domingo, 6 de mayo de 2012

10.5.2012 OBSCURIDAD Y SECRETISMO POLÍTICOS Ovidio Pérez Morales Sería ingenuo pensar en una política (gubernamental o partidista) sin una razonable dosis de confidencialidad y reserva. Lo comprueba a le experiencia y lo exige la naturaleza misma del hecho político. Ello supuesto, quiero enfocar la atención sobre un fenómeno actual venezolano: la hipérbole de la obscuridad y del secretismo en el manejo de los asuntos del Estado, los cuales deberían tratarse y comunicarse en el marco de la comunidad política nacional, con claridad y apertura. Concretamente la salud del Jefe de Estado y las alternativas legítimas manejables ante una grave crisis de conducción, son problemas no ya de orden privado, sino de interés público, por cuanto tocan y envuelven la suerte misma de la nación. Una de las características distintivas de un sistema democrático con respecto a otro, de tipo dictatorial o totalitario, es la actitud frente a la obscuridad y el secretismo. Mientras en el segundo prima lo nebuloso y des-contrainformativo, en el primero domina la claridad y la exposición. En función de ello se maneja la comunicación social; en un caso se respeta su libertad, como requisito fundamental; en el otro se la cercena, como condición de supervivencia. Hay un factor que juega un papel de primer orden en todo esto y es la efectiva separación de poderes del Estado. Si éste marcha como es debido, el Ejecutivo no se ejerce sin amarra alguna, sino que es controlado por el Legislativo y sometido a la vigilancia y decisión del Judicial. Aparte del seguimiento, que, desde su respectiva competencia, hace al Poder Ciudadano (ver el capítulo IV de la Constitución donde se habla del Consejo Moral Republicano integrado por Defensoría-Fiscalía-Contraloría). En la actuación concreta venezolana de los poderes distintos del Ejecutivo, podría utilizarse un término corriente en las discusiones filosóficas medievales respecto de la consistencia real de los conceptos: flatus vocis (soplo de voz). Según algunos pensadores, en efecto, dichos conceptos universales eran puro sonido, ruido, sin correspondencia alguna en la realidad (diríamos en nuestro argot: cáscaras sin nueces). En la misma situación concreta del país, la libertad en comunicación social está amarrada, en modo inimaginable, por un hilo invisible pero eficacísimo, como es el de la autocensura. Ésta no mata a nadie, pero el resultado es que todos quedan muertos. Ella podría definirse, parafraseando a un escritor-comunicador muy famoso: “el enemigo invisible”. Hay de Simón Bolívar una frase bastante manoseada, que relaciona oscuridad y crimen. El secretismo y la oscuridad es un menosprecio a la opinión pública, léase a los ciudadanos. A éstos se los considerado inmaduros y, lo que es peor, peones del ajedrez político, juguetes de la maniobra oficial. Hay un texto del Nuevo Testamento muy orientador al respecto y es el escrito de Pablo a los cristianos de Éfeso, donde (capítulo 5) exhorta a vivir como “hijos de la luz”, apartándose de las obras de las tinieblas. Dice que “el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad”. Es importante percibir y profundizar teórica y prácticamente la relación entre estos valores. Y estar atentos a su contraportada, los frutos de la obscuridad: maldad, injusticia, mentira. Colocados en un año electoral de trascendentales consecuencias para el país, es necesario hacer todo lo posible para edificar otro escenario nacional: iluminado, polifónico-multiforme-polícromo. Bien diverso del que está en construcción según el proyecto oficial: obscuro, monopólico- hegemónico. Una sociedad democrática está conformada por gente políticamente adulta, ya, o en formación. A la cual los poderes del Estado, comenzando por el Ejecutivo, deben tratarla como tal, como protagonistas del drama político. No como simples ejecutores o espectadores. El “animal político” en una sociedad democrática, no es puro receptor, radio audiente y televidente, paciente. Es agente, con poder de decisión. Cuando se habla de “pueblo soberano” se trata de eso y no de una escueta “masa”. La obscuridad y el secretismo no tienen, pues, sentido.

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