo aproximativo, con múltiples matices. Y no hay otro camino para concretar algo razonable que definiendo escrupulosamente los términos de que se trata, poniendo por obra un buen discernimiento, situándose en la debida perspectiva histórica, aprovechando la experiencia acumulada y asumiendo la mayor dosis posible de sinceridad y objetividad.
Cuando planteamos la relación operativa Iglesia-política y, más precisamente, la participación de la Iglesia en la política, nos encontramos ante una de esas cuestiones. De allí la diversidad de posiciones que surgen al proponerse dicho tema, el cual he tocado en más de una ocasión, porque, especialmente en situaciones como la venezolana, costituye un issue ineludible.
En primer lugar, cuando en este contexto se habla de Iglesia, se debe precisar de qué Iglesia se trata, si de la comunidad de creyentes y bautizados en general, de su representación jerárquica o del sector laical. Y cuando se menciona política, se hace necesario especificar el término para determinar su comprensión, ya general -lo atinente al bien común-, ya restringida –lo tocante al ejercicio del poder o al alineamiento partidista. No se puede, en efecto, responder simplemente con un sí o un no a un problema en el que los términos no están adecuadamente definidos.
En cuanto a perspectiva histórica, la relación se flexibiliza en distintos escenarios de tiempo. La posición respecto de la participación o no de la Iglesia en política no podría ser la misma ahora que la de un pasado en que sociedad e Iglesia prácticamente se coextendían; entonces difícilmente se podían establecer fronteras definidas entre lo “político” y lo “religioso”. Para poner un caso concreto: ¿En la Italia de los estados pontificios, cuál podía ser la respuesta a la pregunta de si la Iglesia podía entrar en política? Pensemos en lo que sucede hoy en países islámicos con la imposición de la sharia. En el estado laico contemporáneo la respuesta adquiere un perfil completamente distinto.
Chesterton le habría dado la vuelta a esa pregunta para poner el balón en el campo opuesto: ¿Puede la política meterse en la Iglesia? Y no carece de sentido, pues lo que muchas veces ocurre, no es tanto que la Iglesia se entromete, sino que la política se extralimita.
Otro elemento bien subjetivo y no desdeñable que entra en cuestión, es la ubicación del sujeto que hace o contesta un tal tipo de preguntas. No es lo mismo estar en el gobierno que en la oposición. Lo he recordado alguna vez: personas que buscan en el poder le reclaman a la Iglesia acciones (denuncias, resistencias), que agriamente le condenan cuando acceden a tener las riendas en la mano.
Una las exigencia que se formula repetidamente a los miembros laicos católicos (o católicos laicos) y la cual, por supuesto, no debe entenderse, por lo demás, exclusivamente dirigida a ellos, es la formación en la Doctrina Social de la Iglesia. Ésta provee principios, criterios y orientaciones para la acción socioeconómica, política y cultural, en los diversos campos de la convivencia, con miras a la concreción práctica del Evangelio en el mundo. En ese conjunto doctrinal se encuentran elementos válidos de iluminación para responder a la cuestión arriba planteada y a muchas otras, con miras a un trabajo efectivo en favor de la justicia y la paz, la libertad y la solidaridad.
De la Doctrina Social, sin embargo, no hay que esperar recetas. De allí que se hace necesario reflexionar, compartir y ahondar en las diversas materias, no sólo para sortear bien las dificultades sino, especialmente, para contribuir adecuadamente desde la fe a “la gestación de una nueva sociedad”, como dice el título de uno de los documentos del Concilio Plenario de Venezuela.
De allí que si se pregunta acerca de la pertinencia o no de una participación política de la Iglesia, la respuesta puede ser tanto sí, como no y también lo contrario.
25.7.11
TRES LIBROS
Ovidio Pérez Morales
Apelo a un drama imaginario para subrayar la importancia de un libro.
Se trata de un naufragio, en que es preciso echar al agua todo lo que no sea equipaje realmente indispensable. El capitán ordena: los católicos venezolanos que viajan en este barco pueden conservar consigo, de libros religiosos, sólo tres.
