sábado, 19 de mayo de 2012

22.3.12 SI, NO, LO CONTRARIO Ovidio Pérez Morales Hay cuestiones que no se pueden manejar o resolver taxativamente, de modo geométrico, o con radical pretensión de claridad cartesiana. En tales casos no se puede evitar que los juicios, opiniones y respuesta oscilen entre la afirmación y la negación, lo firme y lo aproximativo, con múltiples matices. Y no hay otro camino para concretar algo razonable que definiendo escrupulosamente los términos de que se trata, poniendo por obra un buen discernimiento, situándose en la debida perspectiva histórica, aprovechando la experiencia acumulada y asumiendo la mayor dosis posible de sinceridad y objetividad. Cuando planteamos la relación operativa Iglesia-política y, más precisamente, la participación de la Iglesia en la política, nos encontramos ante una de esas cuestiones. De allí la diversidad de posiciones que surgen al proponerse dicho tema, el cual he tocado en más de una ocasión, porque, especialmente en situaciones como la venezolana, costituye un issue ineludible. En primer lugar, cuando en este contexto se habla de Iglesia, se debe precisar de qué Iglesia se trata, si de la comunidad de creyentes y bautizados en general, de su representación jerárquica o del sector laical. Y cuando se menciona política, se hace necesario especificar el término para determinar su comprensión, ya general -lo atinente al bien común-, ya restringida –lo tocante al ejercicio del poder o al alineamiento partidista. No se puede, en efecto, responder simplemente con un sí o un no a un problema en el que los términos no están adecuadamente definidos. En cuanto a perspectiva histórica, la relación se flexibiliza en distintos escenarios de tiempo. La posición respecto de la participación o no de la Iglesia en política no podría ser la misma ahora que la de un pasado en que sociedad e Iglesia prácticamente se coextendían; entonces difícilmente se podían establecer fronteras definidas entre lo “político” y lo “religioso”. Para poner un caso concreto: ¿En la Italia de los estados pontificios, cuál podía ser la respuesta a la pregunta de si la Iglesia podía entrar en política? Pensemos en lo que sucede hoy en países islámicos con la imposición de la sharia. En el estado laico contemporáneo la respuesta adquiere un perfil completamente distinto. Chesterton le habría dado la vuelta a esa pregunta para poner el balón en el campo opuesto: ¿Puede la política meterse en la Iglesia? Y no carece de sentido, pues lo que muchas veces ocurre, no es tanto que la Iglesia se entromete, sino que la política se extralimita. Otro elemento bien subjetivo y no desdeñable que entra en cuestión, es la ubicación del sujeto que hace o contesta un tal tipo de preguntas. No es lo mismo estar en el gobierno que en la oposición. Lo he recordado alguna vez: personas que buscan en el poder le reclaman a la Iglesia acciones (denuncias, resistencias), que agriamente le condenan cuando acceden a tener las riendas en la mano. Una las exigencia que se formula repetidamente a los miembros laicos católicos (o católicos laicos) y la cual, por supuesto, no debe entenderse, por lo demás, exclusivamente dirigida a ellos, es la formación en la Doctrina Social de la Iglesia. Ésta provee principios, criterios y orientaciones para la acción socioeconómica, política y cultural, en los diversos campos de la convivencia, con miras a la concreción práctica del Evangelio en el mundo. En ese conjunto doctrinal se encuentran elementos válidos de iluminación para responder a la cuestión arriba planteada y a muchas otras, con miras a un trabajo efectivo en favor de la justicia y la paz, la libertad y la solidaridad. De la Doctrina Social, sin embargo, no hay que esperar recetas. De allí que se hace necesario reflexionar, compartir y ahondar en las diversas materias, no sólo para sortear bien las dificultades sino, especialmente, para contribuir adecuadamente desde la fe a “la gestación de una nueva sociedad”, como dice el título de uno de los documentos del Concilio Plenario de Venezuela. De allí que si se pregunta acerca de la pertinencia o no de una participación política de la Iglesia, la respuesta puede ser tanto sí, como no y también lo contrario.

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