sábado, 19 de mayo de 2012

9.2.12 NEUTRALIDAD MORALMENTE INACEPTABLE Ovidio Pérez Morales Neutral quiere decir que no se inclina a un lado ni a otro ante una alternativa o en una controversia. No se confunda con indiferente, que es no sentir inclinación o repugnancia con respecto a una persona o cosa. La neutralidad es éticamente aceptable en circunstancias en que no se admite la indiferencia. Hay situaciones en las cuales no se puede ser neutral, ni mucho menos, indiferente. Es lo que sucede cuando están en juego los derechos humanos. El documento La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad (CIGNS) aprobado por el Concilio Plenario de Venezuela, contiene una serie de enseñanzas y orientaciones sumamente útiles en esta materia. Ante todo vale la pena destacar que “los derechos humanos, individuales y sociales, económicos, políticos y culturales, así como los derechos de las naciones “ constituyen “el eje central de toda actividad de defensa y promoción en el ámbito social y ético-cultural” (CIGNS 109). Es decir que cuando se habla de edificar una nueva sociedad, los derechos humanos son punto realmente clave. La Iglesia en su conjunto y, dentro de ella, de modo muy particular los laicos, tienen aquí un campo de acción ineludible. En nuestro Continente esto ha sido puesto muy de relieve en las conferencias generales de los obispos (recordemos los nombres de Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida). Se muestra claro cómo “el enunciado de los derechos fundamentales de la persona humana constituye parte indispensable del contenido de la Evangelización” (CIGNS 112). Su promoción y defensa entra de modo necesario, por consiguiente, en la realización de la misión de la Iglesia, en la coherente relación entre fe y vida de los cristianos. Afirmación básica en este asunto es que los derechos humanos no son una concesión del Estado, pues pertenecen a cada ser humano por naturaleza como ya lo afirmara Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris, No. 9. No pueden estar al arbitrio de ningún régimen ni subordinados a ningún proyecto político. El documento del Concilio Plenario de Venezuela destaca en su parte operativa como uno de los principales desafíos de nuestra Iglesia el siguiente: “Concretar la solidaridad cristiana y defender y promover la paz y los derechos humanos ante as frecuentes violaciones a los mismos” (Desafío 3). En lo correspondiente especialmente a defensa-violación de los derechos humanos no tiene espacio una actitud de neutralidad, ni menos, de indiferencia. Es oportuno traer aquí lo que el referido Concilio Plenario afirma: “… en fidelidad a Jesucristo, quien promovió y defendió la dignidad de toda persona sin excepción alguna, la Iglesia no puede dejar de promover los derechos humanos, tanto en la vertiente civil y política, como en la económica, social y cultural. El fundamento último de estos derechos, como recuerda Juan Pablo II en Ecclesia in America es la dignidad de cada persona, en cuanto imagen y semejanza de Dios, tal como lo afirma el libro del Génesis al referirse a la creación de los hombres. Por eso, ‘todos los atropellos a esa dignidad son atropellos al mismo Dios’, que como lo revela el libro del Éxodo, sale en defensa de su pueblo, cuyos derechos más fundamentales estaban siendo violados por el Faraón (Cf. Ex 6,2-8)” (CIGNS 110). La neutralidad en lo referente a los derechos humanos, en particular a su violación o defensa, es moralmente inaceptable.

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