¿Cuáles deberían ser esos tres libros? Esta pregunta la he formulado recientemente en reuniones. El resultado ha sido el siguiente: en el primer puesto aparece de inmediato y sin discusión: la Biblia; en el segundo, se muestra sin muchas vacilaciones: el Catecismo de la Iglesia Católica; con respecto al tercero, la escogencia no se manifiesta tan clara e inmediata, prevaleciendo : Documentos del Concilio Plenario de Venezuela.
Y en verdad, los tres libros indispensables son esos. Con respecto a los dos primeros no me detengo en mayores consideraciones por la evidencia de su importancia.
En relación al tercero sí debo hacer algunos comentarios. Ante todo por católico venezolano entiendo aquí al hermano que quiere comprometerse más lúcida y efectivamente con el presente y el futuro tanto de la Iglesia como del país. Pienso, por supuesto, en quienes son ministros ordenados o miembros de la vida consagrada, y en laicos, ya dirigentes o de particular responsabilidad en diversos campos, ya alistados en movimientos u organizaciones del apostolado seglar.
No temo exagerar diciendo que en este futuro nacional que ya estamos consumiendo, la suerte de la Iglesia se juega en modo inimaginable en la medida en que pongamos en práctica las directrices del Concilio Plenario de Plenario. No en vano se invirtieron diez años en su preparación y celebración. Y tampoco en vano se lo trabajó siguiendo la metodología del Ver-Juzgar-Actuar, que parte de la situación real y termina en ella como campo concreto de trabajo, mediante su formulación en desafíos y directrices de acción.
No me cansaré de repetir lo dicho por los Obispos de Venezuela en su Carta Pastoral Sobre el Bicentenario de la Declaración de Independencia de la República (12.1.2010): “… nuestra Iglesia cuenta con un conjunto doctrinal (y operativo, pudiéramos agregar) sólido proporcionado por el Concilio Plenario de Venezuela, el cual constituye el fundamento de un proyecto evangelizador pastoral de gran alcance para su renovación en función de un mejor servicio a nuestro pueblo. Urge, por consiguientemente, su puesta en práctica, decidida y responsable, a lo ancho y largo del país”.
¿Qué quiere decir esto? Que todos los católicos, comenzando por la jerarquía y la dirigencia de los otros sectores eclesiales (vida consagrada y laicado), y no quedándose fuera nadie que se estime corresponsable de la misión de la Iglesia, estamos urgidos para aplicar las directrices del Concilio Plenario. En esto es fundamental tomar la iniciativa desde el lugar en que cada uno se encuentre. Hay cosas que, obviamente, tocan a la Conferencia Episcopal o a determinados agentes pastorales, pero el grueso de las directrices del Concilio es algo que concierne, de modo directo e inmediato, al común de los fieles católicos. Pensemos en documentos como los referentes a la proclamación del evangelio y a la formación de la fe, a la construcción de una nueva sociedad y a la evangelización de la cultura, a la actividad educativa y a la vida familiar.
No podemos sentarnos a esperar que los otros procedan. Ni contentarnos con decir: “hay que”. Desde muy diversos ángulos es preciso actuar y ayudarnos los unos a los otros. En este sentido se tiene que superar una actitud muy difundida entre los laicos y es la de esperar “qué nos dicen u ordenan desde arriba”. La Iglesia es Pueblo de Dios corresponsable.
No esperemos a que nos pongan los Documentos del Concilio en la mano; ni a que nos sirvan la mesa.
Las Hijas de San Pablo con su Distribuidora y sus Librerías están encargadas de la difusión a nivel nacional. Y para información, los centros de atención pastoral (por ejemplo parroquias, colegios católicos y oficinas de movimientos laicales) constituyen, por su misma condición, lugares naturales a los cuales acudir.
La aplicación del Concilio Plenario no es optativa para la Iglesia que lo realizó a través de los obispos y muchos otros representantes. Y la Iglesia somos todos los miembros del Pueblo de Dios.
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24.11.11.
