domingo, 20 de mayo de 2012
24.5.2012
NUESTRA FE: CONJUNTO ARMÓNICO
Ovidio Pérez Morales
¿Es la doctrina cristiana un conjunto de afirmaciones sueltas, sin mayor interconexión? ¿Es la práctica pastoral de la Iglesia una simple suma de normas y orientaciones, que van cambiando con alguna regularidad, sin un eje articulador que muestre su interrelación y unidad? ¿Es la moral cristiana un inventario de mandamientos yuxtapuestos, válidos en sí, pero sin organicidad? ¿Son lo teórico y lo práctico, por separado, agregados desarticulados, que no logran formar subconjuntos efectivos, ni, mucho menos, un verdadero conjunto global?
Cuando recitamos el Credo exponemos una serie de proposiciones fundamentales de fe. Cuando aprendemos o enseñamos el Catecismo hacemos el recorrido por muchas afirmaciones doctrinales. Cosa semejante se diga cuando explicitamos el Decálogo y explicamos las orientaciones morales básicas. La acción pastoral de la Iglesia, por otra parte, implica múltiples determinaciones para concretar su misión evangelizadora. Al hablar de la Espiritualidad tenemos que referir principios, criterios, experiencias.
¿Se queda todo lo anterior en simple suma de elementos, sin estrecha integración?
La impresión que se saca de la lectura de textos religiosos cristianos y aún de catecismos en boga, es que en todo ello se está frente a un cúmulo de dogmas, enseñanzas, preceptos, líneas de acción, pero no a un conjunto armónico. De allí la variedad y no pocas veces la proliferación inconexa de respuestas, cuando se pide ofrecer una síntesis del pensamiento y de la praxis cristianas.
En una obra no hace mucho publicada por mí, he buscado concretar y desarrollar una formulación orgánica, que muestre la unidad de lo que como cristianos creemos y hemos de realizar. El título del libro es Nuestra fe: conjunto armónico (Ediciones Trípode, Caracas 2010).
El Concilio Plenario de Venezuela, siguiendo el ejemplo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (Puebla 1979), ofreció la clave de solución al problema planteado, al declarar una línea teológico-pastoral y, concretamente, la de comunión (ésta significa íntima unidad, interrelación).
Espero volver en próximo o próximos artículos sobre este punto, que estimo capital para la compresión del ser-quehacer cristiano. Por el momento, sin embargo, baste decir que la noción de comunión constituye una respuesta adecuada a preguntas como las siguientes: ¿Qué son Dios, Cristo, la Iglesia? ¿En qué consisten el Reino de Dios, la santidad, el cielo? ¿Cuál es la tarea de la Iglesia en el mundo y hacia donde ha de tender la vida moral del cristiano? ¿Qué han de ser, fundamentalmente, la familia y la convivencia humana en perspectiva evangélica? ¿Qué es lo que se opone al plan de Dios?
He venido trabajando bastante sobre el tema en estos últimos tiempos. Esta cuestión es de primerísima importancia, no sólo para darse uno mismo razón y sentido de la fe y contribuir a que otros hagan lo mismo, sino como principio y criterio orientadores de la Iglesia, sobre todo en momentos en que ésta se propone una nueva evangelización.
La noción de comunión como línea teológico-pastoral, que armoniza el conjunto teórico-práctico cristiano, parte de la concepción misma de Dios, según la Revelación. Dios es comunión, Trinidad, relación-unidad interpersonal, Amor. Y a toda su obra de creación y salvación le ha puesto ese sello relacional unificante.
Lo que creemos y lo que estamos llamados a vivir no son un amasijo de doctrinas, normas y cosas por el estilo. Forman, felizmente, un conjunto armónico.
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