HISPANOS EN USA
Ovidio Pérez Morales
Estos últimos años, he pasado mis vacaciones en una parroquia hispana de Washington, “Nuestra Señora Reina de las Américas, aceptando gustoso la correspondiente invitación de su pastor P. Roberto Cortés-Campos. El tiempo ha coincidido con el “Mes de la Herencia Hispana” (15 septiembre-15 octubre), en el cual se reconoce y celebra la rica influencia social, cultural, política y económica de los hispanos en los Estados Unidos.
Me emociona siempre presidir la asamblea eucarística en esa parroquia guadalupana, integrada por gente de nuestros pueblos de América Latina y El Caribe –predominantemente allí de origen salvadoreño- compartiendo alegrías y tristezas, logros y preocupaciones (de éstas no pocas en momentos en que se agudiza el control de indocumentados). La participación en eventos como la multitudinaria Feria que se celebra en un sector washingtoniano de vigorosa presencia hispana, alimenta, en quien, asiste la conciencia de unidad de las gentes al sur del Río Grande, al tiempo que subraya el enorme reto que implica lograr que aquella presencia se realice del modo más positivo, fraterno y constructivo en los Estados Unidos.
Veamos algunos números. Según el último Censo Nacional (2010) residen allí 50, 5 millones de hispanos (¡sin contar los indocumentados!), es decir un 15 por ciento del total poblacional. En 1990 eran 22.4 millones. La edad media de los hispanos es de 27 anos, confrontada con la media del resto de la población, que es de 47 anos. ¡Población hispana joven y en notable crecimiento! En Washington residen unos 350 mil sólo de origen salvadoreño. En California hay 14 millones de hispanos, en Nueva York 3, en Florida 4 y en Texas 9. Pero ¿qué se mueve debajo de estas cifras?
Mario J. Paredes, de origen chileno -amigo de vieja data- es un laico que ha dedicado lo mejor de su vida a impulsar la “pastoral hispana” en los Estados Unidos (particularmente en el Nordeste), es decir la debida atención de la Iglesia católica a los hispanos y la mayor participación de éstos en la tarea evangelizadora.
Una de las cosas en que permanentemente insiste Mario es cómo se debe interpretar el término “integración” aplicado a los hispanos en USA. No debe entenderse como absorción”, asimilación” o “uniformización” por parte de la cultura dominante, de tal modo que los hispanos pierdan la riqueza de su propia identidad cultural, de sus raíces, de sus orígenes histórico-sociales. Una no recta interpretación “justificaría” aislamientos, ghettos, discriminaciones, persecuciones, explotaciones y otros males, contrarios a un auténtico humanismo y a una genuina visión cristiana.
Mario Paredes llama a su amplia comunidad hispana a un crecimiento en conciencia social y participación, en educación y formación sociopolítica, en liderazgo y protagonismo al interior de la sociedad norteamericana.
Las instituciones, comunidades y denominaciones religiosas en general y cristianas en particular, presentes en Estados Unidos –dice Mario- han de trabajar para que la presencia hispana sea una bendición. ¿En qué forma? Mediante la contribución en el crecimiento económico, sí, pero, sobre todo, “con los valores del evangelio y del humanismo cristiano inserto en nuestro ser…desde la primera evangelización católica presente en nuestros orígenes como naciones hispanoamericanas”. Valores muy contrarios, entre otros, al individualismo, al utilitarismo, a la apariencia, al relativismo, al consumismo o al hedonismo, típicos de “la actual coyuntura postmoderna o light”.
Puede uno entonces pensar que no sólo al sur del Río Grande se juega la suerte de nuestros pueblos, con todo su bagaje histórico-cultural y religioso, sino también en la entraña misma de los Estados Unidos. Y que para éstos lo hispano, presente ya en sus orígenes mismos, constituye cada vez más algo decisivo.
9’3’’ 12
EN QUÉ DIOS CREES
Ovidio Pérez Morales
Es una pregunta que sólo tú puedes responder. Pregunta pertinente, porque de Dios se han tenido muchas concepciones a lo largo de la historia de la humanidad y no pocas se tienen en la actualidad. Por parte de creyentes y no creyentes.
“Dios no es triste soledad, sino bienaventurada comunión”. Es una expresión feliz de nuestro Concilio Plenario, en su segundo documento, La comunión en la vida de la Iglesia en Venezuela, No.33.
Elemento clave de la Revelación hecha por Jesús con respecto a Dios, es el haberlo manifestado como un ser personal. Esto ya lo había ofrecido el Antiguo Testamento, a diferencia de los griegos, filósofos y no filósofos, quienes se habían quedado en una noción de la divinidad como simple dinamismo impersonal, principio –lejano- del mundo, concreción idolátrica o mero simbolismo de fuerzas naturales o mentales, y otras cosas más.
Pero Jesús fue más en profundidad: reveló a Dios como el Padre que lo había enviado; como el Espíritu que, a su vez, él enviaría a manera de abogado y agente de verdad; y a sí mismo como enviado y uno con el Padre. Dios se muestra así, no ya sólo personal, sino pluripersonal. Como relación interpersonal, familia, comunión. Por eso san Juan nos dice en su primera carta: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (1 Jn 4, 8). Dios es único, pero esta unicidad se tiene en trinidad de personas.
En esto consiste la Trinidad: no es una realidad absoluta, apenas para afirmar, admirar y adorar. Constituye, en efecto, el Dios que por amor crea el mundo y se introduce en él, historizándose, particularmente mediante la encarnación de su Hijo, hecho ser humano como nosotros y convirtiéndose en “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6) para toda la humanidad de todos los tiempos.
Este Dios, que es comunicación, comunión, es el mismo que creó al ser humano a su “imagen y semejanza” (ver 1, 26) –y por tanto, no solitario, sino social, y ya desde el inicio como pareja (ver Gn 2,18) como ser para la comunicación y la comunión. Como mandamiento máximo le estableció el amor a (Él-al prójimo), que es el nexo interpersonal unificante por excelencia.
¿Y en qué consiste el designio divino al crear y salvar? El Concilio Plenario, en el documento arriba citado y siguiendo lo señalado por el Sínodo para América, nos dice que seguir a Cristo “es vivir como Él vivió, aceptar su mensaje, asumir sus criterios, abrazar su suerte, participar en su propósito que es el plan del Padre: invitar a todos a la comunión trinitaria y a la comunión con los hermanos en una sociedad justa y solidaria” (CVI 79).
Sobre el Dios que confesamos en el Credo, es oportuno traer aquí los aquí unas afirmaciones, también del Concilio Plenario: “Los cristianos creemos en un Dios que actúa en la vida y en la historia como Padre, Hijo y Espíritu, y que lo es realmente. Dios actúa como trinidad y es Trinidad: Dios, en su misterio más íntimo, no es soledad sino familia. Dios es comunidad de amor. En una sociedad individualista debemos recuperar la fe en el Dios trinitario que desafía a construir comunidades y sociedades igualitarias, participativas y respetuosas de las diferencias.
Se habla aquí, atrevidamente, de “recuperar” la fe en la Trinidad. Esto es necesario, no porque se la hubiese perdido, sino porque no se le ha reconocido a la Trinidad el papel que “juega” en la Teología teórica y práctica y, sobre todo, en la vida de la Iglesia y del mundo. Pues da la impresión que para muchos resulta indiferente de que el Dios único sea unipersonal o tripersonal.
Y Dios, según la Revelación, o es Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo (Comunión) o no es Dios.
lunes, 14 de mayo de 2012
26.4.12
NORTE CONSTITUCIONAL
Ovidio Pérez Morales
La Constitución de la República Bolivariana de Venezuela aprobada mediante referendo el 15 de diciembre de 1999 y proclamada por la Asamblea Nacional Constituyente el 20 del mismo mes, señala el norte de la conducta oficial y del ejercicio ciudadano en todo tiempo del país, pero de modo especial en momentos de incertidumbre, de crisis y de situaciones del género.
Cuando estaba todavía fresca la fecha de su entrada en vigencia se la llegó a calificar como la mejor del mundo. Posteriormente en circunstancias de seria confrontación, cuando personas o grupos de la oposición apelaron a ella, desde campos contrarios se pretendió descalificarlos con fútiles argumentos como el siguiente: no tienen derecho a invocar la Constitución quienes, cuando se la estaba discutiendo, no estaban de acuerdo con ella, ya en su conjunto, ya en algunas de sus partes. Más adelante cuando se propuso su Reforma, la mayoría de los ciudadanos votó negativamente (aunque luego, por “caminos verdes”, quienes más debían acatar, actuaron en sentido opuesto al soberano). Discusiones han seguido acerca de la fidelidad o no de unos cuantos comportamientos gubernamentales a lo establecido por la Carta Magna.
Por encima y más allá de todos estos hechos y de cualesquiera otros, una cosa queda muy clara y obligante. Desde el momento en que la Constitución fue aprobada por el soberano y se cumplieron todos los requisitos para su entrada en vigencia, esa Carta Magna es la que fundamentalmente regula y ha de regular la conducta de los órganos del Estado y la convivencia cívica de la República.
En estos momentos el panorama político de la nación está cruzado por densos nubarrones. Muy serias incógnitas se plantean con respecto al inmediato futuro de la conducción presidencial y a la participación del Jefe de Estado en la contienda electoral de octubre, en razón de su salud.
Situaciones como ésta suelen generar el más amplio abanico de suposiciones y llevar a un abultado inventario de hipótesis. Desde lo trágico y truculento hasta lo dramático digerible y razonable. se despliega una variada gama de posibles y de probables.
Pero (al usar esta conjunción recuerdo a mi profesor de Derecho Luis Villalba Villalba, quien acostumbrada decir: “un pero, tan importante como todos los peros) en la actual coyuntura nacional los venezolanos no estamos ante callejones sin salida, ni en medio de una confusión sin referencia segura, ni ante interrogantes sin respuesta válida. Contamos con un norte bien preciso, que ha de guiar los pasos de la ciudadanía y, particularmente, de quienes ejercen algún tipo de liderazgo y, más especialmente todavía, de quienes tienen responsabilidades de Estado.
Ese norte es primaria y básicamente la Constitución de la República. Ese norte se complementa, oportunamente, con el evento cívico fijado por la autoridad correspondiente para el próximo 7 de octubre y también, y también, felizmente, con el anhelo ciudadano mayoritariamente compartido: el mantenimiento y la consolidación de la paz. Tenemos así un norte conformado por una tríada de gran fuerza legal y también ético-espiritual. Echemos a continuación un ligero vistazo sobre estos tres elementos.
La Constitución determina lo que es necesario hacer (ver artículos 233-235) en el caso de faltas absolutas o temporales y de ausencias del Presidente de la República. A la Constitución hay que atenerse sin pensar en otros caminos. Por lo demás, la experiencia nacional y de fuera, es muy rica en admoniciones al respecto.
La fecha fijada para la elección presidencial constituye igualmente un punto de apoyo. Es otra señal consistente de la vía a recorrer. Es al pueblo venezolano al que le toca decidir, con gran responsabilidad y plena libertad, por dónde debe andar este país en su futuro. Y sólo el voto es la vía para que alguien pueda erigirse en legítimo representante de la ciudadanía y en Jefe del Estado.
El tercer elemento es el anhelo mayoritario de vivir, trabajar, proyectar, soñar en paz. Sin violencias ni imposiciones de individuos o grupos. En el respeto de la pluralidad y en la búsqueda de encuentros. Bastante ha sufrido ya el país con la inseguridad, abundante sangre se ha derramado como consecuencia de asesinatos, secuestros, enfrentamientos. El corazón del venezolano percibe que el progreso nacional hay que buscarlo mediante el entendimiento, el diálogo, el aporte de todos, en la verdad, la libertad y la justicia.
A la Fuerza Armada de la República le corresponde jugar, con nobleza, entereza y espíritu de servicio, el papel que le corresponde en la defensa del orden constitucional, de la convivencia democrática, de la paz ciudadana; ella tiene constitucionalmente el monopolio de las armas para asegurar el bien común de la nación. Ella se debe, enteramente, no a una persona, a un grupo, a un partido o al Gobierno, sino a Venezuela. El pueblo tiene que confiar en ella, y ella está obligada a merecer esa confianza. No dudamos que así será
No nos encontramos los venezolanos sin norte. Hemos, por tanto, de nutrir nuestra confianza y proceder con esperanza.
Este es un momento privilegiado para poner por obra el lema benedictino de “ora et labora”. Pidamos a Dios bendiga nuestro trabajo en construir una Venezuela pacífica, solidaria, libre, fraterna.
17.5.2012
TIEMPO DE DERECHOS HUMANOS
Ovidio Pérez Morales
El tiempo esplendoroso y combativo de los Derechos Humanos es el de la oposición o el pre-gobierno. Aquéllos se convierten en reclamo constante, en bandera de lucha. Entonces se exige a instituciones como la Iglesia, pronunciamientos enérgicos a su favor.
Hay otro tiempo, de penuria y opacidad, de los Derechos Humanos. Como el de las vacas flacas, que sucede al de las vagas gordas, según el relato del capítulo 41 del Génesis. Es el tiempo del ejercicio de gobierno por parte de quienes sustentan un proyecto despótico, dictatorial o totalitario. Entonces los Derechos Humanos se deshidratan y se visten con un traje político-ideológico. Se los parcializa, al entendérselos como pertenecientes sólo a cuantos se alinean en la misma acera y apenas mientras están así alineados. Los “demás” no tienen derechos.
Desde 1948, cuando se dio la Declaración Universal, abundan los ejemplos. Es el caso del actual régimen socialista-marxista de nuestro país, el cual quiere aislar a los venezolanos del organismo continental, que tiene como misión velar y proteger en materia de Derechos Humanos.
Aunque las consecuencias de un tal aislamiento las pagamos caras los ciudadanos, consuela, sin embargo, pensar que si bien se puede cerrar la puerta a un organismo tal de Derechos Humanos, eso no significa que éstos pierdan su vigencia y que tarde o temprano vuelvan a prevalecer. Más aún, es en los momentos de mayores violaciones a esos Derechos cuando su importancia y su radicalidad se ponen más de manifiesto, y su defensa y promoción cobran mayor actualidad.
Ante amenazas o pasos reales de aislamiento como el que se acaba de mencionar, es preciso recalcar que los Derechos Humanos no son regalo de ningún estado o institución. Ellos radican en lo más profundo de la condición humana. La persona es portadora de Derechos Humanos por el solo hecho de existir y mientras existe, no importa su credo o raza; su nacionalidad, status social o cultura; su identificación filosófica, ideológica o política; su calificación jurídica o moral (por ejemplo, preso o malhechor); su condición vital (por ejemplo, enfermo o por nacer).
Esto deben pensarlo seriamente quienes se ufanan de pisotearlos o ignorarlos, amparados en el poder. ¡Y los cuales, una vez dejado el mando, seguramente apelarán a los Derechos Humanos en propio beneficio! ¡Y quienes, en una perspectiva de verdad, justicia y coherencia, criticamos hoy abusos y tropelías, seremos defensores de los Derechos Humanos de los autores de las mismas, cuando tengan que sentarse al otro lado de la mesa!
Como católico me complace citar aquí lo que el Concilio Plenario de Venezuela ha estampado en uno de sus documentos, La Contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad:
“La Iglesia en Venezuela acoge de corazón la enseñanza bíblica y del magisterio eclesial, pontificio y latinoamericano, sobre la grandeza, inviolabilidad y centralidad de los derechos de cada persona, desde el momento de su concepción hasta su muerte natural; asume, por lo tanto, la defensa de tales derechos, y se hace solidaria con quienes los promueven. En esta línea, los cristianos estamos llamados a adoptar permanentemente una actitud profética de denuncia contra los abusos y violaciones de esos derechos, dando así testimonio concreto del Evangelio de Jesucristo en la realidad histórico–cultural actual” (CIGNS 47).
El tiempo de los Derechos Humanos no tiene cortes, ni paréntesis. Es todo tiempo.
domingo, 6 de mayo de 2012
10.5.2012
OBSCURIDAD Y SECRETISMO POLÍTICOS
Ovidio Pérez Morales
Sería ingenuo pensar en una política (gubernamental o partidista) sin una razonable dosis de confidencialidad y reserva. Lo comprueba a le experiencia y lo exige la naturaleza misma del hecho político.
Ello supuesto, quiero enfocar la atención sobre un fenómeno actual venezolano: la hipérbole de la obscuridad y del secretismo en el manejo de los asuntos del Estado, los cuales deberían tratarse y comunicarse en el marco de la comunidad política nacional, con claridad y apertura. Concretamente la salud del Jefe de Estado y las alternativas legítimas manejables ante una grave crisis de conducción, son problemas no ya de orden privado, sino de interés público, por cuanto tocan y envuelven la suerte misma de la nación.
Una de las características distintivas de un sistema democrático con respecto a otro, de tipo dictatorial o totalitario, es la actitud frente a la obscuridad y el secretismo. Mientras en el segundo prima lo nebuloso y des-contrainformativo, en el primero domina la claridad y la exposición. En función de ello se maneja la comunicación social; en un caso se respeta su libertad, como requisito fundamental; en el otro se la cercena, como condición de supervivencia.
Hay un factor que juega un papel de primer orden en todo esto y es la efectiva separación de poderes del Estado. Si éste marcha como es debido, el Ejecutivo no se ejerce sin amarra alguna, sino que es controlado por el Legislativo y sometido a la vigilancia y decisión del Judicial. Aparte del seguimiento, que, desde su respectiva competencia, hace al Poder Ciudadano (ver el capítulo IV de la Constitución donde se habla del Consejo Moral Republicano integrado por Defensoría-Fiscalía-Contraloría). En la actuación concreta venezolana de los poderes distintos del Ejecutivo, podría utilizarse un término corriente en las discusiones filosóficas medievales respecto de la consistencia real de los conceptos: flatus vocis (soplo de voz). Según algunos pensadores, en efecto, dichos conceptos universales eran puro sonido, ruido, sin correspondencia alguna en la realidad (diríamos en nuestro argot: cáscaras sin nueces).
En la misma situación concreta del país, la libertad en comunicación social está amarrada, en modo inimaginable, por un hilo invisible pero eficacísimo, como es el de la autocensura. Ésta no mata a nadie, pero el resultado es que todos quedan muertos. Ella podría definirse, parafraseando a un escritor-comunicador muy famoso: “el enemigo invisible”.
Hay de Simón Bolívar una frase bastante manoseada, que relaciona oscuridad y crimen.
El secretismo y la oscuridad es un menosprecio a la opinión pública, léase a los ciudadanos. A éstos se los considerado inmaduros y, lo que es peor, peones del ajedrez político, juguetes de la maniobra oficial.
Hay un texto del Nuevo Testamento muy orientador al respecto y es el escrito de Pablo a los cristianos de Éfeso, donde (capítulo 5) exhorta a vivir como “hijos de la luz”, apartándose de las obras de las tinieblas. Dice que “el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad”. Es importante percibir y profundizar teórica y prácticamente la relación entre estos valores. Y estar atentos a su contraportada, los frutos de la obscuridad: maldad, injusticia, mentira.
Colocados en un año electoral de trascendentales consecuencias para el país, es necesario hacer todo lo posible para edificar otro escenario nacional: iluminado, polifónico-multiforme-polícromo. Bien diverso del que está en construcción según el proyecto oficial: obscuro, monopólico- hegemónico.
Una sociedad democrática está conformada por gente políticamente adulta, ya, o en formación. A la cual los poderes del Estado, comenzando por el Ejecutivo, deben tratarla como tal, como protagonistas del drama político. No como simples ejecutores o espectadores. El “animal político” en una sociedad democrática, no es puro receptor, radio audiente y televidente, paciente. Es agente, con poder de decisión. Cuando se habla de “pueblo soberano” se trata de eso y no de una escueta “masa”.
La obscuridad y el secretismo no tienen, pues, sentido.
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